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«No se ha leído ni la primera letra sobre la pederastia en la Iglesia», asegura una víctima

Enrique Pérez Guerra ha relatado en Donostia el infierno de los abusos sexuales que padeció de niño por parte de un sacerdote y ha asegurado que, para «pasar página», hay que leer primero lo que ha sucedido y en el Estado, «no se ha leído ni la primera letra de la pederastia» en la Iglesia.

Imagen de la jornada ‘Abusos sexuales de menores en instituciones religiosas: respuestas restaurativas desde la victimología’ que se celebra en Donostia. (UNIVERSITAT DE BARCELONA)
Imagen de la jornada ‘Abusos sexuales de menores en instituciones religiosas: respuestas restaurativas desde la victimología’ que se celebra en Donostia. (UNIVERSITAT DE BARCELONA)

Dentro de la jornada titulada ‘Abusos sexuales de menores en instituciones religiosas: respuestas restaurativas desde la victimología’, que se celebra en Donostia, una víctima, Enrique Pérez Guerra, ha asegurado que «no se ha leído ni la primera letra sobre la pederastia en la Iglesia», así que todavía resulta imposible «pasar página» con esta cuestión.

Pérez Guerra, un trabajador social de 65 años que padeció los abusos en Zaragoza, y Emiliano Alvarez, que los sufrió en el seminario San José de La Bañeza, han contado sus experiencias a los medios de comunicación horas antes de participar en una mesa redonda dentro de la jornada que tiene lugar en Donostia.

Con 12 años, Pérez Guerra se fue a confesar para hacer saber su vocación misionera al padre Javier, un sacerdote de «mucho prestigioso entre la feligresía», que le dijo que se lo contara fuera del confesonario.

«Ahí empezó una relación totalmente destructiva, ya que el sacerdote no tenía interés por mi vocación misionera, pero sí mucho por mi piel y por mi cuerpo», afirma.

«No estaba acostumbrado a decir que no, no sabía cómo poner límites», recuerda de esa «experiencia demoledora» en la que el centro era el miedo.

«Si no vengo aquí y me presto a que me desnude y haga con mi cuerpo lo que quiera, el padre Javier vendrá a mi casa a buscarme», pensaba entonces el niño Enrique Pérez Guerra que asegura hoy que, como en muchos otros casos, el pederasta «es alguien apreciado en casa».

Los abusos no duraron mucho porque una tarde entró un seminarista en la habitación donde Enrique estaba «ya desnudo» y «debió de comunicar a sus superiores lo que estaba ocurriendo y le destinaron a otro lugar».

Pasaron años hasta que pudo contar lo ocurrido a una compañera de facultad, que es su actual esposa, y luego a sus hermanos, «a los que no les hizo mucha gracia y lo convirtieron en tema tabú».

Por su trabajo conoció situaciones de abusos y entonces fue consciente de que «no era un bicho raro» y que los abusados constituyen un «colectivo».

Cuando quiso contárselo a su hijo, pensó hacerlo por carta porque le daba miedo, pero esa misiva se amplió a los 500 folios que conformaron su libro ‘Las tardes escondidas’, en el que relata sus vivencias.

«La superación de estas situaciones es un mito, porque en algunos aspectos se consigue y en otros todavía tengo revivencias cuando menos me lo espero», afirma esta víctima, que remarca que nunca ha recibido peticiones de perdón por parte de la Iglesia

La Bañeza, un «nido de pederastas»

Emiliano Alvarez Delgado fue víctima de dos sacerdotes del seminario de La Bañeza, un lugar que define como «nido de pederastas», en los años setenta, cuando tenía diez años.

«Allí había 400 niños y abusaban de nosotros cuando estábamos en la cama. A mí me llegaron a hacer felaciones», recuerda.

También rememora el terror que pasaban porque «durante el día te castigaban con palizas brutales y por la noches abusaban» y relata que se escapó con la intención de suicidarse.

Su vida ha sido «un desastre», porque cayó en las drogas y tras varios intentos, las dejó. Entonces fue consciente de que «todo esto venía por los abusos» y que no se supera.

Uno de los curas que abusó de él había sido expulsado de un colegio de Zamora por ese motivo y fue trasladado a La Bañeza, señala Emiliano, quien afirma que los pederastas estuvieron en ese seminario hasta los años 90.

«Cuando estabas despierto, veías cómo abusaba de un compañero y ese día sabías que dormirías, porque estaba satisfecho», afirma Emiliano.

Cuando denunció su caso a las autoridades eclesiásticas en Astorga, «no le hizo falta decir mucho», porque «saben quiénes son los pederastas», pero «romper el muro de la pederastia puede inundar las catedrales», concluye.