Albert Naya Mercadal

De Turquía a Bielorrusia, un viaje de ida y un sueño truncado...

Las agencias de Turquía que ofrecían visados a los refugiados para entrar en Bielorrusia dejan de operar después de que las aerolíneas hayan vetado la entrada para sus vuelos a Minsk a los ciudadanos de Siria, Irak y Yemen. Miles de dólares y un sueño incumplido.

Refugiados en el aeropuerto de Erbil, en Kurdistán. (Safin HAMED/AFP)
Refugiados en el aeropuerto de Erbil, en Kurdistán. (Safin HAMED/AFP)

Mientras miles de refugiados se agolpaban a las puertas de Polonia, dentro de territorio bielorruso, muchos se preguntaban cómo era posible que hubiesen llegado hasta allí: lejos de alcanzar el corazón de Europa por vía terrestre, todos ingresaban en el país en avión y de forma legal. De hecho, ese modus operandi ya lo habían denunciado anteriormente, en agosto, Lituania, Letonia y Polonia.

La Unión Europea tomó nota, pero no apreció como una amenaza lo que miles de personas –que huían de sus hogares– estaban haciendo, todo gracias a oscuras agencias de viajes y a un Gobierno bielorruso que dio con la tecla que más le duele a Bruselas, la de los refugiados. Y la mayoría de ellos salieron de aeropuertos no muy lejanos, desde Erbil, Bagdad, Dubai, Líbano o la siempre polémica Turquía.

En el barrio de Aksaray,  en el corazón de Estambul, hay más refugiados que ciudadanos turcos. «Muchos somos del Kurdistán iraquí», comenta Rogyar, que trabaja en un restaurante y no tiene intención de abandonar Turquía. También hay sirios, libaneses, yemeníes, somalíes... la lista es interminable.

Más fácil que comprar pan

Es evidente que el idioma oficial en las calles es el turco. Pero la gente se entiende en árabe, al igual que los rótulos en las tiendas o las comandas de los vendedores ambulantes. Porque los que habitan en Aksaray son solamente transeúntes que saltan de un continente para intentar alcanzar otro, sin ninguna intención de echar raíces en el país eurasiático. Por eso, las agencias de viajes saben que están bien situadas: en Aksaray es más fácil conseguir un billete de avión en una agencia que una barra de pan.

En todas tenían los preciados billetes a Minsk, la capital de Bielorrusia. «Ya no nos quedan billetes para esta semana, pero si quieren les reservo para la siguiente», comentaba un trabajador de una agencia. Encontrar billetes de un día para otro era misión imposible. En cuanto al precio, se disparó: los veinte vuelos desde Estambul con destino a Minsk, con las aerolíneas Turkish Airlines o Belavia, se vendían como el oro y a unos precios que podían llegar a los 700 euros, sólo ida.

No obstante, el mayor problema era el visado de entrada a Bielorrusia, algo que tenía fácil solución. «Sin visado no pueden entrar. Pero llamen a este número de teléfono». Un trabajador de una de las agencias ofrece una tarjeta y varios números de teléfono móvil a los que llamar. Atienden en inglés o en árabe: «Nosotros lo arreglamos todo: reservas de hotel, transporte desde el aeropuerto y carta de invitación», prometía al otro lado del teléfono una mujer, que respondía en inglés a quien pensaba era un refugiado, cuando se trataba de GARA. Según explicaba, la gestión tiene un coste de 2.000 dólares. Por lo tanto, la entrada a Bielorrusia tiene un precio en forma de visado, es decir, de carta de invitación. Los billetes de las aerolíneas, obviamente, no iban incluidos.

Mientras cae la tarde, un joven libanés pasa el rato en un parque del barrio. Como otros muchos, ha venido a Turquía en busca de una vida mejor. Pero ya hace un año que llegó y todavía no ha encontrado nada que le retenga: marcharse a Europa no es una opción descabellada, sino la única alternativa para un chico que pertenece a esta generación perdida. Según asegura, algunos conocidos suyos también sueñan con viajar a Bielorrusia, y no sólo desde Turquía. «Desde Líbano y desde todos los países árabes ya llevan tiempo dando facilidades para ir a Minsk», afirma.

