Jaime Iglesias
Elkarrizketa
Oliver Rihs
Director de ‘Pájaros enjaulados’

«No podemos imponer a los demás nuestro propio concepto de libertad»

Debutó como director en 2002, desarrollando una intensa labor tanto en cine como en televisión. Conocido como autor de comedias, con «Pájaros enjaulados», que acaba de estrenarse en salas, da un giro a su carrera mostrando la vulneración de los derechos humanos en las cárceles suizas de los años 80.

El cineasta Oliver Rihs da un giro a su carrera con el nuevo filme.
El cineasta Oliver Rihs da un giro a su carrera con el nuevo filme. (J.DANAE | FOKU)

En ‘Pájaros enjaulados’, Oliver Rihs (Zurich, 1972) toma como referencia la figura de Walter Stürm, un famoso delincuente suizo conocido como ‘el rey de las fugas’ que mantuvo en jaque a las autoridades policiales de su país con sus continuas huídas de prisión. Una figura ambigua que acabó por convertirse en portavoz de las condiciones vejatorias en las que mantenía el Estado helvético a la población reclusa. Su relación con su abogada, una activista de izquierdas que se sirvió de él para denunciar la situación de los presos y la reflexión sobre el concepto de libertad marcan la historia de la película.

Usted es conocido, sobre todo, como director de comedias. ¿No le dio vértigo afrontar un cambio de registro con una historia como esta?

Un poco sí, pero al final lo estimulante de este trabajo es ir asumiendo retos y yo ya tenía ganas de probarme, como director, en otro tipo de narraciones. De todas formas, esta película no parte de un empeño personal, sino que fue un encargo. Los productores pensaron en mí porque querían contar esta historia, basada en hechos reales, de una manera distendida, servirse de ella para hacer un drama con ciertos elementos de comedia. La propuesta me llegó en un momento en el que yo estaba buscando cambiar de registro y sobre esa base decidí aceptar la propuesta.
 
¿El hecho de basarse en unos personajes reales fue una ventaja o un inconveniente para usted como director?

Realmente fue un problema porque, al principio, me dejé llevar por ese miedo tan típico de no estar a la altura, de no hacer le justicia a los dos protagonistas y eso, en cierto modo, me paralizó a la hora de dar forma al guion del filme. No sabía muy bien qué licencias podía tomarme a la hora de convertirlos en personajes de ficción y cómo encajarían esas licencias sus familiares, con los que estuvimos hablando horas y horas para preparar la película. Así que, después de cinco años trabajando en el proyecto, decidimos que lo más inteligente era huir de los rigores del biopic al uso. Por eso en los créditos del filme decimos que este está inspirado en hechos reales, no basado.
 
¿Qué fue lo que le atrapó de esta historia? Porque aparentemente se trata de un relato con tantas aristas y con unos personajes tan complejos que, me imagino, tardaría en encontrar el punto de vista desde el que abordar la narración.

De entrada, he de confesarte, que cuando me ofrecieron la película, lo que me resultaba más estimulante era la posibilidad de acercarme a la figura de Walter Stürm, un personaje carismático y muy popular en Suiza por el modo en que retaba a las autoridades con sus continuas fugas de la cárcel. Me atraía su carácter libre y rebelde pero también el hecho de que teníamos cosas en común ya que él, como yo, provenía de una familia acomodada dominada por la figura de un padre autoritario al que desafió en la búsqueda de su propio camino. Esos paralelismos con mi propia vida fueron los que, de inicio, me inspiraron para comenzar el proceso creativo. Lo que pasa es que, según fui investigando su figura, me di cuenta de que su feroz individualismo lo convertía en una suerte de sociópata y resulta muy complicado crear una conexión emocional con un personaje así. De ahí que buscando el punto de vista que nos permitiera contar esta historia nos fuimos volcando hacia el personaje de Barbara Hug, su abogada, que además fue una activista por los derechos humanos muy conocida. Es un personaje que genera una mayor empatía, también en el espectador.
 
Uno de los asuntos más interesantes que plantea en la película es el concepto de libertad y como este representa algo muy distinto para cada uno de los personajes. ¿Qué le interesó de este argumento?

Yo creo que, de hecho, es la idea que sostiene la película, lo que supone la libertad frente al hecho de estar encerrado. Barbara es una persona que vive encerrada en su propio cuerpo, en su discapacidad y que, siendo prisionera de sí misma, se da la paradoja de que lucha por la libertad de otras personas movida por su compromiso social. Frente a ella, Walter es alguien que permanece retenido por el Estado y que lucha únicamente por su propia libertad. Me interesaba como la lucha de cada uno de estos personajes tiene reflejo en la del otro.
 
