Karlos ZURUTUZA

Los «héroes blancos» vuelven a Libia

La tripulación del Astral se reincorpora a las labores de rescate en la costa de Libia. Será una travesía marcada por el pánico entre los refugiados y la desconfianza entre las ONG desplegadas en la zona.

Ciertamente había que rebuscar entre una interminable fila de yates de lujo para dar con el Astral. El pasado día 15, los nueve tripulantes del buque de la ONG Proactiva Open Arms se dejaban caer con cuentagotas en la dársena deportiva de Malta. Era la sexta dotación de una campaña que comenzó a principios de julio, y que busca rescatar a los que se lanzan al mar en una patera desde las costas de Libia.

A escasos 100 metros de allí, tres coches diplomáticos –británico, francés y estadounidense– y un grupo de guardaespaldas daban fe de una reunión en una embarcación de la dársena. Malta es, sin duda, un lugar estratégico para los que deciden el futuro de Libia, pero los ocho tripulantes del Astral dan prioridad al presente más inmediato. Sin ir más lejos, Mikel Rojo, enfermero de emergencias de Osakidetza, ha tenido que encajar sus vacaciones en la segunda quincena de setiembre para subirse al Astral.

«Empecé con 18 años de socorrista en la playa de Gros, y hasta hoy. Siempre me llamó la atención el mundo de la cooperación. Para mí es echar una mano, ayudar a los demás», explica este donostiarra de 43 años que ayudó en el terremoto de Haití (2010) con Haurralde Fundazioa, y en Lesbos el pasado enero, ya con Proactiva Open Arms.

«Aquella primera experiencia con ellos en Grecia fue perfecta y no me lo pensé dos veces cuando vi que necesitaban voluntarios en el barco», añade.

La ONG catalana comenzó su andadura en setiembre de 2015 en la isla de Lesbos, con el fin de dar asistencia a la marea de refugiados que llegaba desde Turquía. La labor de los voluntarios sacudió corazones y conciencias, incluida la de Livio Lo Mónaco, el empresario que cedió el Astral a la ONG.

Pocos pensaron que este velero de 30 metros donde un día se bronceaban las élites sería punto de paso para miles de entre los más desfavorecidos del mundo.

Y serán muchos más. Según datos de la Organización Internacional para la Migración, más de 100.000 individuos han llegado a Italia este a través de la peligrosa travesía del Mediterráneo, y cerca de 300.000 esperan en el país norteafricano para hacerlo.

Ricardo Cantero reconoce que las cifras le marean, y que siente «cierta incertidumbre» ante lo que vivirá durante las dos semanas que dura la misión.

«He visto vídeos de rescate en alta mar y también he hablado con compañeros que han participado. Soy una persona muy sensible y todavía no sé cómo voy a reaccionar», admite este obrero de la construcción que vive en un barco amarrado en el puerto de la Barceloneta.

Su daltonismo le había cerrado las puertas del mundo del salvamento por lo que reconoce que la ocasión le cayó del cielo.

«Conocía a Andreu (el capitán) y me ofreció la oportunidad de subir pero lo tenía que decidir en el momento, y así fue», explica el tripulante.

Mentalidad colonial

El mal tiempo en la zona de rescate obliga al Astral a desviar su rumbo y atracar en Zarzis, un puerto a 50 km de la frontera de Libia. «Quedarnos en stand by en la costa de Libia no tiene sentido porque las pateras no salen con este tiempo. Desde aquí estamos a tan solo ocho horas y podemos jugar con la previsión para estar en la zona justo a tiempo», asegura el capitán, Andreu Rul-Lan.

La «zona» en cuestión es una franja de entre 12 y 24 millas náuticas frente a la costa de Libia en la que operan otros siete buques de rescate además de los de las diferentes Armadas. Rul-Lan echa en falta una mayor cooperación entre todos.

«Las ONG colaboran mal entre ellas, principalmente por una cuestión de vanidad. Existe una necesidad de financiación que depende de los resultados, es decir, del número de rescatados», acota este catalán que lleva 26 años en la mar.

Otro de los factores que genera controversia entre las tripulaciones es la forma de trabajar. Al Astral le echan en cara acercarse «demasiado» a la costa de Libia. Para Rul-Lan no hay mejor forma de reducir las posibilidades de perder embarcaciones, pero los cuatro encontronazos recientes con guardacostas libios apuntan a que también podría ser una temeridad. Según Rul-Lan, ONG como Médicos Sin Fronteras están incorporando protocolos de seguridad diseñados tras la experiencia con los piratas somalíes.

«Se está cayendo en una espiral de miedo y desconfianza absurda porque los incidentes se podrían haber evitado reconociendo a la autoridad, y para nosotros es todo aquel que lleva un kalashnikov. Si me dicen que pare, paro, y no intento escapar. ¿Por qué te vas a comportar aquí de manera distinta a como lo harías en cualquier otra costa?», explica el capitán del único barco de rescate que iza la bandera libia en el mástil durante su singladura. Lo hace por respeto no solo con las autoridades locales, también con los pescadores. Un sencillo aviso por radio avisando de una partida, dice, puede salvar muchas vidas.

A pesar de las 12.500 personas que el Astral ha asistido en sus hasta ahora cinco misiones, Rul-Lan insiste en que el objetivo pasa por activar a la opinión publica hacia un problema con nombre propio: «África».

«Olvidémonos de esa mentalidad colonial: no hacemos nada salvando vidas, no somos los ‘héroes blancos que van a salvar a los pobres negritos’. El hambre empujó a cinco millones de irlandeses a emigrar a América en el siglo XIX. ¿Por qué no puede tener el mismo derecho esta gente?», sentencia tajante el capitán del Astral, mientras examina la previsión meteorológica. El viento sur de los próximos dos días sobre la costa de Libia augura nuevos encuentros en alta mar.