Dabid LAZKANOITURBURU

El frente suní de Trump

Con los cadáveres de la última salvajada del ISIS aún calientes, y mientras la opinión pública británica, y occidental, se pregunta qué demontres hacen sus gobiernos apoyando a un régimen wahabita cuyas conexiones con el yihadismo son como mínimo doctrinales –cuando no financieras–. Arabia Saudí anuncia su ruptura y la de sus aliados con Qatar, al que acusa de apoyar «a grupos terroristas como Hermanos Musulmanes, Daesh (ISIS) y Al Qaeda».

Qatar nunca ha negado su apoyo histórico a la cofradía islámica, que se evidenció desde Túnez a Siria, pasando por Libia y Egipto, durante las malogradas primaveras árabes. Tanto Arabia Saudí como Emiratos Árabes Unidos y Bahrein retiraron a sus embajadores de Doha en 2014 tras la denuncia por parte de Qatar del golpe de Estado contra el Gobierno de los Hermanos Musulmanes en Egipto.

En esta línea, sorprende poco que el régimen del rais egipcio Al-Sissi se haya sumado a esta iniciativa saudí, que también ha hecho suya el Ejecutivo del este de Libia liderado por el exgeneral gadafista Jalifa Haftar. «Dios los cría...».

En este caso, todo apunta a que este acuerdo tiene como principal muñidor al presidente Donald Trump, consciente o inconscientemente (¿se habrá acordado de que Qatar alberga la mayor base militar estadounidense en el mundo árabe?). En su reciente visita a Riad, el inquilino de la Casa Blanca ha apuntalado a los Saud –a cambio de suculentos contratos militares– y ha sentenciado que él no está para juzgar lo que esos regímenes hacen con sus respectivas poblaciones.

Y es que Arabia Saudí y Bahrein acusan, asimismo, a Qatar ni más ni menos que de sostener a sus discriminadas poblaciones chiíes –mayoritaria en el caso bahreiní– e incluso de ayudar a los rebeldes hutíes (chiíes) en Yemen. Estas acusaciones son falsas, pero traslucen el malestar saudí por la política internacional autónoma del pequeño pero rico emirato qatarí, no solo respecto al islam político sino incluso en relación a Irán.

El emir Tamim denunció hace una semana como un ataque informático la inserción en la agencia de prensa qatarí de declaraciones que ponían en su boca críticas a, entre otras cosas, el frente saudí contra Irán. Tras la ruptura de relaciones con Qatar la pregunta es obligada: ¿Fue un acto de piratería o una inoportuna filtración?