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Mari Abrego
Montañero

«En el K-2 conseguí la máxima ilusión de mi vida»

El día 23 de junio de 1986 Mari Abrego y Josema Casimiro alcanzaron la cima del K-2 o Chogori (8.611 metgros), la segunda montaña más alta de la Tierra pero la primera en grado de dificultad. Aquel año murieron 13 alpinistas en su intento de llegar a la cumbre o de regresar al campamento base. Los montañeros navarros realizaron una ascensión en estilo alpino, sin ayuda de ningún tipo, una ascensión legendaria que ahora, al cumplirse 30 años, Mari Abrego rememora para Iruindarra-NAIZ.

Josema Casimiro en la cima del K-2, fotografiado por Mari Abrego.
Josema Casimiro en la cima del K-2, fotografiado por Mari Abrego.

Cuando subisteis a la cima del K-2 tu tenías 42 años y Josema Casimiro 27, y fuisteis los primeros montañeros del Estado español en llegar a la cumbre. ¿Qué recuerdos tienes de aquella ascensión?
Tengo un recuerdo de añoranza y de envidia de mi mismo, por el estado de forma en que me encontraba entonces. Pero también es un recuerdo muy positivo, porque conseguí mi máxima ilusión en la vida. Yo tenía el K-2 idealizado desde que empecé a ir al monte, con apenas 14 años. Para mi, el K-2 era lo máximo, era un sueño, y al ver que lo había realizado, y que salió todo tan bien, te puedes imaginar. Pero lo añoro, no lo puedo evitar.

Empleasteis cinco días en alcanzar la cumbre desde el campo base. ¿Qué fue lo más duro de la subida?
Lo más duro de la subida fue la bajada. Si una ascensión se considera subir y bajar, no tengo duda de que el descenso fue lo más duro y lo más ingrato.  Al principio. la bajada iba tan bonita como la subida. Empezamos a descender muy bien, pero luego se produjo un cambio de tiempo muy brusco, brutal. La tormenta que nos pilló la tengo memorizada. Como detalle anecdótico, recuerdo que la ventisca creaba una especie de  torbellinos de nieve en polvo y se nos metía por las gafas de glaciar que llevábamos. Pero las gafas no soportaban aquello, se me cerraban a causa del hielo. En varios momentos me las tuve que quitar y avanzar con los ojos casi cerrados, por no decir cerrados del todo. Solo dejaba una rendija milimétrica, para que de esa forma no me afectara aquella ventisca tan brutal. Así, con una ceguera casi total, conseguí avanzar.

 



¿Hubo algún momento especialmente crítico?
No recuerdo bien si era la segunda o la tercera noche, pero cuando llegamos al punto del campo 2, montamos la tienda y tuvimos que estar allí dos noches. Estábamos mojados, fatigados, en una situación muy precaria, con principios de congelaciones. Entonces tuvimos que tomar una decisión drástica, pasara lo que pasara. Después de esas dos noches, teníamos que hacer lo imposible para seguir bajando, porque no era soportable estar más tiempo allí. Afortunadamente, conforme íbamos descendiendo todo se iba humanizando más. Llegamos con nuestros medios al glaciar y luego al campo base. Fue un final feliz, a pesar de que allí no había nadie esperando para recibirnos. Recuerdo que nos cruzamos con unos montañeros que iban por el glaciar y eran tan grandes mis deseos de ver a alguien, a una persona querida o conocida, que imaginé que uno de ellos era Gregorio Ariz y me fui encima de él a abrazarle. Era un tipo alemán, o austriaco, y se quedó totalmente sorprendido de mi reacción. Son situaciones que, cuando las vives, parecen normales, pero cuando lo cuentas al cabo del tiempo puede sonar hasta ridículo.

En ese descenso, ¿llegasteis a temer por vuestra vida?
Sí, la verdad es que sí. Cuando tomamos la decisión de que teníamos que bajar irremediablamente era porque estaba en juego la vida. Estábamos empapados, sin comer, se iba acumulando la fatiga y la tensión por el descenso. No teníamos ningún tipo de ayuda ni íbamos a tenerla. En esos momentos temes por la vida, y la única forma de salvarla era ir para abajo pasara lo que pasara. También tuvimos suerte, porque conforme íbamos  descendiendo, fue mejorando el tiempo.