Luego está también el tema de cómo gestionamos nuestra libertad, no admitiendo que nos la administren ni la tutelen pero necesitando, a la vez, figuras de referencia para llegar a sentirnos libres. ¿Por qué cree que se produce esa contradicción?

A mí siempre me resultó curioso cómo Barbara, saltándose los procedimientos legales, ayudó a Walter a escapar, se arriesgó por él, le ocultó, le sacó del país y como él, después de un período prolongado de tiempo viviendo en libertad, siente que le falta algo, algo a lo que oponerse, algo con lo que confrontarse, algo que vuelva a activar en él ese espíritu de resistencia que es el que, verdaderamente, le hace sentirse vivo. Eso le llevó a salir de su retiro y a dar de nuevo con sus huesos en la cárcel. Esa es la paradoja que acontece cuando hablamos de libertad. La libertad no es algo tangible, es un sentimiento, una sensación, una idea, algo que está en la mente y en el corazón de las personas.
 
¿Usted se siente más próximo al concepto de libertad que defiende Walter o al que maneja Barbara?

No me identifico de manera plena ni con ella ni con él. Lo que creo es que, para que cada uno de nosotros pueda desarrollar su propio concepto de libertad y lanzarse a conquistarla, hace falta tener en consideración el entorno en el que nos movemos. Por ejemplo, sería muy cínico por mi parte, como ciudadano de un país con una democracia parlamentaria asentada, ir a decirle a un chino como qué debe de hacer para conquistar su libertad sin atender a los condicionantes qué él tiene en su país y que seguramente le hagan ver la libertad de una manera distinta a como la veo yo. No podemos ni ir dando lecciones ni imponer a los demás nuestro propio concepto de libertad.
 
Pero lo cierto es que Walter Stürm pese a su carácter ambiguo y camaleónico asumió un poco esa función de líder carismático en la defensa de la libertad ¿o cree que fue instrumentalizado en este sentido?

En torno a su figura se dio un poco de todo. Él mismo, a través de los libros que escribió desde la cárcel contando su experiencia en prisión, asumió un poco ese rol. Gracias a eso fue percibido como un luchador por las libertades y no solo por parte del activismo de izquierdas sino por la sociedad suiza en general. Fue alguien cuya osadía le granjeó simpatías, como aquella vez en la que se fugó de la cárcel en plena semana santa dejando una nota donde ponía “he salido a buscar huevos de Pascua”. El problema fue que, desde sectores de izquierdas, quisieron convertirlo en un revolucionario, en una suerte de Che Guevara que desafiaba al sistema, lo que, desde luego, él nunca fue ni por asomo.
 
Suiza es un país que, desde fuera, siempre se ha visto como un ejemplo de democracia avanzada. No obstante, gracias al reciente cine suizo nos hemos enterado de que hasta los años 70 el sufragio femenino no existía y de que en los 80 el país mantenía un sistema penitenciario cuasi fascista. ¿Existe una necesidad entre los directores de su generación por arreglar cuentas con el pasado del país?

Sí, al menos en mi caso. Me fastidia bastante esa imagen de Suiza como un paraíso idílico, como el país de Heidi, del chocolate y de los banqueros y he de decir que el cine suizo ha contribuido, en cierto modo, a proyectar esa imagen romántica del país. Frente a eso yo creo que no está de más recordar que Suiza fue, hasta no hace mucho, un estado policial que ejercía un control directo sobre la vida de sus ciudadanos, un estado comparable a la RDA pero inspirado por un pensamiento reaccionario. Yo tenía ganas de revelar esa realidad, sobre todo porque no se trata de una realidad pasada sino que sus huellas siguen dejándose ver en nuestro presente.
 
¿En qué sentido se mantiene esa herencia?

A ver, hoy en día todo es más sutil, pero el partido popular suizo sigue alimentando ese espíritu, sus campañas electorales buscan ejercer el control sobre el ciudadano con estrategias de manipulación basadas en el miedo. Luego hay casos concretos que nos retrotraen a los años 80 como el de un joven inmigrante que lleva años prisión en un régimen de aislamiento sin que la justicia termine de resolver su situación. Sigue habiendo fuerzas muy poderosas que pretenden dominar las instituciones y ejercer su control sobre nuestra democracia.