La farmacontaminación, el otro gran efecto secundario
La UPV/EHU lanza para el próximo curso un posgrado sobre farmacontaminación, es decir, el estudio de cómo afecta el empleo masivo de medicamentos en el medio ambiente. Se considera una materia de «interés emergente» dentro de la comunidad científica.

A fuerza de noticias sobre vacunas, a pocos les suena raro ya que los fármacos los aprueba la Agencia Europea del Medicamento (EMA) y que esta decide sopesando el riesgo-beneficio, lo bueno y lo malo de cada sustancia. Ahora bien, a veces no todo lo que tiene de negativo una sustancia química provoca una reacción adversa en la persona que la recibe. El consumo de medicamentos afecta también al medio ambiente y esto es a lo que se denomina farmacontaminación.
Evidentemente, no es lo mismo que una persona tome una pastilla poco recetada o un medicamento de uso masivo como puede ser el consumo permanente con estrógenos en forma de pastilla anticonceptiva o cualquier otro tratamiento hormonal. A mayor empleo, mayor afección ambiental, porque, al igual que ocurre con los alimentos, el cuerpo procesa los fármacos y los excreta. Todo ello acaba en la alcantarilla, pasa por la depuradora y acaba en el río.
Sin embargo, una depuradora no está pensada para eliminar estos químicos. Ni siquiera se verifica si lo ha hecho. La monitorización de estas sustancias en aguas residuales se realiza de forma esporádica, experimental, y no por sistema. De ahí que en relación a la farmacontaminación existan algunas certezas y, sobre todo, mucho trabajo por hacer.
Uno de los experimentos más osados se hizo en Canadá en 2007. El Ministerio de Pesca vertió de forma controlada en un lago una cantidad de estrógenos sintéticos similar a la que se encuentra en los ríos de países occidentales debido a las píldoras anticonceptivas. El resultado fue que los machos de unos pequeños peces se «feminizaron»: su esperma era menos fértil y, en algunos casos, hubo machos que desarrollaron huevos. Hasta tal punto llegaron los cambios, que esto comprometía la supervivencia de la especie. Además, otros peces que se alimentaban de la citada especie también desarrollaron estos efectos. La interconexión de los seres vivos, por tanto, acaba expandiendo el efecto contaminante.
Unax Lertxundi (jefe de la Sección de Farmacia en la red de Salud de Mental de Araba) y Gorka Orive (profesor de Farmacia en la UPV/EHU) se han propuesto que Euskal Herria sea un referente en el estudio de este otro «efecto secundario» de la ciencia médica. Y la apuesta arranca fuerte.
El próximo año, la UPV/EHU ofertará un posgrado dedicado a formar a los profesionales en farmacontaminación, cuya matrícula ya está abierta oficialmente.
«La contaminación de los fármacos puede llegar al medio ambiente por distintas vías, como la propia actividad industrial de fabricación. Sin embargo, actualmente se piensa que la principal vía de contaminación es el propio uso. Un porcentaje de cada ibuprofeno que se toma, el cuerpo lo expulsa a través de la orina», explica Lertxundi.
Queda un sinfín de ciencia por hacer. La presencia de medicamentos se puede medir a la entrada de las depuradoras, al estilo de lo que se hace con ahora para detectar precozmente repuntes de covid. También a la salida, para ver de qué ha servido el proceso de tratamiento del agua. O, como en el caso de Canadá, se puede observar mediante experimentos cómo afecta la presencia de estos químicos en la flora y la fauna. Quizá, de este modo, se puedan entender fenómenos que hoy día son inexplicables, como sucedió en India con los buitres.
En los años 90, la población de buitre asiático cayó en India y Pakistán hasta rozar la desaparición. Fallecieron 19 de cada 20 ejemplares, es decir, murieron decenas de millones de rapaces. Durante años, nadie acertaba a dar con la razón. Resultó ser el diclofenaco, un fármaco con el que se trataba a las vacas de forma genérica y que, al fallecer, las convertía en veneno para buitres y algunas especies de águila.