Vamos a volver a la cima, donde estuvisteis más de media hora. ¿Cómo vivisteis aquellos momentos en la segunda cumbre más alta del mundo?
Mis primeros recuerdos al llegar a la cima fueron para la familia, para la mujer y la hija que habíamos tenido unos meses antes. Llevaba una foto de ella y la saqué. En esos momentos no pensé que era la segunda cima más alta del mundo, sino que era lo máximo a lo que podía aspirar deportivamente. Era el no va más. No había nada mayor que aquello, ni más bonito. Tuvimos la suerte de que había buena visibilidad, y a nuestros pies veíamos todo muy pequeño. Habíamos conseguido llegar hasta allí relativamente bien, y eso era una doble satisfacción deportiva. Cuando consigues un objetivo y lo haces de forma bonita, todavía te da más satisfacción. Pero también sabía que no era momento para euforias, porque tenía bien aprendida la lección de años anteriores. Sabía que lo importante era bajar. La euforia la teníamos que guardar para cuando llegáramos al campo base o a Iruñea,. Allí arriba había que estar contento pero mantener la cabeza muy bien templada para poder bajar.



Tras cuatro días de descenso conseguisteis llegar al campo base. ¿Cómo lo celebrasteis?
Fue muy bonito. El recibimiento que nos hicieron fue internacional, porque allí había montañeros de varias nacionalidades, italianos, austriacos, coreanos. Algunas eran personas muy queridas, amigos íntimos nuestros, como Renato Casarotto, su mujer Goretta Traverso, el austriaco Kurt Diemberger y la inglesa Jullie Tullis. Los cuatro eran amigos íntimos antes de la expedición y durante la expedición, como si hubiéramos nacido en el mismo barrio. Ellos nos cobijaron, nos halagaron con sonrisas y abrazos. Ese recibimiento lo tengo muy grabado, porque estas cuatro personas eran casi como familiares, pero luego, lamentablemente, dos de ellos murieron.

Gregorio Ariz también viajó desde Iruñea con vosotros. ¿No se encontraba en el campo base?
Gregorio fue con nosotros pero tenía otros objetivos. La expedición estaba formada por Josema Casimiro y yo, y compartíamos el permiso para ascender al K-2 con Renato Casarotto y su mujer, porque no daban autorización solo para dos personas. Era necesario un mínimo de cuatro, y estos nos dejaron ir con su permiso. Lo que ocurre es que Renatto iba a subir por otra ruta, mientras que nosotros subimos por el espolón de los Abruzzos, que ya conocíamos de un intento anterior. El campamento base era muy internacional. Había muchos italianos, austriacos, coreanos... pero de lengua española no había nadie.

¿Era habitual hace 30 años que dos montañeros solos acometiesen el ascenso al K-2?
No era normal, pero yo ya lo había hecho muchas veces. Había subido así por la cara sur del Aconcagua, en el Mckinley, incluso en el Makalu. Con una buena compañía, con dos personas vale.  A veces, donde hay multitud surgen más problemas. En la cordada al K-2 había un gran entendimiento entre Josema y yo, la confianza era absoluta, y eso te da mucha seguridad. Una cordada de dos personas es buen número, siempre que haya buen entendimiento entre las dos y te conozcas a fondo. Eso es esencial para mi, y aunque requiere más trabajo y cuentas con menos apoyo exterior, tiene otras compensaciones que te satisfacen mucho más. Eres más dueño de ti mismo, más dueño del esfuerzo, incluso de lo que consigues.



¿Recuerdas cómo fue la llegada a Iruñea y el recibimiento que tuvisteis?
Recuerdo que cuando llegamos al aeropuerto de Sondika había familiares y representantes de Kaiku, la firma que había patrocinado nuestra expedición. Yo quería llegar para sanfermines, porque me gustaban mucho y los solía vivir con profundidad, pero para cuando llegamos a Iruñea se habían pasado. También recuerdo que la alegría de nuestra llegada quedó enseguida enturbiada por la noticia que llegó desde Pakistán de que había muerto Renato Casarotto. Se mezcló todo, la alegría de estar en casa y la pena de haber perdido a un gran amigo. Cuando bajamos del K-2, yo tenía principios de congelación en los dedos de la mano, y Josema en el pie. Decidimos volvernos a casa y Renato todavía no había conseguido subir a la cima. Nos despedimos de él y de su mujer y quedamos en encontrarnos algún día en Iruñea o en Italia para celebrarlo. Una vez en Iruñea, nos llegó la noticia de que Renato había muerto tras intentar subir a la cima. Estaba bajando, para hacer otro intento más tarde, y cayó a una grieta enorme. Para cuando llegó ayuda hasta allí, ya había muerto. Y Jullie Tullis también murió allí. Jullie y Kurt Diemberger quisieron subir con nosotros, pero habían ido más tarde y estaban sin aclimatar. Consiguieron subir a la cima del K-2, pero al descender fueron protagonistas de la mayor tragedia que ha habido en esta montaña. Fueron unos días en los que murieron varios montañeros, y entre ellos estaba Jullie Tullis. Aquello fue un auténtico drama.

