Mikel Chamizo

Un Schubert fabricado a medida

82 Quincena Musical
Intérprete: Mitsuko Uchida
Programa: “Cuatro Impromptus” D935 y “Sonata en sol mayor” D894 de Franz Schubert
Lugar y fecha: Donostia, Kursaal. 22/08/2021

Uchida, en un concierto anterior.
Uchida, en un concierto anterior.

No era la primera vez que la pianista japonesa Mitsuko Uchida actuaba en Euskal Herria, pues lo había hecho antes en la Sociedad Filarmónica de Bilbo, pero esta presentación en la Quincena Musical era muy esperada como colofón pianístico de una edición por la que han pasado artistas de tanto peso como Yuja Wang, Grigory Sokolov, Stephen Hough o Elisabeth Leonskaja.

El perfil de Uchida, sin embargo, es muy diferente al de los pianistas citados. Mientras que Sokolov, por ejemplo, quien también ofreció un recital dedicado a Schubert en la Quincena en 2015, es un intérprete con tendencia a la genialidad y a primar su expresión personal sobre consideraciones estilísticas, Uchida es bien conocida por haber defendido siempre la integridad del compositor, sea lo que sea lo que signifique eso exactamente.

En realidad, la forma en que Uchida tocó a Schubert anoche fue igual de subjetiva que la de Sokolov hace unos años, pero de una manera menos evidente. La clave está en que, dentro de esa forma de tocar sin estridencias y aparentemente más neutra que la caracteriza, la japonesa ha desarrollado un estilo tan sólido y convincente que la interpretación transmite una autoridad que parecen no poseer otras versiones más caprichosas.

Pero no hay que engañarse: en su interpretación de los “Impromptus D935” prácticamente no hubo dos compases seguidos tocados con el mismo tempo, tal era la flexibilidad que Uchida imprimió al pulso; la articulación fue exquisita, aunque también muy marcada en su forma de contrastar, por ejemplo, pasajes en legato y en staccato; y la interpretación de las dinámicas de Schubert también fue algo sui generis, sin sobrepasar nunca el ámbito dentro del que ella define su pianismo, que rara vez supera lo que para otros pianistas sería un forte.

La cuestión es que Uchida presenta todas estas decisiones de manera increíblemente razonada, ya que las emplea como herramientas para transmitir la forma de la pieza con gran efectividad. Su discurso musical, apoyado en este fraseo extraordinario, parece así no tener fisuras, y el público entiendo de dónde viene y hacia donde va en todo momento. En esa travesía segura, además, Uchida nos lleva de la mano con elegancia y buen gusto.

Esto resultó evidente en la “Sonata en sol mayor” de Schubert, una obra que la ha acompañado durante toda su carrera desde que la escuchó por primera en Viena tocada por Wilhelm Kempff, cuando ella tenía 14 años. Uchida quedó maravillada por la obra o, según se deriva de sus palabras, por la forma en que la tocó Kempff. Ella, no hay duda, también hace una completa recreación de esta sonata, ha construido una versión de la que es difícil defender que realmente se mantiene muy cerca de la partitura de Schubert.

Dejando a un lado las mil estrategias que pone en juego para lograrlo, Uchida apuesta por subrayar los aspectos más soñadores de la pieza, alejándola de la asertividad beethoveniana y convirtiéndola en una plácida experiencia de algo más de media hora, en la que el público entiende todo lo que está ocurriendo y el drama, reducido al mínimo imprescindible para no diluir la tensión, nunca resulta traumático o desgarrador, como sí ocurría en manos de Sokolov.

La decisión de Uchida de encarar así la música de Schubert se puede compartir o no, pero es innegable que hay que ser una grandísima pianista para poder hacerlo desde esa perspectiva y con esos resultados. Y el público donostiarra así lo reconoció, despidiéndola tras numerosas rondas de aplausos y puesto en pie al final.