Europa dice basta

Ante las quejas de Polonia, Lituania y Letonia, la UE se pronunció acusando a Bielorrusia de intentar «desestabilizar la seguridad del bloque por medios no militares». En cuanto a Turquía, paso previo para muchos refugiados, también fue acusada de estar implicada en el tráfico de personas desde Bielorrusia a países de la UE, algo que Ankara negó. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, pidió la semana pasada sanciones a «las compañías aéreas de terceros países» implicadas en el tráfico de personas. Y la demanda tuvo resultados: Turquía prohibió la venta de billetes de avión con destino a Bielorrusia a ciudadanos de Siria, Irak y Yemen, según anunció la Dirección General de Aviación Civil, debido a los «intentos ilegales de cruzar la frontera» entre Bielorrusia y Polonia. Aun así, aquellos que ya tenían su billete y habían abonado los miles de dólares que les exigieron para entrar en Bielorrusia tiraban una moneda en el aire. Pero salió cruz: eran los primeros refugiados privados de coger el avión –en esta nueva vía– que les llevaría directamente a Europa.

Al día siguiente de que Turkish Airlines y, en consecuencia, la aerolínea bielorrusa Belavia decidieran vetar la entrada en sus vuelos a Minsk a los ciudadanos de esos países, castigados por la guerra, NAIZ volvió a contactar con la agencia que proporcionaba el visado: «Vuelva a llamar mañana. Estamos mirando cómo redirigir a los ciudadanos iraquíes. Los sirios todavía pueden hacer escala en Dubai». Un día después no podían ir a ninguna parte. Y la misma agencia lo confirmaba: «Me sabe mal, estamos fuera de servicio, ya no podemos hacer nada».

 

... Y un viaje de vuelta

 

De vuelta al campo de desplazados yezidíes cerca de Dohuk, Kurdistán Sur y norte de Irak, la familia fue repatriada el jueves pasado junto con 400 refugiados, en su inmensa mayoría kurdos.
Entre visados, vuelos y gastos diarios, Hussein Khodr y familia han gastado más de 10.000 dólares sin lograr su objetivo.

«Intentábamos cruzar las vallas de espinas pero había detectores que alertaban a la Policía polaca», narra este treintañero que ha vuelto al campo de Sharya.

La familia acampó durante una veintena de días en un bosque húmedo y helado. «Teníamos hambre, sed y frío», resume Hussein, de 36 años.

Sus siete camaradas yezidíes –kurdos que practican una religión esotérica y sincrética entre el islam y el zoroastrismo persa– han conseguido llegar a Alemania. Pero el reuma de su madre, Inaam, de 57 años, les impedía hacer largas marchas.

«No buscábamos lujos sino escapar de una vida miserable», llora la matriarca, que recuerda los años en los que la población yezidí fue masacrada y esclavizada sexualmente por el califato del Estado Islámico (ISIS), que les tachaba de seguidores del diablo. Su relato es un resumen de la historia contemporánea de Irak.

Hussein en su tienda de campaña. (Safin HAMED/AFP)
Hussein en su tienda de campaña. (Safin HAMED/AFP)

«Volveremos»

Viuda a los 20 años, Inaam tuvo que criar sola a su recién nacido tras la muerte de su marido en la guerra entre Irán e Irak. En 2005 y 2007, su hijo sobrevivió milagrosamente a dos atentados.  
La matriarca recuerda cómo huyó en el verano de 2014 del avance de los yihadistas del ISIS. Y el retorno imposible a su hogar tras los combates, al estar su casa destruida.

Para huir de Irak, Hussein tuvo que endeudarse y vendió el oro de su mujer y de su madre. Desde hace siete años viven en una tienda de campaña, abrasadora por el calor en verano e inundada por las lluvias torrenciales en invierno. «Tenemos miedo a un cortocircuito que nos queme dentro», dicen.

Por ahora, trabaja ocasionalmente reparando portátiles. «Todavía no tenemos dinero, pero cuando lo consigamos nos iremos otra vez», asegura, para insistir en que sigue pensando en emigrar. Sabe que ya no será por Bielorrusia. «Nos han prohibido volver en los próximos cinco años», sostiene.

Falta de futuro

Al pie de la ciudadela de Erbil, capital de Kurdistán Sur, Ramadan Hamad, un zapatero kurdo de 25 años, coincide en que «si tuviera oportunidad me iría hoy mismo, sin esperar a mañana».

A falta de un taller, Hamad arregla una suela en la acera, una imagen que resume su situación: «No hay futuro y la situación económica es muy difícil».

«Soy consciente que si te embarcas en la emigración clandestina tienes un 90% de probabilidades de acabar muerto. Pero, al menos, durante el viaje, viviría en una sociedad que respeta a la persona», afirma.

Hamad señala que, además de las dificultades económicas, influye en el éxodo en futuro sembrado de incertidumbres geopolíticas: retirada estadounidense, resurgir yihadista, conflicto entre Turquía y el PKK.

Pero el principal motivo es que «hay una sola clase que tiene acceso a todo«, resume el analista Adel Bakawan. «Un joven kurdo no puede irse de vacaciones ni comprar una casa ni estudiar en inglés, ni siquiera tener un empleo digno», constata.