Fede de los Ríos

Ellos los vencedores, caínes sempiternos…

Encontrábase este su seguro servidor de ustedes, lectores y lectoras con criterio, paseando por el parque de la Taconera de la ilustre ciudad de Iruñea el pasado miércoles, cuando de pronto a lo lejos, pareciome otear a Marcelo. Marcelo, el compañero celestial y ángel de la guarda del ministro de interior en funciones, el inefable Jorge Fernández Díaz. Corría agitando sus alas como alma (valga la redundancia) que lleva el diablo, perseguido por un cisne con aviesas intenciones de zumbárselo pues, al parecer tanta pluma angelical había confundido al palmípedo en celo y los ruegos y aclaraciones del guardián del ministro acerca de su carencia de sexo, no hacían mella en el deseo del primo de Donald y ambos dos, uno detrás del otro, a la carrera fueronse perdiendo en el horizonte.

Caí en la cuenta que si Marcelo estaba por aquí, el atractivo ministro devoto de tanta virgen y al que Dios le habla de manera habitual no podía estar lejos. Efectivamente, se encontraba en el parque de Antoniutti presidiendo la entrega de la bandera monárquica española a la Guardia Civil afincada en Navarra. Oficiando de madrina de ceremonias, la también vistosa gobernadora Carmen Alba. Después de la entrega de la enseña de las tropas vencedoras tras el golpe militar al cuerpo que tomó activa parte en el mismo, Jorge tuvo a bien aclararnos a los que perdimos la guerra que, efectivamente, perdimos la guerra y que, gente como su papá el teniente coronel franquista Eduardo Fernández, Mola, Sanjurjo y los descendientes que siguieron limpiando España de rojo-separatistas y desafectos, la habían ganado y con la victoria, el derecho al botín de guerra y al mando.

Aunque su tono alambicado y monocorde nos retraiga al NO-DO, sus adustas maneras y crispado gesto pareciéranse fruto de un en exceso apretado cilicio modelo concertina a la altura del escroto, al católico, apostólico y romano Jorge, debemos agradecerle su sinceridad.