Víctor Esquirol
Crítico de cine
FESTIVAL DE CINE DE VENECIA

Un mar de dudas

«Dune», dirigida por Denis Villeneuve, es una de las grandes apuestas presentadas en Venecia. (Miguel MEDINA/AFP)
«Dune», dirigida por Denis Villeneuve, es una de las grandes apuestas presentadas en Venecia. (Miguel MEDINA/AFP)

A la tercera jornada, llegó el momento de la verdad. Sin ni siquiera haber cruzado su ecuador, la 78ª edición del Festival de Cine de Venecia puso sobre la mesa sus cartas más contundentes; las que iban a marcar buena parte del balance final de todo el certamen. Dígase ya, en su conjunto, la experiencia fue profundamente decepcionante, pero de alguna manera, consiguió calar y, aunque fuera de manera involuntaria, dejó algunos apuntes interesantísimos sobre el punto en el que ahora mismo se encuentra ese llamado séptimo arte.

Primero desembarcó, por todo lo alto, la más importante de todas. De repente se dobló el personal de la Sala Grande y se nos incautaron los teléfonos móviles. Por lo visto, se tenía que hacer todo lo posible para preservar los secretos de ‘Dune’, la que pasa por ser la apuesta más ambiciosa de la temporada por parte de la industria fílmica. Es decir, de ese monstruo que quiere crecer más y más, y que para ello tiene que ganar más, y más. El hambre insaciable de “especia” (de esto hablaba Frank Herbert, y de esto nos hablaba ahora Denis Villeneuve) llegó una vez más a la gran pantalla, después del paso en falso dado por David Lynch en 1984 (y después también que en 1975 Alejandro Jodorowsky se estampara en una producción que ni llegó a ver la luz).

O sea, que de entrada ya sabíamos que el intento de adaptar la(s) legendaria(s) novela(s) homónima(s) iba a suponer por lo menos una empresa titánica; iba a pedir un esfuerzo y un talento al alcance de muy pocos. Y parecía que Villeneuve (que venía de empalmar varios éxitos sobre el papel nada fáciles de concretar) era el hombre indicado para la encargarse de ello. Parecía que nada podía fallar. Y ahí estuvo la conclusión más provechosa que nos dejó el primer contacto con esta nueva ‘Dune’: el salir de la sala preguntándose sobre la conveniencia del tótem inquebrantable del ‘demasiado-grande-para-fracasar’.

Y que conste que esta lujosísima ópera espacial sigue oliendo a triunfo... lo que pasa es que cuando se apagó el proyector, era lícito echar en falta argumentos para volver a entrar en la sala de cine. ‘Dune’, ya se puede contar, es en realidad el primer episodio de una saga. De otra. Es exactamente esto: la jugada de siempre (la tantas veces repetida por las majors, sobre todo a lo largo de los últimos años). Todo está amarrado: la presencia de cada estrella, el golpeo de los efectos digitales, ese ritmo narrativo diseñado para desactivar el pensamiento (crítico) de la audiencia. Y prácticamente todo funciona, de verdad, pero haciendo bandera del conservadurismo, cuando el mundo en apocalipsis en el que nos encontramos, debería pedir cambios, riesgo, valentía.

Y en estas que apareció otro de los nombres más esperados en este certamen: ‘Spencer’ juntó al aclamado director Pablo Larraín con la actriz Kristen Stewart, con el pretexto de dar vida a la Princesa Diana de Gales. Esto, según nos aclararon al principio unos títulos explicativos, se trataba de una «fábula a partir de una tragedia real». Y así se comportó la película durante sus casi dos horas, con la falta de delicadeza o sutileza de cualquier cuento infantil. El fantasma de Ana Bolena intentaba avisar a Lady Di sobre el aciago destino que le esperaba, y las sogas en el cuello adquirían la forma de collares de perlas. El drama de la jaula de oro subrayado hasta la caricatura, pero salvado, esto sí, por la fragilidad auténtica de Stewart, la actriz que parece que odie ser actriz: un acierto de casting incontestable.

Por último, tocó ver ‘The Last Daughter’, debut en la dirección de Maggie Gyllenhaal, adaptación de Elena Ferrante en la que el interés volvía a estar puesto en el elenco actoral. Olivia Colman encarnaba a una madre acercándose a la cincuentena, y a la que le atosigaban los traumas del pasado durante unas vacaciones en Grecia. Prestigio asegurado por el equipo de artistas congregado, pero fracaso confirmado (ahora sí) por las antipáticas idas y venidas de una puesta en escena empeñada en regodearse en el sufrimiento de la protagonista.