Ingo NIEBEL

Cómo la delegación del Govern en Berlín blinda el «procés»

El Govern de Catalunya mantiene nueve delegaciones en el exterior que atienden a diez naciones con Estado más la Unión Europea. La prensa dominante española las llama «embajadas catalanas» y considera su existencia un derroche. El Ejecutivo catalán se muestra más humilde y atendiendo al protocolo internacional las denomina delegaciones. En Berlín mantiene una de estas representaciones. Simplemente por la mala prensa que reciben, una visita es obligatoria.

No es ningún secreto que el amplio movimiento independentista de Catalunya tiene su hoja de ruta para dotar a la nación catalana de un Estado propio. El día antes de Nochebuena acordó sus metas para 2017. Después de que el Tribunal Constitucional se cargase el nuevo Estatuto de Autonomía, el independentismo catalán no sólo ha logrado concienciar a un amplio sector de la sociedad, sino también ha procedido a asentar las bases para explicar este proceso democrático en el exterior. Aunque el futuro del Estado catalán se decide al sur de los Pirineos, su germen requiere ya protección contra la peculiar «operación diálogo» del Gobierno de Mariano Rajoy, lo que incluye todo el apoyo política y diplomáticamente posible desde fuera. Antes de que lleguen las inhabilitaciones en masa de representantes democráticamente elegidos, la polifacética comunidad catalana en Alemania se ha mostrado muy activa en este país centroeuropeo a la hora de apoyar el procés. Su cara más conocida ha sido Pep Guardiola cuando era entrenador del Bayern München. Sin embargo, la red de catalanes en la República Federal de la canciller Angela Merkel la conforman los Casals Catalans, los lectorados de catalán en las universidades, las peñas blaugranas y la estructura de la ANC, todas ellas independientes de la delegación.

A ella se llega desde la estación central de la capital alemana en sólo 15 minutos, primero en suburbano y luego unos pocos metros andando hasta la Charlottenburger Strasse, la calle paralela a la céntrica Friedrichstrasse, famosa por sus tiendas de lujo. El número 18 es un edificio multicolor de varios pisos en cuya entrada luce la insignia oficial de la Generalitat de Catalunya. La señalización en el portal y en el ascensor indica bien el camino a la oficina alquilada por la delegación y otras entidades catalanas. Nada más entrar, llama la atención una gran foto del compositor catalán Pau Casals, tomada en la sede de la ONU en 1971, cuando recibió la medalla de la paz de las Naciones Unidas. Al lado hay una cita en catalán, alemán e inglés de este músico y defensor de la democracia y de Catalunya contra el régimen franquista, en la que explica que su nación catalana era la mayor porque tenía ya un Parlamento democrático en el siglo XI, «antes que Inglaterra». Un sofá delante de esa histórica imagen invita a reflexionar sobre esas palabras y el lugar que los catalanes de nuestros días aspiran a ocupar en un futuro próximo. Uno de ellos es el president, Carles Puigdemont, cuya foto oficial se halla a la izquierda del sofá. Entre ambos se sitúan dos banderas, la catalana y alemana, hechas de buena tela y colgadas de dos astas de madera. Se respira aire de Embajada, pero no de una manera artificial, sino más bien modesta, con la convicción de que en este lugar se trabaja para un objetivo viable.

Una delegada berlinesa

La delegada del Govern, Marie Kapretz, me invita a pasar a su despacho, situado en una esquina del edificio, de tal forma que le entra la luz –y el ruido del tráfico berlinés– por dos lados. La decoración es decente y práctica, una mesa de trabajo, otra para conferenciar y una esquina con sillón y sofá para conversar. Quedamos en hablar en castellano para facilitar la redacción de este reportaje. En catalán me habría sido difícil y en alemán posible, porque Marie Kapretz nació en la parte occidental de la capital algo más de una década antes de la caída del Muro. Este proceso lo vivió en primera persona como también el idealismo político de entonces, del que ella se impregnó.

Pero la joven alemana decidió marcharse a Catalunya para estudiar diseño gráfico en la Escola Massana de Barcelona. En este trayecto pasó un mes en Bilbo entre estudiantes de Bellas Artes. Reconoce que la estancia le dio «unos impulsos realmente importantes», porque chocó con «temas con los que no me había encontrado nunca». Eran los tiempos en los que se descubrieron los cuerpos de Joxean Lasa y Joxe Zabala, los crímenes de los GAL... También el debate sobre si la tortura era algo aislado o más bien una práctica sistemática era nuevo para la alemana, como lo era la existencia del euskera. «Admiraba, como también admiro en Catalunya, el activismo que hay en pro de la lengua, de la cultura propia y por recuperar las costumbres después de un proceso de querer exterminarlas» recuerda. De vuelta a tierras catalanas aprendió el catalán. «Si vienes de fuera y te adaptas, a cambio de la hospitalidad que encuentras en Barcelona creo que lo mínimo es hacer un esfuerzo para aprender la lengua del lugar», explica.

