«Lo que confiere universalidad a la obra de Cavafis es su falta de certezas»
Nacida en Patras en 1954, pasa por ser una de las voces más singulares de la literatura griega contemporánea. Autora de siete novelas y un libro de poemas, con «Zigzag entre los naranjos amargos» ganó el Premio Nacional y el Premio de la Crítica de su país. Acaba de publicar «Qué queda de la noche», una aproximación a la figura de Cavafis que la ha hecho acreedora del Premio Mediterráneo de Literatura 2017.

En su novela, Cavafis asume que, partiendo de un simple detalle, es posible contar el ciclo de la vida. Siguiendo esta misma estrategia usted ha escogido tres días en la vida del poeta para acercarse a una personalidad compleja. ¿Por qué?
A la hora de acercarme a la figura de Cavafis no me interesaba hacerlo desde una perspectiva histórica ni biográfica, sino con la intención de despejar un enigma. Las jornadas que pasó en París en 1897 constituyeron el único viaje turístico que realizó en su vida. Hay muy poca información sobre esos días, únicamente consta el nombre del hotel donde se alojó y las fechas de su estancia. Sobre este vacío quise especular acerca del impacto que pudo llegar a producirle aquel fastuoso París de finales del XIX. En 1984, yo organicé una exposición sobre Cavafis en Roma y entre los materiales que reunimos figuraban unas notas que él escribió, por aquellas fechas, en las que se impelía a sí mismo no volver a sucumbir. Pero, ¿no sucumbir ante qué o ante quién? Hay muchas interpretaciones al respecto pero lo que parece un hecho es que, recién cumplidos los 30 años, Cavafis era alguien que vivía bajo presión. Esas circunstancias fueron las que me llevaron a interesarme por ese momento concreto de su vida.
¿Aquella estancia en París fue determinante de cara a perfilar su personalidad poética?
En mi caso es un mero pretexto argumental. Lo que sí es verdad es que hasta entonces casi toda la producción poética de Cavafis era bastante débil, mediocre incluso. Fue justo unos meses después de aquel período cuando empieza a emerger el escritor que conocemos. ¿En qué medida pudo influir París en su persona y en su poesía? Nadie lo sabe. Pero mi motivación no fue buscar una respuesta a esa pregunta sino reflexionar sobre el joven inseguro, atormentado y lleno de dudas que fue Cavafis antes de convertirse en ese anciano de gesto circunspecto cuya imagen ha trascendido.
En esas tres jornadas que usted evoca no ocurre aparentemente nada trascendente que haga evolucionar la personalidad de Cavafis más allá del conflicto interior que vive el personaje.
Es que es justamente sobre ese conflicto sobre el que he querido proyectar mi mirada. No me apetecía incidir en la personalidad política de Cavafis, ni en las circunstancias históricas que le tocaron vivir. El tema central del libro es el proceso de creación artística y literaria y la incidencia que el deseo, en particular el deseo erótico, tiene sobre dicho proceso. Olvidándonos que se trata de Cavafis, mi novela habla de las tensiones que se dan en un joven poeta inmerso en una fase de búsqueda para encontrar su propia voz.
¿Se reconoce en este conflicto?
Me reconozco en Cavafis en el sentido de que él no tuvo nunca un talento explosivo sino que su lírica, exquisita y depurada, fue producto de muchos años de trabajo, revisiones sistemáticas, correcciones continuadas, afán de perfeccionamiento. También conecto con él a la hora de asumir el proceso de creación literaria como la expresión íntima de un deseo. En el fondo, uno escribe para ser amado.
¿La aspiración de todo escritor es liberar sus propios deseos?
Sí, pero con una particularidad. Cuando escribes tienes que encontrar la forma de interesar y conmover a personas que pueden no compartir tus mismos deseos. Eso es para mí lo interesante. Si los escritores nos dedicásemos solo a enunciar aquello que nos aflige o nos apasiona, nuestros textos no tendrían ningún valor. El desafío que se nos plantea es descubrir la mejor manera de llevar a cabo esa expresión de tus deseos. La creación literaria es un proceso muy fatigoso, de hecho yo odio escribir pero, al mismo tiempo, hacerlo me permite salir de mi caparazón, demostrarme a mí misma que existo, que tengo cosas que decir y que sé cómo hacerlo. Si no fuera por esas búsquedas a las que me obliga el hecho de escribir, mi vida no tendría ningún equilibrio.
