Dabid LAZKANOITURBURU

Triunfalismos, comparaciones y reflexión estratégica

El hecho de que personajes políticamente tan peligrosos como Geert Wilders queden por debajo de sus expectativas electorales siempre es una buena noticia. Otra cosa es que, tras el shock por el Brexit y el triunfo de Donald Trump en EEUU, los mismos que posiblemente inflaron esas expectativas caigan ahora en el error contrario de magnificar su «derrota».

Una «derrota» dulce, si tenemos en cuenta no solo que el PVV ha sido la segunda fuerza más votada sino que los ganadores, los liberales del primer ministro Mark Rutte, han logrado aguantar el tipo pero a costa de rivalizar con el propio Wilders en intransigencia con los refugiados y, en plena campaña, con la minoría turca.

Más allá del electoralmente complejo y abigarrado escenario holandés, quien piense que el freno a la irrupción de Wilders anticipa la derrota de Marine Le Pen en la primera vuelta de las elecciones francesas peca de temerario. Y no solo porque el Frente Nacional no es una invención –como quien dice– de ayer mismo y ya disputó la segunda vuelta con su padre, Jean-Marie Le Pen, contra Jacques Chirac. Los escándalos de corrupción, no exclusivos de él pero personificados en François Fillon, se suman a una crisis existencial de la V República, tanto a izquierda como a derecha, lo que podría desencadenar lo que se conoce como la tormenta perfecta.

De vuelta a Holanda, un primer análisis de los resultados no abona una comparación a diestra y siniestra con el Estado francés, por lo menos por lo que toca al centroderecha. Aquí parece cumplirse el axioma de que cuando la extrema derecha presiona, es la derecha, en sus distintas expresiones, la que sale fortalecida. Es el caso no solo del VVD de Rutte sino de formaciones de la democracia cristiana (CDA), e incluso grupos católicos (CU) y protestantes rigoristas (SGP), que parece tendrán la llave para la formación de Gobierno en La Haya.

Por contra, el batacazo de la izquierda socialdemócrata es demoledor. Y el Partido Socialista es incapaz no solo de acoger esa fuga de votos sino de capitalizar siquiera parte de la altísima movilización del electorado contra Wilders. Que formaciones como los liberales progresistas de D66 y los ecologistas del carismático líder Jesse Klaver sean las beneficiarias debería dar que pensar a unos y a otros. A los que dilapidaron su historia abrazando el social-liberalismo. Y a los anclados en la nostalgia del asalto al Palacio de Invierno.