Unai PASCUAL

Cumbre de París, ¿éxito diplomático o desastre para el planeta?

El Acuerdo de París puede ser visto como un milagro diplomático, pero también como un desastre para el planeta debido a las grandes sombras que se ciernen sobre él desde el punto de vista de las acciones que se requieren para estabilizar el aumento de la temperatura entre 1,5 y 2 grados.

Protesta en París con motivo de la cumbre. (Alain JOCARD/AFP)
Protesta en París con motivo de la cumbre. (Alain JOCARD/AFP)

Dicen que el elogiado líder del equipo diplomático francés en la cumbre del cambio climático, el ministro francés de Exteriores, Laurent Fabius, tuvo que recurrir a la formula conocida como indaba, método usado por las tribus Zulú y Xhosa de Sudáfrica para llegar a acuerdos difíciles, consistente en reunir a las partes más enfrentadas entre sí, cara a cara, para que cada una identifique claramente sus rayas rojas e identifique soluciones para no traspasarlas. Esta dinámica tuvo que ser utilizada el jueves pasado, 10 de diciembre, dos días antes de que culminase la cumbre, cuando parecía que la negociación entre los 196 países representados iba a encallar y acabar en fracaso. Pero parece que funcionó.

Otras estrategias diplomáticas, que bien parecen pertenecer a películas de intriga y suspense, también tuvieron que ser utilizadas para lograr el acuerdo de última hora, tal y como la creación de la nada de un grupo de países nunca antes formado, autodenominado como la «coalición de gran ambición», liderada por el estado de las Islas Marshall, junto a otras ubicadas en el Océano Pacífico, como Kiribati y Tuvalu, que están seriamente abocadas a sufrir grandes daños debido al aumento del nivel del mar y a una mayor propensión a sufrir las consecuencias devastadoras de ciclones, tal y como lo proyecta para finales de siglo el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático o IPCC (por sus siglas en Inglés). Esta coalición, fraguada por una docena de ministros de Exteriores en julio de este año, y que llegó a aglutinar a más de 100 estados durante la negociación, ha sido un as estratégico guardado en la manga hasta el ecuador de la negociación por parte de la Unión Europea y otros Estados industrializados, así como Colombia, Brasil y México y otros países del Sur global. Una coalición realmente atípica a la que también se unió EEUU y Australia durante las negociaciones, y que pudo sicológicamente asestar un fuerte golpe a los contrincantes diplomáticos como India y China. La coalición tenía entre sus objetivos requerir que el Acuerdo de París fuese legalmente vinculante y contuviese una referencia explícita a tratar de no superar un incremento de 1,5 grados para final de siglo respecto a niveles de temperatura preindustriales, una demanda fuertemente reivindicada durante años por los países del Sur Global más vulnerables. Además, esta coalición pedía que los compromisos de cada estado respecto a los esfuerzos de mitigación de gases de efecto invernadero (GEI) tengan que ser revisados cada cinco años.

Pero China e India rápidamente trataron de quitar fuerza a la coalición no dándole credibilidad y acusándole de lanzar proclamas en vez de argumentos razonables. El gigante asiático e India trataban de mantener una reivindicación básica de los países en vías de desarrollo basada en el principio de «responsabilidad compartida pero diferenciada», algo ya clásico en todas las cumbres del clima hasta ahora. Este principio esta fuertemente unido a la idea de la deuda ecológica, que por supuesto también incluye la acumulación histórica de emisiones de GEI por parte de los países industrializados, y los impactos generados a países en desarrollo. El equilibrio entre estos bloques y la amenaza de EEUU de no aceptar ningún acuerdo legalmente vinculante sobre límite de emisiones de cada estado, supuso algunas de las figuras principales de la partida de ajedrez durante las dos semanas largas que duró la cumbre de Paris. Tampoco debemos olvidar otras figuras del tablero. Por un lado, la financiación prometida en Copenhague a los países en desarrollo para ayudarles a reducir sus propias emisiones de GEI y adaptarse a los efectos de la crisis climática, por un monto de cien mil millones de dólares anuales para 2020, seguía estando en la línea de flotación del posible acuerdo. Los países en desarrollo, con India a la cabeza, seguían insistiendo en que este monto sea realmente adicional a la tradicional ayuda bilateral y multilateral a proyectos de desarrollo económico. Por último, una gran baza para el Sur Global, encabezado por el bloque de los países menos desarrollados era la de exigir, como medida irrenunciable, que además de fondos para la adaptación, se crease un mecanismo financiero efectivo para paliar los efectos irreversibles del cambio climático (sobre vidas humanas, especies, pérdida de tierra, etc.) conocido como «pérdidas y daños» que no pueden ser ya atajados por medio de medidas de mitigación y adaptación. Prácticamente no había lugar a la duda de que todos los países estaban dispuestos a reconocer este último tema como algo íntimamente ligado a la justicia climática, incluido EEUU. Pero, y es un gran pero, EEUU se negaba rotundamente a que este principio de justicia climática estuviese legalmente reconocido debido a las compensaciones gigantescas a las que los países del Norte históricamente contaminantes se verían abocados.

