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Iruñea

Entre los campamentos de refugiados y los territorios ocupados

La comunidad saharaui vive en el presente dividida entre los territorios ocupados por Marruecos y los campamentos de refugiados situados en Tindouf, en pleno desierto argelino. En ambos lugares, una nueva generación, para la que la guerra es un recuerdo de los mayores, aboga por buscar nuevas soluciones a una situación de bloqueo que dura ya cuatro décadas.

Vista de los campamentos de refugiados de Tindouf. (Beñat ZALDUA)
Vista de los campamentos de refugiados de Tindouf. (Beñat ZALDUA)

Para abordar el presente del Frente Polisario es imprescindibles situarse en los campamentos de refugiados de Tindouf, situados en un lugar inhóspito del Sáhara argelino, y en los que viven más de 200.000 saharauis. Allí se instalaron, con el permiso y la ayuda de Argelia, después de que el Ejército marroquí se lanzase sobre el territorio saharaui y bombardease a los civiles que huían. Y allí siguen viviendo, 38 años después, gracias a la ayuda prestada por Argelia, los propios saharauis que viven en el extranjero y por activistas y solidarios de todo el mundo. Allí se encuentran, además, las instituciones de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD).

Pese a que la huida sigue en la memoria de los más mayores y la guerra forma parte de la biografía de la mayoría de refugiados saharauis –el alto el fuego se firmó en 1991–, para cientos de jóvenes de los campamentos, la huida y la guerra no son más que palabras escuchadas a los más mayores, mientras que su realidad se limita, desde que nacieron, a la vida diaria en los campamentos. No es de extrañar, por lo tanto, que buena parte de los jóvenes intente emigrar y labrarse una vida fuera de los campamentos, ya sea en Argelia o en el Estado español. Como tampoco es de extrañar que la ingente cantidad de jóvenes comprometidos con el Polisario abogue por volver al enfrentamiento armado, vistos los exiguos resultados obtenidos con la paz.

Los campamentos de Tindouf, además, no son un lugar aislado dentro del Sahara, sino que resulta permeable al contexto regional, especialmente a la situación en el Sahel y al auge del islamismo. Pese a que, en este aspecto, la posición del Polisario es tajante –«que no se metan en nuestro asuntos o les haremos la guerra», dice el delegado del Frente en Nafarroa, Baddadi Benamar–, cabe recordar que en octubre de 2011, un comando de militantes islamistas entró en los campamentos y secuestró a tres cooperantes. Aunque de forma muy minoritaria, esta interpretación radical del Islam ha encontrado algún que otro adepto entre la juventud sahararui, algo que, según Benamar, contradice el Islam practicado tradicionalmente por los sahararuis: «No tenemos mezquitas, el desierto es nuestra mezquita, y tampoco tenemos imanes, todos somos imanes».

Activismo en los territorios ocupados

Pero Tindouf no es el único lugar donde ondea la bandera del Polisario, ya que también aparece en las movilizaciones, cada vez mayores, que los saharauis de los territorios ocupados por Marruecos realizan en ciudades como El Aaiún. El punto de inflexión lo marcó el campamento de Gdem Izik en octubre de 2010, duramente reprimido por Marruecos. Desde entonces, el activismo en los territorios ocupados se ha disparado, hasta llegar a las masivas manifestaciones del último 7 de mayo. Hechos que animan a pensar que cualquier desbloqueo de la situación vendrá marcado por la actividad de los saharauis en los territorios ocupados.

De donde no se espera desbloqueo alguno es desde la comunidad internacional, que recientemente volvió a dar una lección de cómo no afrontar un problema que arrastra desde hace décadas. El 15 de abril, EEUU instó a la ONU a vigilar los derechos humanos en los territorios ocupados, para lo cual preparó un proyecto de resolución en el Consejo de Seguridad. Una semana más tarde, presionado por Marruecos, el Estado francés, Rusia y el Estado español –que calificó de inviable el proyecto estadounidense–, la propia embajadora de Washington ante la ONU, Susan Rice, presentaba una resolución edulcorada e inútil, que habla del respeto a los derechos humanos pero no activa ningún mecanismo para hacerlo efectivo.

Así las cosas, no es de extrañar que los saharauis apenas esperen nada de la comunidad internacional. En los territorios ocupados sigue creciendo un activismo pacífico basado en la desobediencia civil, mientras que en los campamentos de refugiados, como dice Benamar, «empiezan a estar bastante hartos de esperar sentados una solución pacífica». «Ya llevamos más de veinte años así», sentencia, para añadir que «esto tendrá que cambiar más pronto que tarde».