Treinta años después de vuestra ascensión al K-2 en estilo alpino, ¿crees que fue suficientemente reconocida?
Alguna vez me vienen a la cabeza pensamientos en torno a esa cuestión, pero los he desechado siempre. Yo no quiero entrar en esa dinámica de interpretar las valoraciones que han hecho sobre mi o sobre mis logros en la montaña. Prefiero no opinar. Yo estoy contento con lo que viví, estoy contento con los más cercanos y con la forma en que celebramos aquella ascensión, con cenas y así, a lo clásico de nuestra tierra.

El día 23 de junio se cumplen 30 años exactos de vuestra ascensión a la cima y se ha preparado una celebración especial en Iruñea.
La verdad es que yo no soy muy de fechas ni de datos. Si no me llegan a recordar que era ese día, ni lo sabía. Me ocurre lo mismo con la altura exacta de los campamentos, que nunca las recuerdo porque me resultan un poco superficiales. Yo sé que subimos en junio, a principio de verano, sé que me lo pasé muy bien y que he tenido recuerdos inolvidables, y seguiré con ellos hasta que deje de estar aquí. Yo he pasado momentos duros a raíz de una enfermedad reciente y me he recluido entre los míos, mi familia, mis animales, pero ahora he decidido que voy a acudir a ese encuentro, entre otras cosas porque le veo a Josema con muchísima ilusión. Ya le he dado la palabra de que estaré en esa cena, a no ser que ocurra algún imprevisto que me lo impida.



El día 4 de julio vas a cumplir 72 años. ¿Puedes hacer un pequeño balance de lo que ha sido tu vida deportiva?
Dada mi situación actual, en el balance que hago de mi vida no ocupa un lugar especial el montañismo. Hay muchos pasajes de la vida que me vienen a la cabeza y los he disfrutado. Ha podido ser en una juerga, ha podido ser haciendo montañismo tanto en Himalaya como en Pirineos, han podido ser los partidos de pelota que jugábamos de pequeños entre los amigos... Se mezclan cosas de aparente poca importancia con otras que tienen más importancia de cara al público. De todas formas, mi balance es positivo. Estoy muy contento con lo que he hecho, y aunque la satisfacción absoluta nunca la alcanzas, yo estoy super satisfecho. Cuando repaso mi vida y me asaltan recuerdos de lo que he hecho, me siento orgulloso de mí mismo, aunque reconozco que en algunos aspectos fui un torpe.

Me refería en concreto al mundo del montañismo.
En el mundo del montañismo el K-2 era mi meta total y absoluta desde que empecé a ir a Pirineos con 14 o 15 años. Yo idealicé esa montaña. ¿Por qué? Pues no lo sé. Leía libros sobre el K-2 y me parecía que era como hablar de la Luna o de Marte. Sabía que existía, pero lo veía como algo absolutamente inalcanzable. Lo idealicé y me enamoré totalmente del K-2.  En ese aspecto, es la cima que más satisfacción me ha dado, pero disfrutar he disfrutado en otras muchas montañas, como el Jannu, que nos dio una gran satisfacción a todos los miembros de la expedición. Pero el K-2 te deja una huella diferente, un poso distinto al resto de ochomiles y al resto de montañas. Sigue siendo el número uno de mis logros y de lo que puede aspirar a subir un montañero.

Después de la gran ascensión de 1986, ¿tuviste la tentación de volver a subir al K-2?
Después de aquella subida, mi euforia era absoluta, y mis facultades también. Aspiraba a ascender otras montañas, pero nunca había desechado del todo la idea de volver al K-2. Estaba entusiasmado con esta montaña y había una especie de pequeño reto en la idea de volver, quizás porque no le ví un especial peligro, a pesar de que le solían llamar «la montaña asesina» y pavadas así. A mí me molestaban esas expresiones, nunca las compartí. Me hubiera gustado volver al K-2, pero surgieron otras montañas para hacer, y en esa diversidad también se disfruta. Todas las expediciones las hacíamos para disfrutar, nunca íbamos por obligación.