Mikel Zubimendi

Partido Demócrata: un partido en crisis al que solo une la idea de echar a Trump

Tras tomar el control del Congreso, los demócratas encaran la recta final hacia las elecciones presidenciales de 2020 unidos contra Trump, pero con graves deficiencias y diferencias internas.

Las recientes elecciones de medio mandato dejaron una fotografía desconcertante. El Partido Demócrata ganó la mayoría en el Congreso, pero los republicanos fortalecieron la suya en el Senado. Una nueva generación de congresistas demócratas entra en escena pero la «pesadilla Trump» continúa, y con ella el disgusto y la hostilidad que los progresistas del país muestran hacia su Gobierno.

¿Se repetirá la historia? ¿Conseguirá Trump, como hizo Obama en 2012, compactar sus apoyos tras su «derrota» a medio mandato, ganar su reelección confortablemente y volver a tener mayoría en el Congreso? No es descartable. En gran medida, dependerá de cómo jueguen sus cartas los demócratas.

Todos contra Trump no es sinónimo de todos juntos. En las filas demócratas no hay confusión sobre contra qué están, aunque tampoco se ponen de acuerdo sobre lo que están a favor. A simple vista, el partido se ha fortalecido y movilizado con el rechazo compartido hacia Trump, pero mirando debajo de la superficie está dividido, sin un mensaje claro ni un líder unificador. Y el reloj de las elecciones presidenciales de 2020 no para de correr.

A simple vista, se podría decir que el partido está en una situación envidiable. Ha conseguido quitar la mayoría a Trump en el Congreso, está en disposición de investigarle, de poner freno a su agenda. También porque los republicanos están divididos, en manos de un presidente que solo comparte unas pocas tradiciones e ideas del partido, pero que exige adhesión, más que afiliados, fans, para convertirlo en un movimiento cada día más hecho a su imagen y semejanza.

Todos dan por hecho que con unos buenos datos económicos a su favor Trump será un oponente peligroso y difícil de batir. Que ha sabido explotar las imprecisiones de la Constitución, un texto asombrosamente corto y extremadamente genérico en ciertos procedimientos claves, para crear ventajas estructurales en su favor –leyes discriminatorias de identificación de votantes, usar el censo para cambiar distritos, bloquear nominados demócratas al Supremo para asegurar que le sea afín durante una generación–.

Los grupos de resistencia anti-Trump han crecido como champiñones en toda la geografía de EEUU. Pero la mayoría no jura lealtad, e incluso no muestra respeto a las estructuras del Partido Demócrata. Ahora están fuera y quieren poder entrar para tener voz, están abajo pero quieren subir para tener voto, quieren que disminuya el poder de los superdelegados en las primarias y pueden plantear una batalla en las mismas que debilite al partido durante la campaña de 2020.

Ese estímulo anti-Trump es remarcable y cohesiona, pero los desafíos de los demócratas son muy serios. Las diferencias ideológicas solo son una parte de sus problemas. Es un partido en crisis de personalidad, que transita de una era a otra, sin un líder claro y con una identidad a la que aún hay que dar forma. Ha llovido mucho desde las formulaciones de Bill Clinton, y la Presidencia de Obama solo ofrece lecciones limitadas de cómo encarar el futuro. La alternativa a las ideas tradicionales ha avanzado mucho, podría denominarse «socialismo democrático», pero este concepto es muy comprometido como mensaje nacional y de ninguna manera es la posición de consenso.

Resumiendo, entre los demócratas hay tres visiones contrapuestas para avanzar: tirar por la vía de Bernie Sanders y apelar a los votantes de clase obrera mediante ideas y políticas de izquierda; virar hacia el centro para atar a los moderados, a los independientes suburbanos y a republicanos que votaron a Trump y ahora estarían dispuestos a cambiar de barco; o doblar la apuesta de las estrategias de 2008 y 2012, apostar por «el cambio y la esperanza» con la idea de volver a recrear la coalición de Obama de mujeres, minorías y jóvenes.

Los demócratas tienen dificultades para encontrar un mensaje claro y coherente que hable de manera efectiva a todo el país. En política, los principios generales y los valores son una cosa; y un mensaje conciso y actualizado, otra bien distinta.

Es cierto que hace pocos años, cuando Bernie Sanders introdujo en su discurso la sanidad universal, la matriculación gratuita en colegios y universidades públicas o un salario mínimo de 15 dólares por hora, muchos las tomaron como ideas radicales y extremistas. Ahora son ideas centrales del programa demócrata. Pero hay diferencias serias sobre aspectos de política económica, sobre con qué agresividad hay que hacer frente al poder de las corporaciones, respecto al equilibrio entre las fuerzas del mercado y la intervención gubernamental o el tamaño y competencias del Gobierno Federal.

