Dabid Lazkanoiturburu

Biden, declive de EEUU y continuidad geoestratégica

Más allá de los odios y las preferencias todo apunta a que, con el demócrata en la Casa Blanca, la política internacional de EEUU mantendrá una línea de continuidad, sin excluir gestos, y que tiene que ver con su más o menos lento declive en pleno resurgir de un nuevo (des)orden mundial.

Joe Biden y Kamala Harris en un acto de precampaña. (Drew ANGERER/AFP)
Joe Biden y Kamala Harris en un acto de precampaña. (Drew ANGERER/AFP)

Las reacciones a la victoria de Joe Biden en las presidenciales estadounidenses van desde el entusiasmo a la frialdad, sin olvidar algunos silencios muy elocuentes.

El análisis de esa disparidad arroja luz sobre las consecuencias geopolíticas del vuelco político en EEUU, pero no agota ni de lejos su explicación. Al punto de que, más allá de las expectativas o de la resignación que ha generado en los principales actores mundiales el desenlace electoral –sin olvidar el contexto crítico de un recuento que se antoja interminable–, conviene situar el alcance que tendrá ese relevo en la Casa Blanca en el ámbito internacional.

El silencio diplomático de China, que contrasta con el interés con el que ha seguido las elecciones, apunta a que Pekín hubiera preferido una nueva victoria de Trump.

Y eso que el magnate ha logrado en solo cuatro años que la relación sino-americana esté en el nivel más bajo de los últimos cuatro decenios, con su guerra comercial, su acercamiento desvergonzado a Taiwán y su pugna sanitaria sobre el corona«virus chino». Al punto de que Pekín habla de «nueva guerra fría».

Pero más allá de las bravuconadas de Trump –y sin minimizar el riesgo de un choque total entre ambas potencias–, su ofensiva comercial y diplomática ha hecho poca mella en Pekín. Al contrario, la desastrosa gestión en EEUU de la pandemia –que China ha doblegado– y el aislacionismo estadounidense confirman la percepción en el PCCh, que se presenta como paladín del aperturismo, del declive del imperio americano. Convicción reforzada por la crisis electoral irresuelta y la polarización cismática en Washington.

En esa línea, Pekín habría acogido una victoria de Trump en términos de lógica militar: cuando tu enemigo hace un movimiento en falso, espoléale.

La victoria de un más previsible Biden puede servir para atemperar, sobre todo en las formas, la crisis bilateral.

Pero sin desmerecer las formas y el hecho de que Biden y el líder chino, Xi Jinping, se conozcan desde que coincidieron como vicepresidentes –también Trump llamó «amigo» al máximo dirigente neomaoísta–, Pekín no oculta su incomodidad al prever que la nueva Casa Blanca agudizará sus críticas por la represión en Hong Kong o contra la minoría uigur.

Pero lo que realmente le preocupa más es que Biden refuerce los tocados lazos trasatlánticos y que, con su regreso a la arena internacional, achique espacios a China y a sus guiños económicos y diplomáticos a Europa.

En definitiva, el «imperio del centro» no gana ni con uno ni con otro –quizás pierda más con Biden–, aunque aspira a ganar en una pugna que teme se agudizará, pero que evidencia, a sus ojos y paradójicamente, la debilidad de EEUU. La del león herido.

La posición de Rusia, con un Putin callado en contraste con el entusiasmo con el que felicitó en 2016 a Trump, revela la resignación del Kremlin.

La diferencia con Pekín es que Moscú, por su propia posición no puntera en el tablero mundial, tiene más que perder.

Hace tiempo que el magnate desilusionó completamente a Rusia y las relaciones bilaterales no han dejado de deteriorarse.

Las sanciones a la economía rusa por la crisis de Ucrania, inauguradas por Barack Obama, no solo no han desaparecido sino que se han incrementado. Y Trump no ha dudado en amenazar con hacer saltar por los aires los acuerdos bilaterales de control de armas y arsenales nucleares.

Pero, por lo menos, el «America First» de su Administración dejaba más margen a Putin para lidiar a su manera con sus problemas internos.

Biden volverá a ponerlos en la agenda de EEUU y, siendo como fue el hombre de Obama en Ucrania, hay pocas dudas de que Washington volverá a poner la mirada –y algo más– en lo que para Rusia es el «extranjero cercano», cuando no su patio trasero (atención a la derivada de la crisis en Bielorrusia).

Putin calculó que la errática Presidencia de Trump beneficiaría, por contraste, a Rusia.

Pero en Moscú ahora parecen haber llegado a la convicción de que solo con un presidente estadounidense fuerte, firme en sus convicciones, pero previsible y que haga lo que dice, sería posible encauzar unas relaciones que recuerdan cada vez más a las que en el siglo pasado dividían al Telón de Acero.

Y para Putin ni Trump lo fue ni lo será Biden. Una falta de fortaleza que puede estar relacionada precisamente con el declive estadounidense y que, paradójicamente, añora hoy Rusia.

Más paradojas. Europa ha saltado de alegría con la victoria de Biden cuando, en perspectiva, quizás le convenía más un triunfo de Trump. Con excepciones –Hungría, Eslovenia...–, las cancillerías europeas han recibido con indisimulada satisfacción la derrota de Trump, uno de los referentes mundiales del neopopulismo derechista, bien anclado en el Viejo Continente.

