¡Qué palo para los de afuera!

Hoy se disputa la final más deseada de nuestras vidas –siempre que la ganemos, porque perder solo pierden los jugadores–. Noventa minutos, o ciento veinte, para la gloria o la mayor de las desilusiones. Porque, seamos sinceros, de una derrota esta vez no nos aliviaría ni la fan zone. 

Jugadores del Athletic en el estadio de La Cartuja. (Monika DEL VALLE / FOKU)
Jugadores del Athletic en el estadio de La Cartuja. (Monika DEL VALLE / FOKU)

«Los de afuera son de palo». Si fuera por la manida sentencia del carasucia Obdulio “El Negro” Varela en puertas del “Maracanazo”, el Athletic hubiera anotado seguro alguna muesca en su autobús oficial en este siglo XXI, en el que suma cuatro finales a un solo partido, tres coperas y una europea, y está a punto de enfrentar dos más, esta vez sin «los de afuera». El Athletic hubiera ganado por goleada al Barcelona en 2009, 2012 y 2015, en Mestalla, el Calderón y el Nou Camp, aun cuando solo en la primera de ellas realmente los leones nos hicieran soñar. O más bien Toquero. Lo de Bucarest fue… simple y llanamente una decepción, sobre el verde y en la grada, porque en ninguno de los dos partidos se estuvo a la altura.

El 13 de mayo de 2009 fui uno de los que no nos movilizamos hacia la ciudad del Turia. Quizá porque, siendo del Athletic, lo de seguir al Athletic me quedaba a desmano. Siempre he admitido esa envidia sana por los que se enfundan la camiseta rojiblanca incluso para ir a echar la basura, sin nadie por la calle ante quien hacer ostentación de que eres del mejor equipo del mundo... y lo sabes. Lo seguí con decenas de mis convecinos, en la plaza del pueblo, a través de una pantalla gigante que no era sino el toldo, bien estirado, que cada año cubría la txosna de fiestas… Con el bocata y la lata, la gente sentada en una silla, o el suelo, o sobre el contenedor de basura… El gol de Toquero nos hizo levitar y soñar; los de Yayá Touré y compañía, pisar tierra. En fin, tampoco iba a ser aquello llegar y besar el santo, que eso igual les pasa a otros, pero no al Athletic.

El 25 de mayo de 2012 llovió sobre mojado. Y eso que hizo un día cojonudo al  sol junto al Manzanares. De quedarme a desmano seguir al Athletic, a escribir de él cada día por obra y gracia de un director que pensó que si contaba cosas sobre vacas locas, Fukushimas, gripes aviarias o alimentos transgénicos, por qué no hacerlo de fútbol, empezando las crónicas con una ocurrente frasecita inventada por alguien que no fuera Paulo Coelho y después dar rienda suelta a mi prosa balompédica... En el viejo Calderón, allá arriba en el gallinero, asistimos, o mejor, asentimos, a la resaca de la dolorosa derrota de Bucarest. El Barça, otra vez él, ventiló el sucedáneo de final en 24 minutos. 0-3. Al menos, con el pitido final la crónica del partido ya estaba tecleada, firmada y matasellada. ˝Una derrota para creer”, encabecé aquel mal sueño convencido de que de las derrotas se aprende... ¿no lo dijo Coelhno, no?

El 30 de mayo de 2015, aquella ‘meada en la oreja’ por banda de Leo Messi en las narices de Mikel Balenziaga sintetizó lo que de nuevo fue la crónica de una derrota anunciada, aunque quizá la menos dolorosa de todas por la actitud valiente del equipo. Al menos, como en Valencia o como en Madrid, también en Barcelona, siempre nos quedará la fan zone rojiblanca. “Los de afuera”. Sí. Que nos quiten lo bailao. Porque siempre nos quedará la fan zone. Siempre. Porque como que nos habíamos acostumbrado a que el partido, la final, fuera ya casi lo de menos. Un pensamiento filosófico muy bielsista, eso de la trayectoria, eso de disfrutar del camino… Que con algo hay que conformarse. O resignarse. ˝Con las botas puestas”, titulé aquella crónica de nuevo aciaga, pero de nuevo con un punto de… algún día, algún día…

Con estos antecedentes y después de los baños de realidad culé, uno podría pensar que el Athletic merece esta vez salir campeón. No sé si ante la Real o ante su demonio blaugrana en dos semanas, aunque si fuera ante el vecino guipuzcoano sería como para perdonarnos a nosotros mismos padecer otros 37 años de travesía titulera en el desierto. Pero no nos equivoquemos. Al Athletic el fútbol no le debe nada. Ni al Athletic ni a nadie. Churchil decía que el éxito es ir de fracaso en fracaso. Perseverancia, disciplina, el foco en el proceso antes que en el resultado. Y eso es el Athletic. Perseverar. Durante más de un siglo. Como la autora de ˝Harry Potter”, rechazado su guión hasta una docena de veces, hasta que… Sí, un "loco" rosarino nos transmitió algo de eso. Y es que como decía el bueno de Manu Leguineche, al Athletic «lo queremos, sí, como una pasión y un mito. No pedimos mucho. El regreso a aquella fraternidad universal, con buenos resultados, que hizo de nosotros hinchas felices y solidarios». Con títulos o sin ellos, aunque a nadie nos amargue un dulce.

Hoy, la final más deseada de nuestras vidas –siempre que la ganemos, porque perder solo pierden los jugadores–, ni siquiera la podremos seguir desde la plaza del pueblo a través de una lona con algún imposible de borrar manchurrón de kalimotxo. Hoy, “los de afuera” la verán desde su casa, la inmensa mayoría, los más respetuosos y comprometidos con las directrices del LABI; desde algún recóndito y oscuro txoko o salón de estar de perdición, la inmensa minoría, al margen de la ley.

Noventa minutos, o ciento veinte, para la gloria o la mayor de las desilusiones. Porque, seamos sinceros y justos con nosotros mismos, de una derrota esta vez no nos aliviaría ni la fan zone. Athleticzales y realistas estamos convencidos ambos de ganar, sobre todo, y por encima de todo, por el miedo escénico que esta noche tenemos a perder. Nos veremos las caras Athletic y Real en esta tesitura histórica por primera vez en más de cien años… ¡dios nos libre de aguantar al vecino cien años más! Pero nada está en nuestras manos. Porque mañana, sobre todo mañana, los de adentro no son ˝de palo˝. Sobre ellos, y solo sobre ellos, recae todo el peso de la historia. No habrá aliento en la grada de la Cartuja. Nadie soplará a su espalda cuando el campo se incline cuesta arriba. Nadie les dará la mano para que no se ahoguen. No habrá jugador número doce. Once frente a once. Estarán solos. ¡Qué palo para los de afuera!