Naiz

Dudas, fricciones y convicciones a cinco meses del referéndum

El momento catalán viene, como cada primavera, marcado por los nervios sobre lo que pueda ocurrir en un setiembre plagado de incógnitas y esperanzas. Pese a las dudas, el rumbo se mantiene.

El proceso catalán es en cierta medida miope. Cuando cada setiembre millón y medio de personas se plantan delante suyo, no tiene problema en enfocar con nitidez el quid de la cuestión: una mayoría de la ciudadanía quiere votar para decidir el futuro político del país. Pero cuanto más lejana en el calendario queda la Diada, más borrosa se hace su imagen. Sin unas buenas gafas a mano, cada primavera afloran, junto al polen y la alergia, los nervios en las filas soberanistas.

Las dudas. Entre ellas una, colosal, omnipresente y sin respuesta honesta posible: ¿Se va a celebrar el referéndum anunciado para setiembre? El compromiso existe, tanto ante la sociedad catalana como ante la comunidad internacional. No intentarlo sería un ridículo y la dirigencia catalana tiene tatuada la cita del president Tarradellas: en política se puede hacer de todo menos el ridículo. Habrá fecha y pregunta y, sin duda, en setiembre Catalunya volverá a acaparar las portadas. Veremos si es por la celebración del plebiscito o porque el peligro de acabar haciendo un nuevo 9N precipita otros desenlaces. En el peor de los casos, unas elecciones autonómicas sin siquiera barniz procesista; en el más divertido, una Declaración de Independencia y que sea lo que Merkel quiera.

La incógnita mayor genera a su vez dudas secundarias: ¿Cuál será la pregunta del plebiscito? ¿Existe realmente una mayoría independentista capaz de ganar un referéndum? ¿Habrá funcionarios dispuestos a desobedecer las órdenes del TC? ¿Cuál será el papel de los comuns en el referéndum?

Por partes.

La pregunta será binaria (Sí o No), pero su formulación final no se conoce a día de hoy. En forma de globo sonda, el president, Carles Puigdemont, planteó hace algunas semanas en una entrevista en el extranjero la posibilidad de invertirla y hacer que el No a la independencia pueda contestar que Sí: «¿Desea usted que Catalunya siga formando parte del Estado español?». Será difícil que acabe siendo esa la pregunta, pero más rara fue la del 9N y por la misma razón: atraer a los contrarios a la independencia, en especial los comuns.

Objetivo: 80%

La última ocurrencia de este espacio político para escurrir el bulto ha sido pedir que el plebiscito tenga el visto bueno de la Comisión de Venecia, órgano del Consejo de Europa autor del decálogo del buen referéndum. Obviamente, una consulta desobediente hecha contra la legalidad española no cumplirá las condiciones ideales.

La ambigüedad de los comunes desespera al independentismo e incomoda mucho a sus protagonistas. Conviene no olvidar dos cosas: primera, no existe hoy en día en Catalunya alternativa de gobierno posible que se sitúe fuera del derecho a decidir. Segunda, el principal label democrático que Catalunya puede esgrimir a favor del referéndum es que cuenta con el apoyo del 80% de la ciudadanía, algo que incluye a los comuns. Aquí resulta clave el trabajo del Pacto Nacional por el Referéndum, cuyo trabajo concluirá a lo largo de este mes, después de haber recogido 400.000 firmas a favor del referéndum. En sus manos –y en las del Govern– está escenificar correctamente la enésima negativa de Madrid al referéndum pactado que propugnan y hacer así más sencillo el tránsito de parte de los comuns del plebiscito pactado al desobediente.

En cualquier caso, paciencia y buenos alimentos, la balanza no se decantará hasta el último momento, cuando Ada Colau y los suyos valoren qué posición les genera más fugas.

¿Existe una mayoría independentista? Dedicados tantos esfuerzos a poder realizar el ejercicio democrático de votar, se olvida que los referéndums, además de hacerlos, hay que intentar ganarlos. Hasta ahora, el independentismo no ha conseguido más del 50% de los votos, por lo que el reto de ensanchar el espacio soberanista no es cosa menor. Al otro lado, cada dos semanas llega, como un reloj, un sondeo que augura la derrota independentista. Tramposo ejercicio de los mismos que niegan la consulta: ¿Para qué preguntar en referéndum si puedes derrotar al soberanismo en una encuesta?

Coalición poco pacífica:

Las fricciones principales se dan entre socios. Junts pel Sí no enterró la guerra entre la exCDC y ERC por la hegemonía política catalana. La soterró durante un tiempo, y ahora ya ni eso. Hace unas semanas, una grabación filtrada exponía al número dos del nuevo partido convergente (PDECat), David Bonvehí, diciendo que si el proceso fracasa, presentarán un candidato autonomista. Esas cosas que todos saben y que tan feas quedan en voz alta. PDECat acusó a ERC de la filtración.

La tensión se eleva irremediablemente al Govern. La discusión sobre quién convocará el referéndum –con la amenaza de una posible inhabilitación en caso de fracaso– se solapa con las dudas acerca de la lealtad de algunos consellers –el de Interior, Jordi Jané, con los Mossos a su mando, es clave–. Una zozobra que Puigdemont trató de conjurar hace dos semanas llevando a firmar a todos los altos cargos del Govern su compromiso con la hoja de ruta hacia el referéndum, en una suerte de acto exorcizante. Las precauciones para no exponer a funcionarios rasos son lógicas, pero tener cargos públicos obstaculizando el camino hacia el plebiscito sería un imperdonable tiro al pie. La función de incansable «pepito grillo» de la CUP, desesperante para el Ejecutivo, cumplirá un importante papel en este sentido.

Navegar la incertidumbre

Las convicciones, varias, variadas y breves. La primera, saber vivir con la incertidumbre va a ser clave. Esto es una partida de nervios y el que primero se precipite puede acabar pagándolo caro. También el Estado, que tendrá que medir bien hasta dónde lleva la judicialización del proceso. Imputar a un diputado de los «comunes» no parece lo más inteligente en ese sentido, visto que, desde la sentencia del Estatut, los jueces han sido uno de los principales combustibles del salto catalán.

Y es que sí, Catalunya lo tiene realmente difícil, pero conviene no sobrevalorar las facilidades de un Estado que lo ha fiado todo a afinar la Fiscalía y sacar a relucir las inmensas corrupciones convergentes –las reales y las ficticias–. Volveremos a ver operaciones espectaculares que volverán a no afectar al proceso.

Con todo, más allá de dudas y fricciones, y con las incógnitas lógicas que genera un camino nunca transitado, la imagen bien enfocada muestra un soberanismo en marcha hacia la cita de setiembre. La semana pasada, suma y sigue, se aprobó modificar el reglamento del Parlament para poder aprobar de forma exprés las leyes de desconexión y este domingo la ANC ha anunciado una nueva y masiva movilización ciudadana para el 11 de setiembre, clave última y primera para el difícil éxito del soberanismo catalán.