Joseba Ugarte
Donostia

De extremas derechas en la UE, Ucrania y en Nueva Rusia

Mientras Petro Poroshenko lleva la guerra al corazón de las ciudades de Donetsk y Lugansk y pide a EEUU ayuda militar para sofocar la rebelión separatista y Rusia insta a poner fin a la «operación de castigo», el autor reflexiona sobre el panorama poselectoral en Ucrania.

Pocas sorpresas han decantado las elecciones presidenciales ucranianas. Tal y como GARA anticipó coincidiendo con la salida de la cárcel de la condenada por corrupción Yulia Timoshenko («Un presente vertiginoso y un futuro incierto», 25 de febrero de 2014), la «Juana de Arco» ucraniana ha confirmado, con su 13% de los votos, que va camino de convertirse en un cadáver político equiparable a los que pueblan la dirección del PSOE español y de sus sucursales en Hego Euskal Herria.

Confieso, eso sí, mi sorpresa por los ridículos resultados electorales de los dos grupos de extrema derecha. Concediendo que no eran las elecciones para los candidatos de Svoboda (Libertad) y del Pravy Sektor (Sector Derecho), Oleg Tyagnibok y Dmitro Yarosh, el hecho de que hayan logrado menos de un 2% y de un 1% de votos, respectivamente, confirma que algo olía a podrido, y no solo en la Dinamarca del xenófobo Partido Popular Danés (PPD), sino también en algunos de los análisis con los que nos han torpedeado por estos lares sobre el Maidán ucraniano y el Antimaidán prorruso.

La victoria en primera vuelta del oligarca del chocolate Petro Poroshenko ha sido todo menos sorprendente. Más lo es su biografía, ya que no hay que olvidar que fue ministro de Economía del derrocado Viktor Yanukovich y cofundador de su formación política, el Partido de las Regiones, históricamente mayoritario en el sur y este de Ucrania, incluidos los enclaves de Donetsk y Lugansk, autoproclamadas repúblicas populares de Novorrosiya (Nueva Rusia), un término con el que el imperio zarista ruso designó a los territorios conquistados al imperio otomano (y sus aliados tártaros) en su frontera suroccidental.

En resumen, la revuelta del Maidán ha servido para que su principal financiador y oligarca Poroshenko, quien se dio cuenta a tiempo de que su aliado Yanukovich no tenía futuro, se aúpe al poder. Por lo que respecta al este, el también oligarca Rinat Ajmetov parece haber llegado a un acuerdo con el también banquero y magnate petrolero Igor Kolomoiski (el oligarca judío, en palabras de los «antifascistas» del este) y ha sacado a sus obreros a la calle para intentar controlar la revuelta prorrusa.

La sangrienta ofensiva militar ordenada por Poroshenko contra las milicias rebeldes en Donetsk y Lugansk completa el puzzle y apunta a un acuerdo entre los oligarcas ucranianos para intentar restaurar la «integridad territorial» de Ucrania, pero no para sofocar una revuelta socialista y antifascista, sino para mantener intacto su poder, libre así de interferencias oligárquicas rusas.

Un somero repaso a los proyectos de Constitución de las repúblicas de Donetsk y de Lugansk confirma que estamos ante programas políticos que buscan emular el ideario conservador, religiosamente ortodoxo, furibundamente xenófobo, islamófobo y homófobo de Vladimir Putin. Lo único que el inquilino del Kremlin tiene de «socialista» es la nostalgia por Stalin y su tristemente famosa mano dura.

No es cuestión de negar que entre los rebeldes del este y sus seguidores haya comunistas convencidos o nostálgicos de la URSS. Sí lo es matizar los análisis, que deben ser siempre algo más que el intento de adecuar la realidad a las convicciones previas y a los fantasmas personales.

En Kiev, la extrema derecha no es ni tanta ni está tan clara. Como en Donetsk y en Lugansk no se está librando una reedición de la guerra contra el golpe militar fascista del español Franco. Y para muestra, varios botones de rabiosa actualidad en esta semana de resaca de las elecciones euroescépticas de la Unión Europea. El victorioso Frente Nacional francés de Marine Le Pen ha respaldado públicamente la política del Kremlin con respecto a la crisis en Ucrania. Y no es el único. La lista se completa con el apoyo a Putin de los neonazis griegos de Amanecer Dorado, de los húngaros de Jobbik (segundos en las elecciones), de los búlgaros de Ataque y del Partido del Pueblo Suizo.

Conocidos son, asimismo, los amplios contactos con la Rusia de Putin de la Liga Norte italiana, del partido holandés PVV de Geert Wilders, y hasta de Nigel Farage, el flamante vencedor de las elecciones británicas al frente del UKIP.

Cierto es que ni todos estos partidos son similares ni obedecen a una misma agenda de extrema derecha. Como cierto es que, en su apoyo a Rusia, en Ucrania puede haber algo de tacticismo (por oposición a su enemiga, la Unión Europea). Precisamente por ello la cuestión nos remite a la importancia de evitar el trazo grueso. A tener en cuenta los matices para analizar la realidad. Pero sin que esos matices, o su sobredimensionamiento, nos confundan y nos hagan ver, o querer hacer ver, visiones.