Ramón SOLA

Islandia y Noruega, la llave de la conciliación es masculina

Los países más igualitarios del mundo se ubican al norte de Europa. Llevan 40 años de acción legal, pero aún no han llegado a la meta. Ayer detallaron cómo van incidiendo en los hombres, que no cambian porque sí; son aquellos del Día de la Salchicha de 1975.

La historia ocurrió hace cuatro décadas en Reykjavik, y es significativa además de divertida, porque ilustra cómo acciones sociales audaces impulsan cambios políticos y muestra que el norte de Europa no tiene un modelo social más avanzado por inercia histórica desde tiempos inmemoriales, sino que lo ha ido construyendo. El responsable del Centro para la Igualdad de Género de Islandia, Tryggvi Hallgrimsson, contó ayer en Donostia cómo en 1975 las mujeres de la ciudad se echaron a la calle para denunciar la desigualdad en el reparto de todas las tareas. «En nuestro país es fácil protestar pacíficamente, no tenemos Policía armada y podemos tirar al Parlamento plátanos, yogures y cosas así», matizó. Bromas aparte, el caso es que aquellas mujeres «paralizaron la economía durante un día», y en lo sucesivo fue bautizado como «el Día de la Salchicha» porque aquella tarde ese producto «desapareció de los supermercados. Y es que los hombres no sabían cocinar otra cosa. Aquello fue un hito y ha quedado como una especie de mito. Aunque algunos hombres ridiculizaron la protesta, hasta los medios más conservadores entendieron su importancia y tuvo efecto inmediato sobre la legislación». Así es como Islandia aprobó una Ley de Igualdad en 1976 y hoy lidera los rankings mundiales en este ámbito.

Esa ley se ha ido enmendando periódicamente, entre otras cosas para imponer a los hombres medidas de fomento de la conciliación y evitar así que los cuidados familiares recaigan siempre en las mujeres. Así, se estableció que tras el parto la madre dispusiera de tres meses de permiso, el padre otros tres y hubiera tres más a repartirse, pero se comprobó que indefectiblemente era la madre la que escogía los seis o incluso los ampliaba a doce, lo que también estaba permitido.

Con el tiempo se ha conseguido al menos que el 90% de los padres utilicen esos tres meses, «aunque los cojan a trozos: están un mes en casa, vuelven al trabajo, luego otro mes en casa...» En 2011 se introdujo otra campaña centrada en «hacer conscientes a los hombres de que tienen una serie de obligaciones». Pero la filosofía no funciona sin medidas concretas, como esta que sigue: en Islandia las guarderías tienen que dirigirse primero al padre si hay algún problema con su bebé. «Es un gesto pequeño pero tiene implicaciones muy potentes, porque manda una señal clara al padre y también a su empleador», explicó Hallgrimsson.

El caso islandés tiene muchos elementos revolucionarios para nuestra perspectiva. En la parte conceptual, por ejemplo, destaca la estipulación legal del «derecho del bebé a tener acceso a ambos progenitores»; y en lo práctico, que cualquier empresa mayor de 25 trabajadores está obligada a elaborar su propio plan de igualdad.

«Los hombres se quejan más, pero las mujeres también siguen trabajando más», remarcó este experto. Hallgrimsson es responsable de una institución que define como «una especie de fuerza policial» para garantizar los avances hacia la conciliación y la igualdad. Cambiar mentalidades es una labor tremendamente compleja, y en este caso no les señaló solo a ellos sino también a ellas, «porque no se trata de que los hombres hagan más, sino de que las mujeres hagan menos». Puso como ejemplo principal el hogar, donde cree que se está jugando hoy día gran parte de la lucha por la igualdad: «¿Por qué la casa tiene que estar impecable todo el día?», se preguntó.

Noruega: 59 semanas por nacimiento

Noruega suele situarse inmediatamente detrás de Islandia en rankings como el que acaba de renovar el Foro Económico Mundial. Su modelo, bastante similar al de sus vecinos, fue explicado en el Kursaal por Petter Dotterud, representante de la Dirección de la Infancia, la Juventud y la Familia, un órgano gubernamental que no solo combate la desigualdad de género, sino también la del colectivo LGTB, las personas discapacitadas, las minorías nacionales y raciales... El trabajo en este campo se inició también en los años 70 (desde 1978 existen sistemas de apoyo para gestionar la paternidad) y parte igualmente desde los jardines de infancia. Aunque las medidas más llamativas, por lo concreto y por los efectos que desencadenan, vuelven a ser las relacionadas con permisos laborales.

