Koldo Landaluze
Especialista en cine y series de televisión

50 años de 'La naranja mecánica': Beethoven y los monos erectos

Cincuenta años después de su estreno, 'La naranja mecánica' sigue en el estrado aguardando el veredicto de quienes la juzgan como una película abierta a demasiadas lecturas o una obra magistral que especula en torno al derecho de elección del ser humano. Todo ello al compás de Beethoven.

Malcolm McDowell presentó en la última edición de Seminci 'La naranja prohibida', el documental dirigido por Pedro González Bermúdez para TCM, basado en el polémico estreno de 'La naranja mecánica' en el certamen vallisoletano del año 1975, acontecido cuatro años después de su estreno internacional.

Durante la rueda de prensa protagonizada por el actor británico, este recordó que «cuando se rodó la película se estaba produciendo la primera guerra televisada, la de Vietnam, y mientras comíamos tranquilamente en nuestras casas, veíamos imágenes de destrucción y de niños que ardían. Era algo extraño, sobrecogedor, te sentías como anestesiado. La violencia en ‘La naranja mecánica’ es de carácter sicológico, aunque haya una parte física muy evidente. Creo recordar que no aparece sangre en ninguna de sus escenas».

«En aquella época yo tenía unos 26 años, pero por fortuna estaba preparado para asumir semejante reto. Era  mi cuarta película, había trabajado de otra manera y en otro tipo de cine, pero me embarqué en esta  alucinante y sorprendente montaña rusa, y el rodaje fue toda una escuela de aprendizaje. Cada director con el que trabajas te aporta algo diferente, y eso provoca que la profesión de actor sea algo tan apasionante. Reconozco que el perosnaje me caía bien mientras se rodaba la película. Disfruté interpretándolo», añadió McDowell.

De las estrellas al caos social

Después de resumir mediante una magistral elipsis toda la evolución humana sirviéndose del lanzamiento al aire de un hueso que se fusiona en mitad del espacio con una nave espacial que baila al compás del vals de Strauss 'El Danubio azul', Stanley Kubrick recibió un regalo de Terry Southern, uno de los guionistas de '¿Teléfono Rojo? Volamos hacia Moscú'. Se trataba de un ejemplar de la novela de Anthony Burguess titulada 'La naranja mecánica'.

El autor de '2001: una odisea del espacio' se empleó de inmediato en la lectura de esta obra enmarcada en un futuro inmediato sacudido por la violencia, el desencanto y el sexo. Por aquel entonces, Kubrick todavía albergaba la remota posibilidad de poder trasladar a la gran pantalla su más ansiado proyecto, un filme sobre Napoleón. Una obra monumental, metódicamente detallada pero que nunca logró filmar por que no halló un productor lo suficientemente loco como para embarcarse en un proyecto que requería de un presupuesto imposible.

Así que, ha falta de ‘Napoleón’, el cineasta norteamericano se decantó por el vertiginoso descenso a los infiernos de una sociedad enferma que protagonizó Alex De Large, el líder de la banda callejera denominada ‘drugos’ que amaba a Beethoven.

Un final no 'feliz'

En enero de 1970, Kubrick finalizó la redacción del guión -la primera adaptación que escribía en solitario- y el actor Malcolm McDowell recibía la propuesta de encarnar al personaje principal. Fiel a su casi enfermiza perfección, el cineasta inició los preparativos del rodaje.

Adquirió multitud de ejemplares de tres prestigiosas revistas de arquitectura para desarrollar una escenografía anacrónica y, sirviéndose de un programa informático alemán llamado Definitiv que permitía la integración de códigos cromáticos alfabéticos y numéricos, seleccionó con rigor diversas localizaciones.

A excepción del Bar Lácteo Korova, la sala de acceso a la prisión y los interiores de la casa del escritor, el resto de la película se rodó en exteriores y gracias a los avances técnicos que habían experimentado tanto la fotografía como el sonido lo cual propició que pudiera ser utilizado material ultraligero que permitió a Kubrick realizar encuadres insólitos.

Transcurridos seis meses de rodaje, la película concluyó en marzo de 1971 y, pasados otros seis meses en las salas de montaje y sonido, se estrenó finalmente en Nueva York en diciembre de aquel mismo año.

Kubrick había adaptado para la gran pantalla la 'versión americana' -publicada en 1962- en la cual se había suprimido un último capítulo que figuraba en la 'versión inglesa' y en el que el protagonista acababa por casarse, tener hijos e integrarse definitivamente en la sociedad.

El cineasta ignoró este último capítulo porque consideraba que era demasiado mmoralizante y la respuesta inicial de Burguess fue muy positiva. Años más tarde, esas alabanzas se tornarían en severos reproches por parte del escritor ya que acusó a Kubrick de 'oportunista'. Un amplio sector de la crítica neoyorquina también se empleó a fondo en triturar la película y fue calificada como «obra trivial pop, un show porno, al estilo Russ Meyer» y, desde su columna, Fred M.Hechinger llegó a acusar al cineasta de fascista.

Cincuenta años después del estreno de 'La naranja mecánica',  retornamos al otro lado de la pantalla para cruzar la noche de una ciudad cualquiera y ser testigos de la paliza que unos 'drugos', ataviados con ropas blancas y sombreros negros,  propinan a un mendigo.

En el interior del túnel donde se desarrolla esta escena, resuenan los gritos de la víctima que está siendo golpeada por un simiesco Alex De Large que esgrime un bastón y pervierte las inocentes intenciones de Gene Kelly mientras canturrea 'I´m singing in the rain, Just singing in the rain, What a glorius feelin'....'.

Rousseau, la naturaleza humana y la iglesia

Stanley Kubrick se defendió de la ola de críticas negativas y acusaciones que recibió 'La naranja mecánica' a través de un artículo en el que, desde su perspectiva de liberal agnóstico, diametralmente opuesta al catolicismo esgrimido por Burguess, ratificaba su visión pesimista de la humanidad a través de una película con la que pretendía desmentír las teorías rousseaunianas sobre la naturaleza del hombre.

El director fue más allá y criticó a la Iglesia en el segundo de los tres bloques que componen el filme a través de la presencia del cura que ejerce labores de guía del descarriado Le Large que debe ser reinsertado en la sociedad.

En la réplica que el cineasta publicó en The New York Times', se podía leer lo siguiente: «Hemos nacido de monos erectos, no de ángeles caídos y esos monos eran unos asesinos armados. ¿De qué vamos a asombrarnos? ¿De nuestros asesinatos, genocidios y misiles? No, sino de nuestras sinfonías, por poco que valgan, de nuestros sembrados, por poco que a veces los convirtamos en campos de batalla, de nuestros sueños, por más que sólo raras veces se conviertan en realidad. El milagro del hombre no reside en cuán bajo ha caído sino a qué altura se ha elevado».