La vida le llevó en febrero de nuevo a su lugar de origen, encabezando la delegación. En este espacio trabajan once mujeres y dos hombres. Junto a la delegación hay tres instituciones más: está la Catalonia Trade Invest, dependiente de la Consejería de Industria, que emplea en alemán la denominación «Ministerium» ya que los alemanes no distinguen entre Ministerio y Conselleria. Le acompañan el Instituto Catalán de Industrias Culturales y el Institut Ramon Llull, cuyas tareas son comparables con las del Etxepare Euskal Institutoa. «Lo que estamos haciendo es acelerar la economía catalana de tal manera que cada euro invertido en acción exterior se revierte en cuatro euros en aumento de productividad en la economía catalana», esgrime como una de las razones de ser de la delegación, adscrita al Departamento del conseller de Asuntos Exteriores, Relaciones Institucionales y Transparencia, Raül Romeva.

Una carrera de obstáculos

Preguntada por la relación con las embajadas de los estados español y francés, Marie Kapretz responde: «La relación es, digamos, de respeto mutuo. Estoy contenta de poder decirlo. A lo mejor no es así en todos los sitios». Es una respuesta digna de una diplomática, porque evita a echar leña al fuego. Por supuesto, la diplomacia española no cesa en su esfuerzo para evitar que Catalunya pueda expresar su punto de vista ante representantes alemanes, según confirman otras fuentes de solvencia. Más de una vez, esa imposición española ha fracasado. Aún así el terreno es difícil para la acción exterior catalana, ya que desde finales del siglo XIX la política exterior alemana opta por un Estado español en sus actuales fronteras como aliado. Merkel considera la «cuestión catalana» como un asunto interno del Estado español en el cual no quiere meterse porque necesita a Rajoy para otros fines políticos. Sus gestos y declaraciones sintonizan con el mensaje único de Madrid, pero fue su correligionario cristianodemócrata y canciller Helmut Kohl quien promovió la independencia de Croacia y Eslovenia porque encajaba en sus intereses geopolíticos.

De hecho, la fábrica pensadora del Ejecutivo alemán, la Fundación Ciencia y Política (SWP), analiza públicamente el proceso catalán desde dos ángulos diametralmente opuestos. Uno de sus académicos defiende la celebración de un referéndum como salida de la actual situación, mientras que una compañera suya opta por el federalismo para mantener a Catalunya en el marco constitucional vigente. Marie Kapretz sigue de cerca este debate. «Un alemán que conoce el federalismo alemán y ve que funciona desde hace medio siglo puede tender a pensar que eso es un modelo bueno para exportarlo al mundo», apunta. Reconoce que este punto de vista está muy extendido entre la élite política alemana, pero al que opone la posición catalana, según la cual la federalización del Estado español no es posible. «Mi rol es también superar estos obstáculos de comunicación intercultural», dice.

Su punto de partida es sin duda inferior a la del embajador español, pero no parte de cero, porque Catalunya tiene acuerdos bilaterales con los estados federales de Baden Württemberg y Baviera. Preguntado por la relación con el Gobierno alemán y el Ministerio de Exteriores del socialdemócrata Frank-Walter Steinmeier, la respuesta de Kapretz es escueta y diplomática a la vez: «Tenemos contactos y estoy segura que nuestro mensaje llega a donde tiene que llegar».

Pocos días después de la entrevista, se hacen realidad estas palabras. En vísperas de la cita judicial de la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, el diputado socialdemócrata del Parlamento regional de Renania del Norte Westfalia, Bernhard von Grünberg, se posiciona abiertamente en contra. Mediante una carta se dirige personalmente a varias decenas de políticos alemanes, incluido al ministro federal de Justicia, Heiko Maas (SPD), para informarles de los pormenores del proceso. Debido al abundante material, elaborado por la delegación en alemán, por cierto, ninguno de los receptores de la misiva de Von Grünberg podrá decir que desconoce la falta de democracia en el Estado español. Marie Kapretz resume así el impacto del «caso Forcadell» en lares germanos: «Creo que da una señal muy clara de que en el Reino de España existe otra cultura democrática diferente a la de Alemania».

Cinco siglos de relaciones

Es obvio que el Gobierno y el Ministerio de Exterior alemán no van a intervenir abiertamente en la «cuestión catalana» hasta que las circunstancias les obliguen a adaptar su actual posición. Mientras tanto se preparan para celebrar el centenario de las relaciones comerciales entre los estados alemán y español en 2017. «¿Habrá lugar para Catalunya?», pregunto a la delegada en Berlín. Me responde con un gesto de comprensión y compasión mutuo, que el comercio entre su nación y la alemana data de mucho antes. Como prueba muestra el facsímil de un diccionario catalán-alemán, editado en 1508 para comerciantes de ambos pueblos.

Al concluir la entrevista me pasa abundante información en alemán sobre su país de adopción, entre la que destaca un folleto que detalla que Catalunya es geográficamente tan grande como Bélgica, con un PIB similar al de Finlandia, con el mismo número de habitantes que Suiza y con tantos hablantes de catalán como hay personas que se expresan en sueco. El mensaje es claro: Catalunya podría perfectamente ser un Estado más en la Europa actual. Falta el reconocimiento internacional que culminará este proceso, cuyo camino ayuda a allanar también la delegación de Berlín.