Casi un milagro

Hasta aquí algunas de las piezas clave del rompecabezas de la negociación, sus jugadores principales y las líneas rojas de cada país. Como indicaba al comienzo, las estrategias diplomáticas dieron sus frutos y se ha conseguido lo que muchos analistas podemos considerar casi un milagro diplomático del máximo nivel, sobre todo si echamos la mirada atrás y recordamos el resultado de las anteriores 20 cumbres del clima que no hicieron más que acrecentar la frustración, además de mantener miles de puestos de trabajo para burócratas. Esta vez sí, el acuerdo cuajó. Y nos podemos preguntar si el acuerdo es suficiente o si refleja la ambición necesaria para enfrentarnos a la crisis climática tal y como el establishment, incluidos Obama y Bill Gates, está machaconamente repitiendo cada vez que tiene la oportunidad. Se han conseguido hitos importantes aunque las sombras del acuerdo no son menos importantes debido a una ambigüedad muy calculada, sin la cual, no nos engañemos, no habría habido acuerdo:

En primer lugar, este es el primer acuerdo climático que compromete a la casi totalidad de los países de Naciones Unidas, incluye a los mayores emisores de GEI, y tiene un carácter legalmente vinculante, pendiente de ser ratificado el año que viene y que debería de ser «incorporado» en las legislaciones nacionales de cada estado. No obstante, no existe obligación legal alguna sobre los objetivos concretos que cada estado deba tener sobre el nivel de reducción de emisiones de GEI. Es un acuerdo voluntario desde el punto de vista de esfuerzo a nivel estatal. Para muchos analistas este fue el talón de Aquiles de la cumbre fallida de Copenhague. En segundo lugar, el objetivo es mantener el aumento de la temperatura media mundial «muy por debajo de 2 grados centígrados con respecto a los niveles preindustriales», y de «seguir esforzándose» por limitar el aumento de la temperatura a 1,5 grados. Esta ha sido una victoria para la ciencia y, sobre todo, para los países más vulnerables. El problema es que no se sabe muy bien lo que significan los términos entre comillas. En tercer lugar, se establece un sistema transparente de revisión y monitorización del grado de cumplimiento de los compromisos adquiridos (los llamados INDCs), igual para todos los países, que deberá ser realizado cada cinco años, empezando en 2018, dos años antes de que las decisiones del acuerdo de París entren en vigor. En cuarto lugar, se compromete la ansiada financiación para los países en desarrollo de cien mil millones de dólares a partir de 2020, con un mecanismo paralelo sobre pérdidas y daños; además, el mecanismo adicional de pérdidas y daños ha sido acordado, si bien, sin la responsabilidad legal asociada a la deuda climática de los países del Norte.

Grandes sombras

Si bien podemos hablar de milagro diplomático, también puede ser visto como un desastre para el planeta debido a las grandes sombras que se ciernen sobre él desde el punto de vista de las acciones que se requieren para estabilizar el aumento de la temperatura del planeta entre 1,5 y 2 grados. Hay que recordar que de pronto ya estamos en una situación de aumento medio de temperatura de 1 grado. Según el IPCC para no sobrepasar 1,5 grados, el carbón (usado para generar el 40% de la electricidad en el mundo actualmente) deberá ser dejado en las minas en vez de quemarlo para el año 2030. Algo que resulta difícil de que así sea, cuando países en una senda de crecimiento económico y demográfico como India abren una mina de carbón al mes. También implica descarbonizar todo el sistema de transporte mundial para 2050. Considero que hemos perdido mucho tiempo para alcanzar el reto de los 1,5 grados. Tratar de frenar el calentamiento del planeta a 2 grados requerirá no solamente descarbonizar un sistema económico consumista y derrochador, sino generar una cantidad ingente de emisiones negativas, es decir, apostar por frenar la deforestación mundial para que refuerce de forma espectacular su papel como sumidero natural de carbono. Las cifras son demoledoras: debemos limitar la cantidad de carbono que acaba en la atmósfera por debajo de 595 Gt (gigatoneladas). El problema es que la industria de los combustibles fósiles hoy en día tiene acceso a 2.795 gigatoneladas, es decir, cinco veces más de lo que se debería de usar. Es cuanto menos curioso, si no descorazonador, que en el texto del acuerdo los combustibles fósiles ni siquiera sean mencionados.

Mientras los combustibles fósiles sean baratos, el poder del mercado hará muy difícil contener esta ingente cantidad de combustibles bajo tierra. Los economistas repetimos hasta la saciedad que una de las soluciones está en gravar a los combustibles fósiles por una cantidad equivalente a los costes económicos para el planeta. Según cálculos de investigadores de la Universidad de Cambridge, este gravamen en los países industrializados debería ser de alrededor de 150 dólares por tonelada de CO2 con un incremento anual del 2.5%. Una audaz política fiscal ambiental es necesaria para lograr una significativa disminución de la demanda de combustibles fósiles y que de esta manera se consiga que el lobby de los combustibles fósiles no sea tan sumamente lucrativo.

Aún y todo, creo que podemos descorchar la botella del mejor Champagne francés y tras unos primeros tragos ver la botella medio llena; llena de posibilidades de hacer frente a la crisis climática por medio de una sociedad civil activa y organizada, que incremente la conciencia y la presión a todos aquellos que tienen la sartén por el mango de las decisiones políticas capaces de transformar el sistema económico actual. Si bien Fabius recurrió a las indabas, tenem os que recordar que en Euskal Herria estas son popularmente usadas como hamarrekos en el mus. El órdago a la mayor está echado. Esperemos que no sea un farol. Es la responsabilidad de todos y todas, desde abajo, que no sea así.

Honi buruzko guztia: COP21