Dabid Lazkanoiturburu

Quebec vio salir en 1995 el último tren para lograr la independencia

La política catalana está inmersa en una vorágine vertiginosa que tuvo ayer uno de sus momentos cumbre. Es lo que ocurre, y lo que debe ocurrir, con este tipo de procesos. Porque el tren de la autodeterminación pasa y no tiene fecha de regreso. Y, si no, pregunten a los quebequeses.

El referéndum escocés del 18 de setiembre de 2014 se ha convertido, pese a la derrota final por 10 puntos de los soberanistas, en el principal referente de los movimientos independentistas europeos. Movimientos que asisten con una mezcla de esperanza y ansiedad a la catarata de acontecimientos que se están produciendo en Catalun ya, y que vivió ayer un hito histórico con el debate y aprobación en el Parlament de la Declaración de Ruptura con el Estado español.

Sin embargo, hay otro proceso, del que precisamente se cumplen estos días 20 años, que conviene rescatar del olvido, ya que arroja importantes lecciones para entender el ritmo y la determinación con la que el soberanismo catalán cubre etapas en su proceso político.

El 30 de de octubre de 1995, Quebec celebró su segundo referéndum de autodeterminación, oficialmente sobre la soberanía-asociación (soberanía política acompañada de una unión económica con Canadá).

Tras un recuento de infarto en el que Quebec se vio durante buena parte de la noche como un nuevo país soberano, los partidarios de la separación se quedaron a escasos 55.000 votos de la victoria (49,4% frente a un 50,6% de los unionistas).

150 años de historia

Canadá nació como Estado Federal a mediados del siglo XIX. La Constitution Act de 1867 tuvo como objetivo precisamente buscar una solución a las tensas relaciones entre la mayoría católica francófona de Quebec y la mayoría protestante anglófona de la provincia de Ontario.

Desde entonces, los quebequeses han defendido que cualquier modificación constitucional debería contar con el consenso de ambos grupos, lo que incluiría un poder de veto por parte de Quebec.
Frente a estas aspiraciones constitucionales quebequesas, Otawa optó desde mediados del siglo XX por ir horadando la original naturaleza asimétrica del federalismo canadiense. Frente a este sibilino proceso de asimilación –una asimilación sui generis, toda vez que buena parte de los primeros ministros canadienses, incluido el actual (Justin Trudeau) han sido y son de Quebec–, los nacionalistas quebequeses se organizan en los años 60 y crean el Partido Quebequés.

La victoria electoral de esta formación independentista en 1976 le llevará a convocar un primer referéndum en 1980. El 59% vota «no» y el Gobierno federal aprovecha la derrota soberanista para imponer a Quebec y contra su voluntad una reforma constitucional uniformizadora (Constitution Act de 1982), utilizando incluso sin rubor alguno las reclamaciones de los pueblos originarios com o palanca para negar a los quebequeses sus aspiraciones constitucionales fundacionales.

Tras sendos intentos fracasados de reconducir la crisis entre Canadá y Quebec, el malestar del enclave francófono se evidencia con el nacimiento en 1993 del Bloque Quebequés, una formación que solo se presenta en las elecciones federales y que a partir de entonces copará buena parte de los escaños reservados a Quebec en el Parlamento central. Su hermana, el Partido Quebequés, vuelve a arrasar en 1994 en Quebec y decidirá hacer un segundo intento en 1995.

Tras su nueva pero muy ajustada derrota, el Supremo canadiense, a instancias de Otawa. declara que la separación no puede alcanzarse de manera unilateral, aunque reconoce la legitimidad democrática de un proceso de separación aprobado por una «clara mayoría de votos sobre una cuestión clara y nítida», lo que originaría la obligación constitucional de entablar negociaciones entre el Gobierno federal y Quebec.

Desde entonces, y a lo largo de estos 20 años, el independentismo quebequés ha vivido una época de crisis marcada por la desilusión por las dos derrotas en referéndum y por errores propios, además de por la irrupción de formaciones de nuevo cuño como el NPD federal que le disputa el voto socialdemócrata. A modo de ejemplo, el Bloque Quebequés logró tan solo 4 diputados en las elecciones federales de 2011 y 10 en las de este año, cuando tradicionalmente lograba medio centenar de los 75 diputados. En la misma línea, la arrolladora victoria del PQ en las elecciones de 2012 a la Asamblea Nacional de Quebec y su amago de convocar un tercer referéndum no fue sino un espejismo que se disolvió por errores de gestión y de cálculo electoral cuando el partido sufrió una estrepitosa derrota en 2014 a manos de los siempre presentes liberales quebequeses.

A finales de 2015, y pese a que casi la mitad de los quebequeses insiste en las encuestas en que el enclave tiene toda la capacidad para convertirse en un país independiente, no se espera que el tren de la autodeterminación vaya a recalar por tercera vez y a medio plazo en Montreal.
Hay que coger los trenes cuando pasan. En Quebec, en Catalunya y en Euskal Herria.