Mikel Insausti
Crítico cinematográfico

«Asa ga kuru»

En los festivales internacionales, como en Toronto o Donostia, se presentó con el sello oficial de Cannes y con el título internacional de ‘True Mothers’, por lo que en su versión doblada será estrenada a principios de agosto por la distribuidora La Aventura Audiovisual como ‘Madres verdaderas’. El mismo enunciado ya da una idea de las intenciones de Naomi Kawase con esta película que contiene el discurso esencial de toda su obra, y que pretende expresar la conexión vital entre la maternidad y la naturaleza. Para que la autora se salga de ese eje temático que vertebra su filmografía de principio a fin, ha de mediar algún encargo externo, lo que explica que rodara y terminara ‘Asa ga kuru’ (2020) mientras buscaba una solución para la película oficial de los Juegos Olímpicos de Tokio. Según sus palabras, el documental se hará a pesar del retraso de la cita deportiva provocado por la pandemia, solo que ahora ha cambiado su perspectiva personal sobre el evento, y lo que pretende es integrar en las grabaciones de las competiciones el problema sanitario que se ha vivido en el mundo, y que afecta a todos los países representados. Para cualquier mujer cineasta, y más en estos tiempos de lucha por la paridad, supone un gran honor encargarse de la obra que servirá de testimonio de unas ‘olimpiadas’ para la posterioridad, recogiendo el testigo de la pionera alemana Leni Riefenstahl y ‘Olympia’ (1938).

Cada vez que se comenta una película de Naomi Kawase, es necesario tener en cuenta el carácter plenamente autobiográfico de su cine, porque la japonesa es una autora que no se interesa por el lenguaje de las imágenes como tal, sino en cuanto medio expresivo que le sirve para contar su historia. Desde muy joven experimenta con la fotografía y con las técnicas del documental, al principio haciendo películas caseras, si por tales entendemos las que fuera de un contexto profesional se constituyen a modo de retratos o álbumes familiares. La figura que más le ha influenciado no es la de ningún maestro del cine japonés, sino la de su propia tía-abuela, siempre presente en sus realizaciones, porque fue la persona con la que se crió.

Detrás de ‘Asa ga kuru’ está la niña que fue adoptada y, aunque en apariencia está contando anécdotas vividas por otras personas, en el fondo nos habla de cómo le ha llegado a marcar el fenómeno de la adopción a lo largo de su existencia. Esto se observa muy bien en el montaje de la película, a cargo de Tina Baz, y que organiza la narración temporal en forma de recuerdos, en realidad los suyos. Todo el desarrollo argumental es un ejercicio de memoria que arranca en el tiempo presente, pero que rompe la linealidad cronológica para resaltar los momentos más influyentes en todo el proceso de las relaciones familiares.

La familia Kurihara está compuesta por la madre Satoko (Hiromi Nagasaku), el padre Kiyokazu (Arata Iura) y el pequeño Asato (Reo Sato). En principio no se observa nada peculiar en el grupo, salvo por la información que aportan una sucesión de flash-backs, destinados a mostrar las dificultades de la pareja en el pasado reciente para tener descendencia, hasta acabar acudiendo a una asociación para las adopciones.

Su realidad acomodada se ve alterada cuando aparece la madre biológica en escena, y en paralelo se revela su recorrido como madre adolescente que es obligada a separarse de su hijo, tras ser recluida en un centro de una isla cercana a Hiroshima.

La joven Hikari (Aju Makita) ha visto alterado su ciclo vital, una vez marginada, por lo que necesita recuperar la armonía, ese estado natural del que habla siempre Naomi Kawase, relacionado con los biorritmos de los que se nutre el afecto materno en contacto con la madre tierra. No importa que ‘Asa ga kuru’, a diferencia de sus muchas realizaciones que se ambientan en el medio rural, sea una crónica urbana, porque los elementos naturales siempre están presentes allí donde la vida surge y evoluciona.