Pese a que los magníficos resultados electorales del trumpismo maticen muy mucho el golpe a eso que se ha venido a llamar como «iliberalismo», la victoria de Biden reconforta a unos líderes europeos, desde Angela Merkel a Emmanuel Macron, pasando por la actual presidenta de la Comisión, Úrsula von der Leyen, que han visto cómo Trump les ninguneaba totalmente.

Pero, en el fondo, la diplomacia europea es consciente de que tras cuatro años de Presidencia de Trump, el panorama mundial y los equilibrios de fuerzas han cambiado de forma irreversible.

Y de que la privilegiada relación trasatlántica de mediados-finales del siglo XX es historia pasada. Y es que ya bajo Obama EEUU comenzó a dejar de priorizar sus lazos con Europa, tendencia llevada al paroxismo por el magnate pero que Biden no revertirá, más allá de gestos.

EEUU mira al Pacífico, epicentro, con China, del meollo geopolítico mundial, y mejor haría la UE, nostálgica de la comodidad bajo el padrinazgo de Washington desde la Segunda Guerra Mundial, en labrar su inexistente soberanía estratégica. De ahí que acaso un segundo triunfo de Trump, pese a ser una píldora difícil de tragar, le habría servido de acicate para pasar página de un pasado que no volverá y asumir de una vez las riendas de su futuro.

Mención especial merece atisbar el futuro que aguarda al primer ministro británico y a su Brexit. Biden respetó los usos y primó al líder del histórico aliado anglosajón con una de sus primeras llamadas tras convertirse en presidente electo.

No obstante, y fiel a su origen irlandés y a la sensibilidad demócrata hacia la isla, advirtió a Boris Johnson de que no ponga en peligro el proceso de paz irlandés, en el que tanto tuvo que ver la diáspora en EEUU y el propio expresidente Bill Clinton.

Aunque hay que reconocer que poco une a Trump y a Johnson más allá de la convergencia de intereses. El del magnate, debilitar a la UE. El del rubio y excéntrico exalcalde de Londres, tener una baza para negociar con Bruselas. Ya no la tiene y los negociadores lo están notando.

En el convulso Oriente Medio quedan palpables, de forma ejemplar, tanto las contradicciones de sus principales potencias regionales como la continuidad, con matices, de la política estadounidense sea quien sea el presidente.

El primer ministro israelí, en su propia deriva, lo fio todo a una cesta, la de Trump, pero tampoco es que se espere que Biden retire el apoyo geoestratégico a su gendarme sionista en la región, más allá de que se cobre los desplantes de Benjamin Netanyahu tanto a él mismo como a su presidente, Barack Obama. Así, podría atemperar, que no anular, la fiebre colonizadora en Cisjordania, apoyar a sus socios y rivales de centroderecha y alimentar vanas esperanzas entre los atribulados palestinos. La permanencia de la Embajada en Jerusalén será un termómetro del continuismo de EEUU.

Lo mismo cabe decir de las amenazas del presidente electo de castigar a Arabia Saudí por los desmanes de su príncipe heredero y hombre fuerte, MBS (muerte de Khasshoggi, Yemen...).

Aunque la alianza petrolera con Ryad ya no sea indispensable para Washington, quien piense que EEUU va a pedir cuentas a la satrapía del Golfo puede esperar sentado.

Quizás Irán es el que más gana con la derrota de quien decidió desdecirse del acuerdo nuclear. Contradicciones, el máximo líder, Ali Jamenei, se habrá acordado mucho estos años de su apoyo a Trump en 2016. Por contra, la oposición al régimen teocrático, formalmente liberal, apostaba ahora por el magnate y su política de máxima presión a Teherán.

Tampoco hay, finalmente, una conclusión unívoca en Latinoamérica al relevo en el despacho oval. Sin duda, muchos cubanos saludan el final del mandato de un Trump que acabó con el deshielo iniciado por Obama. También el Gobierno venezolano de Nicolás Maduro habrá festejado el anunciado fin de un presidente estadounidense que lo ha ensayado casi todo, sanciones draconianas y desembarco de mercenarios incluidos, para derrocarlo. Pero difícil será que espere un cambio sustancial por parte de una futura Administración como mínimo dialécticamente tan contundente contra el poschavismo como la actual.

Sin duda, es el Brasil de Bolsonaro el que más lamenta la derrota de Trump, con quien comparte no solo filias y fobias sino la pulsión negacionista en torno a la pandemia. Pero el presidente brasileiro tiene su propia agenda y no parece que le vaya mal, sobre todo por la crisis y debilidad de la izquierda.

Y acabamos en México. La negativa del presidente, Andrés Manuel López Obrador, a felicitar a Biden puede tener que ver con los fantasmas del propio AMLO, que en 2006 denunció en que le birlaron la victoria en el recuento. O quizás sea que este último y Trump han terminado tejiendo una relación basada en sus coincidencias proteccionistas y de defensa de una política energética no alineada con las energías renovables.

Sea cual sea el motivo, no hay duda de que cierta equidistancia respecto a uno u otro, Biden o Trump, parece la postura más realista desde Latinoamérica. Por desgracia, hay que decirlo.