El estadio de El Sadar, al que Osasuna se encomienda cuando pintan bastos, ha perdido su condición de fortín. La octava derrota de la temporada en casa ha encendido, si no lo estaban ya, las luces de alarma.

Quien más quien menos esperaba a un Celta ya salvado como víctima propicia para romper una negativa racha casera que dura desde el 23 de febrero. Aquel día, los rojillos arrollaron por 3 a 0 al Atlético de Madrid, todo un finalista de la Champions y principal candidato a ganar la Liga. Desde entonces, tres raquíticos puntos merced a otros tantos empates.

El verdugo de Osasuna se llama Nolito. El habilidoso extremo gaditano, que ya suma la nada desdeñable cifra de catorce goles en lo que va de torneo, ha puesto a los suyos con dos tantos de ventaja poco después de cumplirse la media hora de juego.

Con el marcador en contra y la angustia clasificatoria enroscada al cuerpo –para más castigo el Getafe había empatado en Barcelona y el Elche había ganado en Málaga–, los de Javi Gracia han sido incapaces de siquiera recortar distancias para poner en apuros a los vigueses.

Osasuna podría caer este domingo a posiciones de descenso si el Almería derrota al desahuciado Betis, que será el rival de los navarros en El Sadar en la última jornada. Antes habrá que rendir visita al Espanyol. Serán dos finales, y a estas alturas ya no se trata de una frase hecha.

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