Josué MEHOUENOU

En un pequeño pueblo de Benín, «la basura se ha convertido en oro»

Agnès Avocè carga a sus espaladas, con orgullo, una gran bolsa con más de cuatro kilos de biogás que acaba de recoger en el centro piloto de gestión de residuos de Houègbo, en el sur de Benín, país de África occidental con cerca de diez millones de habitantes.

Esta joven comerciante y madre de familia con cinco hijos ha dicho adiós a la cocina de carbón vegetal, que «ennegrece las ollas y te pone enferma», y ahora dice «¡qué viva el biogás!». En el interior de este centro, abierto a finales de 2017, otras cinco mujeres esperan su turno sentadas en el suelo, antes de regresar a casa con su “saco de gas”: inmensas bolsas blancas de plástico que envuelven esta energía particularmente apreciada en las zonas rurales de Benín. «Aquí es donde hacemos cola desde que hemos optado por el biogás», comenta sonriendo otra clienta.

En esta instalación que ocupa 1,3 hectáreas, obra de la fundación suiza ReBin, transforman unas 6 toneladas de deshechos orgánicos en 200 metros cúbicos de biogás por semana –permitiendo así evitar un consumo en carbón equivalente a 164 toneladas de madera–. La empresa también ambiciona producir unas 400 toneladas de fertilizante biológico al año.

«Nuestra basura se ha convertido en oro. Ya no la arrojamos a la naturaleza; la utilizamos para conseguir dinero», resalta Alphonse Ago, un vecino de Houègbo.

Cuidadosa clasificación

Un centenar de hogares han firmado contrato con ReBin y vienen cotidianamente a dejar sus desechos en este centro. Cada “recolector” es remunerado al peso: 250 francos CFA (unos 50 céntimos de euro) por 10 kilos de basura. El pago se hace en metálico o bajo la forma de un crédito canjeable por un repostaje de este biogás producido gracias a la transformación de los desechos.

Symphorien Adonon, 35 años, es conductor de moto. Antes de comenzar la jornada laboral, viene a depositar en el centro su colecta de una semana de residuos cuidadosamente clasificados. Y se embolsa su recompensa: lo suficiente para hacer las compras para la cena, comenta satisfecho.

El resto de las basuras tratadas –que suman más de 20 toneladas desde finales de 2017– es aportado por una ONG local de recogida de residuos, Astome (Saneamiento, sensibilización, tratamiento de residuos domésticos y mantenimiento). Florent Gbégnon, el presidente de esta asociación, comenzó recogiendo las basuras de su pueblo con una carretilla. Ahora lo hace con un triciclo suministrado por el centro. «El alivio ha sido enorme. Empujar los carros era como llevar una cruz», explica mientras arroja grandes cantidades de restos de piña.

La tasa de eliminación de residuos para el conjunto de Benin es, como media, del 17% (un 39% en el medio urbano y apenas un 3% en el medio rural), según cifras de la ONG local PAVCD, especializada en el saneamiento en zonas urbanas y periurbanas.

En la región agrícola de Toffo, el mercado de Houègbo es uno de los más frecuentados del país y el Ayuntamiento afirma que cada día se genera más de una tonelada de residuos de piña de la variedad “Pain de sucre” (Pan de Azúcar). Precisamente, fueron los montones de inmundicias apilados en el mercado los que llamaron la atención de Mark Giannelli, fundador de ReBin. «Vi esto no como un problema, sino como una oportunidad. Y me dije que podía ser una mina de oro», recuerda para AFP. Tras estudiar la instalación de un centro piloto en Ghana o en el vecino Togo, finalmente se decidió por este pequeño pueblo de Benín, particularmente entusiasta con el proyecto. De esta forma, este hombre de negocios deshizo aquí sus maletas hace menos de un año.

Su objetivo es poner en marcha «una economía que realmente sea útil para la población y proteja el medio ambiente». El argumento de la proximidad también tiene mucho peso: «El objetivo es evitar los grandes viajes de los desechos. Es necesario afrontar los problemas localmente y encontrar soluciones locales», señala.

Giannelli desea extender el proyecto a municipios más grandes y transferir la tecnología para que emprendedores locales tomen el relevo. «Tenemos que reproducir este centro en los 77 municipios» de Benín, indica Sewai Mardochée, ingeniero en valorización de residuos y director del centro piloto. «De esta forma podremos crear empleo y hacer más limpio nuestro entorno, reduciendo la utilización de madera para calefacción y de carbón», augura.

Nicolas Hounjè, funcionario jubilado, ya se ha propuesto para llevar la empresa: «Aquí no sabíamos que la basura podía convertirse en fuente de bienestar», exclama.