Mikel ZUBIMENDI

Qasem Suleiman: comandante en la sombra, vicepresidente de facto de Irán

Qasem Suleiman era una de las figuras más poderosas de Irán. Había entregado toda su vida al combate. Sus soldados adoraban a este general tímido y carismático, considerado incluso por la CIA como un «genio estratégico» que movía los hilos de la resistencia a EEUU en el Medio Oriente.

Qasem Suleiman, comandante de la fuerza al Quds, el cuerpo de operaciones clandestinas de Irán. (Mehdi GHASEMI /AFP)
Qasem Suleiman, comandante de la fuerza al Quds, el cuerpo de operaciones clandestinas de Irán. (Mehdi GHASEMI /AFP)

El general ejecutado hoy en un bombardeo estadounidense en el aeropuerto de Bagdad, Qasem Suleiman, nació en una familia pobre de agricultores en marzo de 1957 en la ciudad de Rabor, provincia de Kerman, en el sudeste de Irán. Con estudios básicos, a los 13 años ya trabajaba en la construcción para ayudar a su familia. Cuando estalló en 1978 la revolución islámica para derrocar al Sha, organizó diferentes manifestaciones e inmediatamente se alistó el el Cuerpo de Guardianes de la Revolución que fundó el ayatolá Jomeini.

Destacó por su bravura en la guerra Irak-Irán que estalló en 1980 y dejó más de un millón de muertos. Fue considerado como uno de los mejores comandantes de campo y se especializó en operaciones tras la filas enemigas que comandaba Saddam Hussein. En 1998 fue nombrado como comandante en jefe de las fuerzas al Quds, el cuerpo de élite especializado en operaciones especiales en el exterior.

El llamado «comandante en la sombra de Irán» dirigía y supervisaba en persona todas las operaciones militares clandestinas de Teherán en el exterior como jefe de la fuerza Al Quds. Personaje de culto para sus seguidores, era un «héroe» tremendamente popular al que dedicaban canciones y documentales. Estaba considerado como la persona más poderosa e influyente de Oriente Medio.

Para sus enemigos, sin embargo, personificaba el diablo: era el responsable de cientos de muertes de soldados estadounidenses durante la invasión de Irak; la persona que salvó de la derrota militar al presidente sirio, Bashar al-Assad; la que tras una visita a Moscú en 2015 coordinó con Putin la intervención de Rusia; la que armó a Hizbullah en Líbano, a Hamas en Gaza, a las milicias chiíes en Irak y Afganistán.

Era, de facto, el ministro de Exteriores de Irán, al menos en todo lo que tenía relación con la guerra y la paz. De hecho, muchos analistas lo consideraban como una especie de vicepresidente de Irán, la segunda persona más influyente tras el todopoderoso líder supremo Ali Jamenei, con quien despachaba asiduamente.

Viajaba frecuentemente a los distintos frentes de batalla en Siria, Irak y Líbano. Se fotografiaba con sus combatientes y les permitía hacerse selfies dando a entender que no tenía miedo al «martirio» de la muerte. Su aportación ha sido considerada como imprescindible en la derrota del ISIS en Irak y en Siria, donde fue el arquitecto de la guerra que salvó a Bashar al-Assad y evitó la caída de Bagdad en manos de los yihadistas del ISIS.

Designados él y la organización que dirigía como «terroristas» por Washington, había sobrevivido a varios atentados y complots contra su vida de EEUU, Israel y Arabia Saudí. Con su muerte en Bagdad y el anuncio de una «severa venganza» por parte del líder supremo iraní, se han abierto las puertas a una escalada de un conflicto, extremadamente serio y peligroso, con significado y derivadas globales impredecibles.