
El día después del triunfo en Brasil, parecía que la vida cotidiana en Alemania transcurriese en cámara lenta para todos aquellos que habían festejado toda la noche que la selección alemana se había convertido en tetracampeona. «Yo estoy todavía groggy», cuenta el empleado de una gran tienda de electrodomésticos pensando que los clientes no le escuchan hablando por el móvil. «Acabamos con dos cajas de cerveza y luego vaciamos una botella de Schnaps (aguardiante)», relata; y añade ufano: «El jefe ha optado por no acudir al trabajo».
Los establecimioentos hosteleros sí hicieron un buen negocio esa noche porque la prórroga mantuvo la clientela 120 minutos en vilo siguiendo los pasos del equipo de Joachim ogi Löw. Como de costumbre, un grupo de amigos y vecinos se instaló a tiempo en el bar de un centro social para ver el partido, tal y como lo habían hecho a lo largo de este campeonato. «Un 8 a 1 es posible», sostenía uno fanfarrón haciendo alusión a la histórica goleada a Brasil. La prensa había augurado un 2 a 1 para Alemania, pero en la medida en la que el partido se acercó a la prórroga y en proporción a los ataques del equipo de Lionel Messi sobre la portería de Manuel Neuer, crecieron el silencio, el nerviosismo... y el consumo de cerveza. Hasta que por fin, en el minuto 113, el talentísimo Mario Götze metiera `el gol para la eternidad', como lo llamarían los medios de comunicación el día después.
La prensa entona el perdón
Un estruendoso «Tor» rugió desde miles y miles, millones de bocas que otros siete minutos más tarde entonaron la histórica canción de los Queen «We're the champions». Más alegría, más cerveza. Aplausos para cada uno de los «jungs» (chicos) de Löw, el entrenador, pero también para el presidente alemán Joachim Gauck y la canciller Angela Merkel, sobre todo cuando «Mutti» (amatxu en alemán) abrazó cordialmente a cada uno de la selección. El gesto es por un lado un tanto peculiar para una sociedad que no está para nada acostumbrada al contacto físico más allá del apretón de manos. Por otro, marca cierto cambio no sólo en el equipo forjado por Löw, sino también en lo que significan estos mundiales para Alemania.
Por una parte, esta selección se destacó por la ausencia del cualquier protagonismo individualista. Tanto el entrenador como sus jugadores hicieron piña sobre todo ante la crítica que recibían por parte de los medios de comunicación al inicio del campeonato. «Nunca he empezado un comentario, pidiendo perdón, hoy tengo que hacerlo», asumió el comentarista de la radio pública WDR2 el lunes por la mañana, dirigiéndose a Löw, cuyo método de gobernar a sus chicos ahora es estudiando por expertos de recursos humanos en las empresas.
Otro que hace años recibió el peyorativo calificativo de ser sólo un `jefecito', Bastian Schweinsteiger, ahora es bautizado como «el guerrero de sangre que nos ha hecho feliz», en alusión a la serie «Juego de Tronos» y por la herida que sufrió en la cara, tal y como tituló el diario conservador alemán ``Die Welt'' en su página web. Sin duda alguna, el jugador llamó la atención porque seguía jugando a pesar de estar herido y las entradas argentinas que tuvo que aguantar. Otra cosa es que la política y la prensa hacen de su compromiso personal con su deporte en general y esta final en particular.
Los alemanes sacan pecho
Lo que el Gobierno de Merkel sí ha conseguido en ocho años es que hasta cierto punto se ha normalizado el hecho de que los simpatizantes de la selección exhiban con cierta naturalidad insignias nacionales. Cuando en los Mundiales de 2006, en Alemania de repente se colocaron banderitas tricolores en los coches y casas, la reacción de grupos izquierdistas fue muy fuerte. La difícil y contradictoria relación que ante todo la izquierda tiene con el concepto de «nación» y de sus símbolos se debe tanto al nazismo, que pervirtió lo patriótico, como también a la existencia de dos estados alemanes durante 40 años y al hecho de que en Alemania no exista ningún `aberzalismo' de izquierda.
«Super-Deutschland» era un eslogan que se escuchó también este domingo en el centro social de Colonia, vociferado por un grupo de jóvenes que se dedicó asimismo a cantar en voz alta y de pie el himno alemán en un gesto poco común en este país. Sin embargo, no fue secundado por la mayoría de los presentes. Aún así, no se produjo ninguna discusión como tampoco se escucharon comentarios despectivos sobre los argentinos, aunque el árbitro Rizzoli sí salió mal parado. En un cine de Bremen, donde se retransmitió el partido, en cambio, sí se originó una reyerta que dejó varios heridos y un muerto. En otra ciudad alemana, un cohete mal lanzado prendió fuego a una casa. No se tiene constancia de exaltaciones chovinistas aunque también es habitual que la policía tienda a suprimir estos aspectos en sus comunicados de prensa.
Después de un día de descanso, la fiesta continuará hoy en Berlín. En la capital se les recibirá a los campeones en la Puerta de Brandenburgo, cuyo entorno ha sido preparado para que cien mil espectadores puedan estar muy cerca a sus `héroes'. Estos recibirán una prima de 300.000 euros cada uno. En total, la Federación Alemana de Fútbol desembolsará unos 6,9 millones de euros. Aun así no saldrá perdiendo porque la FIFA tendrá que ingresarle unos 26 millones de euros por el título.
La alegría y la euforia le ayudarán también al presidente Gauck y a la canciller Merkel en su propósito de que Alemania asuma un papel más activo a nivel internacional. Los `héroes' que se necesitan también para ello los está fabricando ahora la prensa alemana, empezando con el propio Schweinsteiger. El Estado alemán inmortalizará a la selección sacando un sello especial de 60 céntimos. Otros honores, tal vez individuales, seguirán. La selección germana está en la cúspide del fútbol mundial. Los nuevos héroes del país.

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