Mikel Insausti
Crítico cinematográfico

«El agente topo»

Una original cinta chilena está demostrando que los temas y los géneros cinematográficos pueden llegar a un alcance universal partiendo de lo local, y así se explica sus nominaciones a los Goya y al Óscar, su exitoso paso crítico por el festival de Sundance o la consecución en el SSIFF 68 del Premio del Público. La conexión con Donostia fue muy especial, porque la cineasta Maite Alberdi en su anterior cortometraje documental ‘Yo no soy de aquí’ (2016) ya había tratado la soledad y el abandono de la vejez, pero en relación a sus orígenes vascos, porque la protagónica Josebe Echaveguren es una anciana aquejada de Alzheimer que se remonta a los recuerdos de su tierra natal, y que se siente extraña en el país de acogida. Una historia que también se hizo con el Premio del Público, esta vez en el Documenta Madrid. Todos los trabajos de esta realizadora nacida en Santiago de Chile en 1983 se mueven entre el documental y la ficción, técnica combinada que le sirve para buscar otra perspectiva de problemáticas sociales de variada índole. En ‘El salvavidas’ (2011) tocó el estímulo vocacional dentro del mundo laboral; en ‘La once’ (2014), la vida cotidiana de las ancianas que se reunen para tomar el té; y en ‘Los niños’ (2016), la infancia con síndrome de Down.

Pero es ‘El agente topo’ (2020) la película que marca un antes y un después en su carrera, gracias a la corriente empática que ha despertado en todos los sitios donde se ha proyectado, y que continuará con su estreno en salas el día 29 de enero, distribuida por BTeam Pictures, compañía que está dando a conocer a este lado del charco el pujante cine chileno, dentro del cual Maite Alberdi ocupa un espacio único e intransferible.

Su nueva propuesta es una docuficción ciertamente peculiar, tanto en su desarrollo como en su abierta definición genérica. Se cuela en una residencia de la tercera edad para rodar un documental, pero bajo esa apariencia se esconde un concepto argumental llevado a cabo mediante el concurso de actores y actrices no profesionales. El protagónico Sergio Chamy hace entrevistas a las ancianas residentes, y ese material real se encaja en una intriga ficcional de espionaje, que da como resultado una película de espías ciertamente emotiva que contrasta con la frialdad y deshumanización de los relatos al uso sobre agentes secretos o infiltrados.

De entrada, la premisa no puede ser más chocante, porque todo arranca con un sorprendente anuncio publicado en el diario Mercurio en el que se ofrece un trabajo para gente mayor de ochenta años, algo tan insólito e impensable que es tomado por un engaño o una broma. Sergio se presenta, ya que desde que quedó viudo necesita de terapia ocupacional, y descubre que es el detective privado Rómulo Aitken quien necesita un ayudante octogenario para investigar en un centro de retiro para mayores si la madre de su clienta está recibiendo el trato adecuado.

Para poder cumplir con su misión de ‘topo’, Sergio debe ser instruido por su jefe, y se le hace muy duro a su edad manejarse con las nuevas tecnologías. A tal fin habrá de hacerse con el uso de ‘gadgets’, que parecen sacados de la tienda del espía, como gafas con cámara incorporada o bolígrafos-escucha, aunque lo más complicado para él será aprender a enviar mensajes por WhatsApp.

Lo más divertido es que Sergio viene a ser como un 007 jubilado para las viejecitas, a las que atrae con su educación, elegancia y buen porte. Una de ellas, Bertita, se enamorará sin remedio del agente infiltrado, que con tantos cariños se distraerá de su verdadero objetivo. No obstante, dará con la resolución del caso, la cual apunta a que la clienta ha encargado el trabajo a la agencia de detectives para acallar su mala conciencia, porque en realidad no visita a su madre. Esto conduce a desviar la responsabilidad final de la dirección de la residencia a los familiares de los y las residentes, denunciando así el abandono que sufren las personas mayores lejos de sus hogares.