Alberto PRADILLA

El Me Too se hace visible en México

Cientos de mujeres han denunciado abusos sufridos a manos de escritores, activistas, periodistas o activistas mexicanos. El 21 de marzo apareció el primer mensaje en Twitter y la ola no ha hecho más que crecer. Un cantante de rock se suicidó tras ser acusado de abusar de una menor de 13 años.

Todo comenzó con la denuncia en Twitter contra el escritor Herson Barona, aproximadamente el 21 de maro. Un relato llevó a otro. El Me Too acababa de hacerse visible en México y se extendió como una mancha de aceite. Ya no eran solo escritores. Había periodistas, activistas, académicos, cineastas. Decenas, cientos de relatos sobre todo tipo de abusos, desde aprovechar la posición en el trabajo para pedir sexo hasta violaciones. La sucesión de denuncias mostró un panorama desolador: una transversalidad absoluta en el abuso y la imposibilidad de las mujeres para recurrir a ningún ente estatal.

«Por primera vez se estaba trasladando la voz de las mujeres, de las víctimas, y las consideraciones de lo que es violencia sexual, de qué actos son graves o no», dice Melissa Zamora, abogada, feminista y acompañante en casos de violencia de género y tortura sexual.

Las primeras denuncias tuvieron sus consecuencias. Por un lado, en el debate público. El elefante en la habitación era tan grande que era imposible hacer como que no estaba allí. Hasta tal punto de que hubo empresas que tomaron medidas. Por ejemplo, el Grupo Reforma despidió a su director de operaciones, Leonardo Valero, tras las denuncias en su contra. Un detalle: estas denuncias ya habían pasado por la sección de Recursos Humanos de la empresa. Tuvo que llegar el señalamiento público para que la dirección decidiese tomar cartas en el asunto.

El contexto en México no es fácil para las mujeres. Cada día, matan a nueve mexicanas son, según datos de la ONU. No hace falta la amenaza de la muerte para someter a alguien. «El sistema esta jodido. Si damos la cara vamos a perder el trabajo, vamos a tener más miedo», afirma Sara Hinojo, fotógrafa y activista. Además, está la dejadez por parte de unas instituciones fundamentalmente patriarcales. «La gran mayoría de denuncias quedan en la impunidad. Hay una pésima atención, pueden pasar de seis a once horas en el Ministerio Público realizando tu denuncia, en una experiencia revictimizante, para que a los ciertos meses te digan que no hay pruebas para que tu investigación se abra» dice Zamora.

En este contexto llegó el Me Too. Para los primeros días ya habían aparecido voces que cuestionaban las denuncias, que aseguraban que esta no era la manera, rechazaban el anonimato de las denuncias y hablaban de «linchamiento». El 1 de abril, un hecho trágico vino a impactar sobre el debate público. Armando Vega Gil, de 63 años, cantante de la banda de rock Botellita de Jerez y autor de cuentos infantiles, se suicidó en Ciudad de México. Horas antes había sido señalado por una mujer quien, de forma anónima, le acusó de abusos cuando ella tenía 13 años.

El cantante publicó un post en redes sociales antes de terminar con su vida. Dijo que negaba las acusaciones pero que no veía otra solución que suicidarse ante lo que él consideraba una situación de indefensión. Aseguraba que no pretendía culpabilizar a la mujer que la demandó, pero hubo quien aprovechó para atacar al movimiento.

A esto ayudó la mala gestión realizada desde la cuenta @metoomúsicosmexicanos que, minutos después de que Vega Gil hiciese pública su intención de suicidarse, le acusaba de «cobarde». Otros perfiles fueron más allá y le animaban a cumplir con su amenaza lo antes posible. Este hecho generó una ruptura. Hubo quien aprovechó para cargar con todo contra el Me Too y otras voces emergieron con críticas desde otra perspectiva. Entre ellas, por ejemplo, la de Blanche Petrich, periodista de “La Jornada”, quien denunció la «falta de empatía» hacia el suicidio y la falta de control sobre las denuncias formuladas. En su opinión, el Me Too se había convertido en una «desviación» del movimiento feminista mexicano, que tiene una gran importancia y que cuya principal demanda, a día de hoy, son las garantías de seguridad para las mujeres en un país que se ahoga en sangre.

Aquí giró el debate. Por un lado, había quien defendía que las denuncias sirvieron para visibilizar un panorama desolador. Y que, como opina Zamora, «evitarán más abusos». Por otro, hubo voces que pedían otro modelo de denuncia, con más garantías, como abogaba Petrich. En medio apareció otra cuenta llamada Me Too hombres que tuvo una virtud: logró colarse en muchos espacios informativos sin presentar una sola denuncia por abuso.

El punto en el que convergen voces como las de Petrich, Zamora o Hinojo es en la necesidad de reclamar a las instituciones. Puede ser el Estado o los entes privados en los que se produjeron los abusos. En esta misma línea, un colectivo identificado como Mujeres Juntas Marabunta y que se define como precursor del Me Too escritores, hizo público un decálogo con medidas como una Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia.

El Gobierno de Andrés Manuel López Obrador respondió dirigiendo las denuncias hacia el Instituto de la Mujer de México. Aunque todavía hay mucho trabajo pendiente.

El Me Too demostró que el dinosaurio del patriarcado seguía ahí. Y no parece que, tras las denuncias, vaya a imponerse nuevamente el silencio.