Chiara Bianchini

Chile, la memoria y la esperanza

Chiara Bianchini, doctora en Historia Contemporánea, analiza el resultado de las elecciones presidenciales de Chile y el giro que han supuesto.

Viandantes observan las portadas de los diarios chileno en Santiado de Chile. (Javier TORRES /AFP)
Viandantes observan las portadas de los diarios chileno en Santiado de Chile. (Javier TORRES /AFP)

«No se detienen los procesos sociales, ni con el crimen ni con la fuerza», esto dijo Salvador Allende en su último discurso, mientras los aviones militares bombardeaban el palacio presidencial, el 11 de septiembre de 1973. Casi cincuenta años más tarde, esos procesos sociales vuelven al Gobierno de Chile. Hay personas que también estaban entonces, y muchas que han nacido después. Las imágenes de aquellos tiempos y las de ahora muestran rostros distintos, una ciudad distinta. Todo ha cambiado pero el devenir de la historia se hace visible, incluso desde la perspectiva de una vida individual, o de una generación.

Cuando Allende asumió el Gobierno, en 1970, la revolución chilena proyectaba un país de justicia y solidaridad, combatiendo el analfabetismo, la miseria, la explotación, la desigualdad. El Gobierno de Allende representaba décadas de lucha del pueblo empobrecido de Chile. Pero a la vez la «vía chilena» hablaba al mundo, porque era el proyecto de una tercera posibilidad entre el capitalismo y el comunismo, que eran los monstruos en los que estaba atrapado el mundo de la guerra fría. Observadores de todo el mundo viajaron entonces a Chile para ver qué pasaba en ese pequeño país, y participar en ese proceso, pues en muchas partes del mundo se buscaba el camino hacia una posible «tercera vía».

Para abortar ese proceso tuvieron que bombardear, asesinar, torturar, desaparecer, durante diecisiete años, y muchos más. «Se mata la perra y se acaba la leva», dijo Pinochet el día del golpe de Estado. Y además dejaron todo «atado y bien atado»: la Constitución, la jurisdicción, el sistema económico, el poder oligárquico. Han sido cincuenta años de lucha popular, que se ha dado por momentos y en distintas olas: por la verdad y la justicia de los crímenes de la dictadura, contra la violencia neoliberal en la educación y en las pensiones, contra la constitución autoritaria, en defensa de la tierra y los bienes de la naturaleza… Han pasado cincuenta años, pero tenía razón Allende, «no se detienen los procesos sociales, ni con el crimen ni con la fuerza».

La memoria está en todas partes. En la obstinada lucha del pueblo chileno por el «derecho de vivir en paz», como cantaba Victor Jara, pero también en los fantasmas de la polarización y la reacción, que hace cincuenta años, y muchas veces en la historia, han logrado frenar e invertir los procesos de cambio. Hoy como ayer, la vía chilena para salir del neoliberalismo habla al mundo, porque en este presente también las urgencias vitales de las personas y de los pueblos claman por una salida de un sistema lleno de violencia, desigualdad y desesperación.

San Agustín escribió que la memoria es el presente del pasado, y la esperanza es el presente del futuro. Chile está lleno de memoria, pero sobre todo de esperanza. En este momento de crisis civilizatoria, en que parece no haber perspectiva más allá de la resistencia al colapso, el proceso chileno viene a recordarnos que sí hay futuro. Que no dejemos de perseguir otra vida deseada, de trabajar para romper las cadenas de la violencia y la injusticia, aunque parezcan invencibles, al igual que lo parecían entonces. El pueblo de Chile nos recuerda que se puede buscar una salida del neoliberalismo, imaginar otra forma de vida y caminar hacia ella. Allende dijo que la historia es nuestra, y que la hacen los pueblos. El futuro también es nuestro y su forma es la esperanza.