A la hora de compartir esas emociones me imagino que todo escritor busca que su obra tenga un alcance universal. Sin embargo, Cavafis logró este objetivo quedando prácticamente recluido, el resto de sus días, en Alejandría, un lugar que le asfixiaba.
Uno puede encontrar la inspiración, o el aburrimiento, lo mismo en París que en su aldea. Probablemente si Cavafis hubiese sucumbido a esos deseos de cosmopolitismo que, en algún momento de su juventud, mantuvo, no hubiese sido el gran poeta que fue. En su poema “La ciudad”, que empezó a escribir en aquellos años, pero que no concluyó hasta una década después, subyace la idea de que todas las ciudades vienen a representar el mismo lugar y en “Ítaca”, acaso su obra más famosa, está ese pensamiento de que soñar con un destino lo único que te procura es la posibilidad de un hermoso viaje, pues son pocos los que logran alcanzarlo. Lo que confiere universalidad a su obra es su falta de certezas, su capacidad para cuestionar la realidad asomándose a lo que hay más allá de ella.
Sin embargo su poesía queda definida por un sentimiento identitario muy profundo como lo prueba su capacidad para entrar en diálogo con el legado cultural helenístico.
Sí, pero cuando apelaba a dicho legado lo hacía para ponerlo en discusión. Cavafis siempre decía de sí mismo: ‘Yo no soy griego, soy de Grecia’. Él no contemplaba Grecia como una realidad geográfica o política sino como un vasto territorio cultural que se extendía más allá de las fronteras físicas de la nación griega y que conectaba a todos aquellos pueblos cuyo idioma hunde sus raíces en la cultura helenística. Puede que semejante visión estuviera motivada porque él no era alguien de la metrópoli sino que pertenecía a una colonia que había vivido momentos de prosperidad pero que en aquel entonces languidecía, pero así y toda esa visión de Grecia, en tanto que inclusiva, me parece muy hermosa.
Una reflexión pertinente en estos tiempos donde en Grecia se habla tanto de redefinir la propia identidad, ¿no cree?
Los sentimientos que definen la relación entre Grecia y los griegos son ambivalentes y van cambiando según la época. A veces creemos ser los depositarios de un legado heroico, en otras ocasiones nos vemos como un error en el mapa. En el fondo creo que Grecia es un país bastante antipático cuya grande y gloriosa historia resulta una carga difícil de sobrellevar. Particularmente siempre me ha dado fatiga la obligación de gestionar y preservar ese legado. Cuando en la escuela se nos hablaba de los grandes hombres de la antigüedad, de nuestra mitología y de su incidencia sobre las grandes tragedias que alumbró el teatro griego hace más de dos mil años, yo me aburría muchísimo. Para mí aquello no tenía nada que ver con Grecia, yo me sentía más próxima a la Grecia popular, a los ambientes obreros, al mundo de las prostitutas del Pireo. Esa es la Grecia que me resulta inspiradora.
¿Cuál es la situación de la cultura griega ahora mismo?
Actualmente se percibe una energía muy grande en muchos jóvenes cineastas y dramaturgos que están generando una obra bastante interesante. También en el arte. El año pasado Atenas fue sede del Documenta de Kassel y hubo muchas sinergias positivas entre nuestros artistas y creadores venidos de todas partes de Europa. En lo referente al ámbito literario se sigue escribiendo y se sigue traduciendo, pero de una manera muy precaria. Todas las ayudas de las que gozaba el sector editorial se han ido suprimiendo, el Centro Nacional del Libro fue clausurado y muchas pequeñas librerías se han visto obligadas a cerrar. En este sentido estoy un poco decepcionada con la política cultural del actual gobierno, al que voté. Pero siendo realistas hay tantas cosas que demandan una intervención urgente, como el tema de las pensiones, que al final la cultura ocupa el último lugar en la escala de prioridades de nuestros políticos. Eso sí, luego cuando van al extranjero se les llena la boca hablando de la importancia del legado cultural griego, pero es un discurso vacío.
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