Por otra parte, la raza y el género son aspectos centrales de la política actual, especialmente para los demócratas. Sus votantes más fieles son los afroamericanos y los latinos, una parte clave de su base. Pero está por ver si esa lealtad seguirá siendo tan sólida en adelante. También ha aumentado la influencia de las mujeres, tradicionalmente votantes demócratas, particularmente de las que tienen estudios superiores, y ahora, quizá, son el grupo más activo.

El debate está servido en el menú. ¿A qué tipo de votante tendrían que movilizar o persuadir de cara a las elecciones de 2020? ¿Pueden seguir siendo el partido de una amplia coalición cuya fuerza se concentra en los estados de las dos costas y tener la suficiente fuerza en la América rural, entre los votantes blancos del medio oeste? Todo apunta a que seguirán apostando por fidelizar su base; no olvidan que Hillary Clinton perdió la presidencia, entre otras cosas, por la baja participación afroamericana.

Ganar es el primer objetivo de gobernar, no se puede tener un partido de gobierno sin que sea un partido ganador. Pero ganar, ¿jugándosela todo a una carta, la de los valores de izquierda? ¿Emprendiendo un viaje hacia el populismo, que recoja toda la energía que hay fuera del partido, lejos del gradualismo de los Clinton?

Para muchos analistas, la izquierda, los sectores más movilizados, ya no son un «ala» de los demócratas, son el corazón y el alma del partido. Pero teniendo en cuenta el sistema electoral y sabiendo que solo poco más de una cuarta parte de sus congresistas y senadores proviene de estados que no tocan los océanos Atlántico y Pacífico, que esos estados tienen mucha mayor población y difícilmente van a estar representados de manera proporcional en el Senado, también dudan de que jugárselo todo a esa carta sea una apuesta ganadora.

Los demócratas aún no han encontrado los planos para construir puentes entre esas orillas internas y poder persuadir a un electorado más amplio. Pero se va acercando el momento y necesitan avanzar en este sentido. De lo contrario, solo les unirá lo único que unos y otros quieren evitar: cuatro años más de la «pesadilla Trump».

Sería inusual que, tras las elecciones de medio mandato que se centran en distritos y estados concretos, los demócratas se lanzaran ahora a jugar a la quiniela de la nominación del candidato para 2020. Pero a falta de un líder que una al partido e inspire al país, con un mensaje claro que trascienda la geografía tradicional del voto demócrata, las conjeturas se han desatado y marcan la conversación pública.

Tres nombres sobresalen en todas las quinielas: Joe Biden (76 años), Bernie Sanders (77) y Elizabeth Warren (69). Sanders y Warren despuntan en las encuestas y preferencias, pero también simbolizan un cuello de botella generacional en un momento en el que los demócratas dependen del voto joven.

Biden, vicepresidente con Obama, es visto como una apuesta segura y acreditada. Pero no ha funcionado en campañas previas, no transmite frescura y energía. Sanders, muy visible y televisado, no ha parado de hacer campaña, sigue de gira permanente por el país. Pero en las primarias de medio mandato sus apuestas no siempre han sido ganadoras y existen dudas sobre su discurso escorado. Warren transmite fuerza y se ha fajado muchas veces contra Trump. Pero sus relaciones con las corporaciones y los grupos de interés en Washington lastran sus oportunidades y generan dudas también.

Y puestos a hacer conjeturas, atención a la senadora de Los Ángeles, Kamala Harris, y a dos outsiders: la superpopular estrella de televisión Oprah Winfrey y el no menos mediático –y también superrico– fundador de Facebook, Mark Zuckerberg.

 

TRUMPEN AURKA BATUTA, BESTELA BANATUTA

Donald Trumpek sortzen duen aurkotasunak batzen ditu oraingoz demokratak, eta, jakina, batuta egoteak beti dakar etekina. Horrek, baina, ez du ezkutatzen barne mailan banatuta, lidergo argirik gabe eta nortasun krisi batean dagoen alderdiaren ezina. 2020. urteko hauteskundeak gerturatu ahala, Trumpen amesgaiztotik esnatzea baino zerbait gehiago proposatu beharko dute demokratek. Atlantikoaren eta Pazifikoaren bi kostaldeetatik harago, AEBetako barnealdean funtzionatuko duen mezu argia beharko dute, ezkerreko printzipio sendoetan errotutako programa ausart bat, baita freskura eta energia berria ordezkatuko duen hautagai bat ere.