Iñaki Uriarte
ANáLISIS

La Plaza Nueva de Bilbo: monumentalidad y deterioro

El arquitecto Iñaki Uriarte pone su foco en la emblemática Plaza Nueva de Bilbo. Además de realizar un repaso a su historia, que cumple su 170 aniversario, expone los retos sociales y culturales a los que se enfrenta la Administración y la sociedad en general para no perder perspectiva de futuro.

La Plaza Nueva de Bilbo.
La Plaza Nueva de Bilbo. (Marisol RAMÍREZ | FOKU)

Hoy hace 170 años, el 31 de diciembre de 1851, se inauguró la Plaza Nueva de Bilbo, así denominada, como en otros lugares, en contraposición a otra ya existente, en concreto a la que desde entonces se llamó Plaza Vieja o del Mercado, situada junto al templo y puente de San Antón, frente a la ría. Un amplio espacio externo a los edificios que la conforman, pero interno respecto a la ciudad, desarrollado en el período de la Ilustración, que supuso la adopción de una arquitectura neoclásica muy acorde a la tradición en Euskal Herria caracterizada por la sobriedad y austeridad de sus edificios. Tipológicamente se manifiesta por la continuidad y homogeneidad de sus fachadas, resaltando una de ellas con un edificio público junto con las plantas bajas porticadas. Espacios de gran calidad urbanística y arquitectónica que asimismo se desarrollaron en Gasteiz (1782-1791), Donostia (1817-1824), Bilbo (1821-1851), Tolosa (Euskal Herria Plaza, 1851), Oñati (Foruen Plaza, 1853), y Tafalla (Plaza de los Fueros o Francisco de Navarra, 1862-1866).

La plaza de Bilbo tuvo unos proyectos previos de los arquitectos académicos Alexo de Miranda (1784) y Agustín de Humarán (1805). Posteriormente intervinieron otros destacados arquitectos como Silvestre Pérez, quien en 1819 trazaba un recinto cuadrado de 25x25 vanos, aprobado por la Real Academia de San Fernando, que posteriormente a su muerte fue transformada por Antonio de Echevarria, quien contempló la colocación de la primera piedra tal día como hoy de 1828. De nuevo fue reformada por Avelino de Goicoechea en 1840, quien le dio la actual configuración rectangular de 18x15 vanos.

Su interior ha conocido diversas disposiciones: jardines con estanque y fuente (1857), estatua de Diego López de Haro (1890), y kiosco de música (1895). El derribo de este templete y las palmeras que lo rodeaban para construir un aparcamiento subterráneo en 1974 supuso la primera barbaridad a la que siguió, en 1990, su deformación de plaza neoclásica con la instalación de una carpa cuadrada de 40 metros de lado y 17 de altura, que duró tres meses.

El Casco Histórico de Bilbo fue declarado Conjunto Histórico-Artístico por el Estado mediante el Decreto 3290/1972 y, posteriormente, una vez transferidas las competencias en materia cultural, por el Decreto 543/1995 del 29 de diciembre se califica como Bien Cultural Calificado, con categoría de Conjunto Monumental. Y su régimen de protección según la Ley 7/1990, del Patrimonio Cultural Vasco. En esta normativa se establecen diversas categorías de bienes culturales a proteger y, en el máximo nivel –elementos de protección especial–, figura: Ámbito de la Plaza Nueva (accesos, fachadas y soportales).

En 1985 se creó SURBISA, sociedad urbanística municipal para la rehabilitación del Casco Viejo de conformidad al Plan Especial. Si bien la gestión administrativa ha sido útil, desde el análisis cultural –es decir, la protección del patrimonio arquitectónico y el paisaje urbano– ha sido hasta el presente negligente y nefasta.

Metamorfosis urbana. El empeño de convertir Bilbo en un sitio temático para el visitante en vez de un lugar –en el amplio sentido de la palabra– para el habitante, está derivando a una ciudad errónea cada vez más desfigurada de sus propias referencias arquitectónicas, industriales, portuarias y paisajísticas, convertida en terreno para especuladores, empresas inmobiliarias y constructoras quienes controlan el urbanismo. Basta ver lo que sucede en Garellano y ya se anticipa en la ribera de Deusto y Zorrotzaurre: un urbicidio.

El paisaje urbano de Bilbo y muy especialmente en esta plaza, singular salón de la ciudad histórica, ha caído en un declive total. Las fachadas que tienen un bar en su bajos –hay 23– están ilegalmente agredidas con cartelones publicitarios y generando ruido, además de suciedad y cutrez, acaparando los soportales y también el espacio abierto de la plaza con anárquicas enormes terrazas y sus accesorios, obstaculizando tránsitos.

A ello se añade la reciente y creciente consentida rapiña de calles y plazas por la hostelería con las plañideras e hipócritas excusas de la pandemia, como si fueran los únicos afectados, en un claudicante sino corrupto proceso de urbarización fomentado por el Ayuntamiento llenando de abrevaderos callejeros la trama urbana.

Aquella ciudad vasca mercantil, sobria y singular, sensata y solvente está siendo transfigurada a una urbe impersonalizada que prescinde de su idiosincrasia arrastrada por la globalización, una anglofilia exagerada a la vez que un menosprecio del euskara. Y esto solo se remedia con una sólida cultura social, cívica y urbana.

Es, por tanto, el momento en el que la ciudadanía debe rebelarse ante una política local repleta de mediocridad. La privatización del espacio público es una expoliación propia de una tiranía que incomprensiblemente está tolerando la sociedad en demasiados lugares de Euskal Herria, incluso independientemente de la ideología del poder municipal. Lamentable escenario el de este aniversario.