Beñat ZALDUA

¿Elecciones en mayo?

Un ultraligero con un falso piloto al mando, un maletero sospechosamente cargado, un camino rural fronterizo con un pastor extraviado o una tortuga ninja en las cloacas cercanas al Parlament. La posibilidad de que Puigdemont regrese a Barcelona y sea investido president antes de ser detenido es una pesadilla para los dirigentes del Estado español. Una obsesión perturbadora que les está llevando a no ahorrar en ridículos. Ni un céntimo.

Después de conseguir burlar su vigilancia para votar en el referéndum del 1-O, y después de eludir la prisión preventiva refugiándose en Bruselas, los poderes del Estado han convertido la investidura de Puigdemont en un asunto personal. Y como tal, más que en términos políticos, vivirían el regreso triunfante de Puigdemont como una humillación personal. Y por ello prefieren olvidar que es el único candidato con los apoyos suficientes para ser investido.

Es probable que en el seno del independentismo catalán siga pendiente un análisis reposado y sincero sobre la gestión posterior al 1-O, pero en Madrid se puede decir exactamente lo mismo acerca del resultado del 21D. En un arranque de sinceridad o de inconsciencia, Cospedal ya apuntó durante la campaña que las elecciones se convocaron «para que las gane el constitucionalismo», pero nada ha ocurrido en Catalunya tal y como debía ocurrir según los planes de nadie –un alivio frente a tentaciones conspiranoicas–.

Con todo, hay una diferencia entre los errores catalanes y los españoles, y es que los segundos tienen un Estado en sus manos para subsanarlos, incluido un poder judicial empeñado en enmendar lo que los catalanes votaron en las urnas. Esa diferencia en la correlación de fuerzas hace necesario recordar que, más allá del placer íntimo de ver a un Estado cocerse en sus propias obsesiones, imposibilitar la investidura de Puigdemont por tierra, mar y aire –literalmente– tiene una cara B que condiciona, y mucho, al independentismo.

El principal resultado –al margen de la presión a la que somete a la Mesa del Parlament desde el primer minuto– es que la investidura de Puigdemont se ha convertido prácticamente en la única opción para el independentismo. Durante las últimas semanas se habían propuesto, con la boca más bien pequeña, opciones intermedias que pasaban por elegir formalmente president a otra persona y que esta asumiese un papel ejecutivo secundario en favor de Puigdemont, que ejercería de president desde Bruselas, pero sin una investidura formal susceptible de ser rápidamente tumbada por los tribunales españoles. No hay que olvidar que es Felipe de Borbón el que pone la firma final al nombramiento de un presidente autonómico.

La obsesión del Estado ha hecho que, de rebote, cualquier opción que no sea investir a Puigdemont sea leída como una derrota para el independentismo, por lo que el margen para planes secundarios se ha reducido de forma inversamente proporcional al que se ha ampliado la opción de que, si no se consigue investir a Puigdemont, la alternativa sea la repetición electoral. Es pronto para saberlo, pero es una opción que gana peso ante el empecinamiento del Estado en no respetar los resultados del 21D. Serían las cuartas elecciones en cinco años y medio.