Tras el nacimiento del hijo o hija, los progenitores disponen de un total de 49 semanas de permiso con un 100% de remuneración o, si lo prefieren, de 59 con un 80%. De ese tiempo global, 14 semanas están reservadas exclusivamente para el padre (antes eran 10 y luego 12), y el 68% de ellos agotan el plazo. Además, la madre tiene derecho a una hora libre al día por lactancia.

Cuando van creciendo, nueve de cada diez niños y niñas acuden a una guardería, pública o privada. Y los padres y madres suelen tener diez días al año de permisos laborales para atenderles en caso de enfermedad.

Antes del parto, las embarazadas tienen derecho a permisos remunerados para las visitas médicas y no pueden ser despedidas del trabajo en esos casos. Dotterud añadió un ejemplo concreto: «El banco más importante de Noruega tiene una comadrona corporativa con la que se puede consultar cualquier cosa en el trabajo».

¿Qué se consigue con todo ello? Por un lado, «la gran mayoría de las mujeres embarazadas en Noruega trabajan, están activas», lógicamente mientras puedan hacerlo por motivos médicos o simplemente porque les apetece. Por otro, la tasa de fertilidad de este país es una de las mayores de Europa (ha llegado a superar dos hijos por madre), aunque se considere aún insuficiente, gracias a que las facilidades para conciliar son evidentes.

Como se subrayó durante la primera jornada de este congreso, en realidad bajo todo ello hay una concepción de los derechos y de la igualdad, pero también un cálculo económico: «Si las mujeres son mayoría en educación terciaria (en torno al 60%), sería un desperdicio total no incluirlas luego en el mercado laboral», dijo el noruego. Y para materializarlo, también se precisa mucho más que medidas legales: «En esto se implican instituciones, empresas y sindicatos, los tres; ha habido que crear un interés común», señaló Petter Dotterud.

Algo similar había apuntado media hora antes su colega islandés: «Esto al principio cuesta dinero, evidentemente –reconoció– pero hay que pensar en el largo plazo. Y también trabajar en muchos campos simultáneamente. No quiero ofender a nadie, pero sabemos que las empresas no son de fiar, no podemos esperar a que ellas tomen la iniciativa». Hizo hincapié aquí en que la activación social es indispensable para que «los gobiernos de turno despierten», como ocurrió allá por 1975.

Y aun así, queda mucho

Aunque llegados a este punto pudiera parecerlo, las intervenciones de Hallgrimsson y Dotterud no fueron nada autocomplacientes. Al contrario, el islandés comenzó remarcando todo lo que queda por lograr. Aquí las preocupaciones de los dos países nórdicos también vuelven a ser comunes: los potentes índices de natalidad han bajado tras la crisis de 2008 y ello pone en riesgo el actual Estado de Bienestar por el envejecimiento paulatino de la población. Son, claro está, preocupaciones de países acostumbrados a mirar a largo plazo. También constatan que sigue sin lograrse la igualdad salarial, que no se erradica la violencia machista...

Tras la imagen de aquel famoso Día de la Salchicha en que empezó todo, Tryggvi Hallgrimsson proyectó en el Kursaal la imagen de otra movilización, celebrada este pasado lunes en la capital islandesa. Reclamaba el final de la brecha salarial, así que dejó muy claro que «Islandia no es un paraíso en igualdad de género, y el mayor problema es el mercado laboral».

En el caso de su país, solo el 66% de las mujeres que trabajan fuera de casa lo hacen a tiempo completo, mientras entre los hombres la tasa sube al 87%. «Esto influye en esa brecha», explicó. En Noruega, los ingresos salariales de las mujeres son el 85% de los de los hombres, y tiene que ver igualmente con que «cuatro de cada diez mujeres trabajan a tiempo parcial. Es un problema».

Hallgrimsson incluyó como asunto paralelo a afrontar la evidencia de que «las mujeres se encargan habitualmente de los trabajos que tienen que ver con el cuidado de las personas». Y Dotterud añadió que si bien ellas ocupan más pupitres en la educación terciaria, «siguen los estereotipos en lo que respecta a la elección educativa».