Quizás, al escuchar diclofenaco, algún lector pensará que el problema no va con él. El nombre comercial del diclofenaco, seguramente le suene más: lo que mata buitres y rapaces es el Voltarén.
Desconocimiento de los profesionales
«En investigar la farmacontaminación participan sectores muy variados. Están los biólogos, las organizaciones ecologistas, los químicos....», explica Orive. Sin embargo, es un área de investigación que la propia ciencia farmacéutica, de algún modo, ha desdeñado hasta hace muy poco. De ahí que el posgrado que ha preparado la UPV/EHU resulte una formación pionera y necesaria para empezar a poner remedio o, cuando menos, paliar la problemática.
El desconocimiento también genera desregulación. Según expone Lertxundi, «en Euskadi no se lleva un control periódico y regular de la presencia de fármacos en los ríos, sencillamente porque no hay una ley que demande esto. No existe un límite para la presencia de un medicamento en un río y, en consecuencia, no se mide».
La farmacontaminación es lo que se llama técnicamente un área de «interés emergente», porque cada vez hay más preocupación por parte de la comunidad científica. Pero más allá de la investigación y de lo académico, el interés decae.
Obviamente, no se parte de cero. La sociedad sí está sensibilizada con que los medicamentos no se pueden tirar en cualquier lado, sino que se depositan en puntos Sigre. Los viales de los que se extraen las dosis de vacuna del coronavirus, por ejemplo, se recogen como residuos biológicos y llevan un tratamiento especial para minimizar el impacto sobre el medio ambiente. Ahora bien, si a un profesional de Ciencias de la Salud se le pregunta si una sustancia u otra con efecto similar contamina más o menos, muy probablemente no sepa qué responder. Y este problema es uno de los grandes motivos que impulsó la idea de lanzar un posgrado en esta materia por parte de la UPV-EHU.
«Ambicionamos traer a especialistas del Estado e internacionales, gente que de verdad sepa de las distintas áreas de esta temática. Queremos formar a las personas interesadas, trabajar con grupos punteros de otros países con vistas a que el día de mañana pueda instaurarse la materia dentro del propio Grado de Farmacia. », explica Orive.
Las evaluaciones de la EMA
Lertxundi, cuyo día a día está más en la práctica de la medicina que en la formación, confiesa que el desconocimiento del efecto de los medicamentos humanos y para animales es enorme. «La gente cuando prescribe o dispensa un medicamento no se preocupa demasiado o nada en si tendrá cierto efecto en un pez o afectará al ecosistema de alguna manera», afirma.
Una mayor sensibilización por parte de los profesionales llevará «décadas», coinciden Lertxundi y Orive. Sin embargo, están convencidos de que la afectación de un medicamento en el ecosistema, bien sea durante su proceso de fabricación o tras su consumo, acabará también pesando en esa balanza de riesgos y beneficios que maneja la Agencia Europea del Medicamento y el resto de organismos reguladores.
Desde el año 2005, cada medicamento que llega a la EMA para ser revisado debe adjuntar un estudio sobre su posible impacto ambiental. «Sin embargo, esta afectación no entra a valorarse en la relación de riesgo-beneficio. Se valoran los efectos secundarios que en el ser humano, pero esos otros efectos no se tienen en cuenta a la hora de sopesar si el medicamento tiene que entrar o no en el mercado», indica Lertxundi.
Cómo ha de influir la farmacontaminación al aprobar un fármaco empuja a dilemas éticos. No es lo mismo un medicamento que tiene alternativa y es fácilmente sustituible que otro que es la única opción ante una enfermedad. «La Comisión Europea hace mucho hincapié en que la farmacontaminación no puede dejar sin los medicamentos que son necesarios para determinadas personas», enfatiza Lertxundi. Pese a ello, esta directriz se puede seguir cumpliendo sin que haga falta dejar fuera el efecto contaminante de los criterios para la aprobación de un nuevo fármaco.

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