Iñigo Garcia Odiaga
Arquitecto

La ruina definitiva

El último proyecto transforma un edificio del siglo XIX, en proceso de demolición, en un espacio de investigación al aire libre para un centro psiquiátrico en la ciudad flamenca de Melle. El uso no ha variado, el edificio pertenece a una antigua clínica psiquiátrica. En aquel entonces, un lugar único, adelantado a su tiempo, proyectado como un conjunto de edificios separados. Cada departamento tenía su propia ‘villa’ y era la arquitectura lo que unificaba el conjunto gracias a un estilo común.

Con el tiempo, las villas fueron abandonadas. Destruidas una a una y reemplazadas por los típicos edificios sanitarios de la contemporaneidad. Piezas de arquitectura que no asumen el contexto y se autoafirman en su valor técnico-científico.

Para intentar repensar ese estándar, Vylder Vinck Taillieu llevó a cabo junto con Bavo, un grupo de investigación que se ocupa de la política y la arquitectura con un amplio proceso participativo. Los médicos, la administración, el personal y los pacientes de la clínica fueron llevando sus ideas y necesidades hacia un diseño espacial. Como resultado surge esta rehabilitación, un edificio que no tiene una función específica, un lugar creado con los deseos de la comunidad.

La villa estaba a punto de ser demolida, e incluso su desmontaje había sido iniciado, cuando llego un nuevo director y lo detuvo. Sabiendo que la villa no podía hacer frente a ninguna normativa actual del ámbito hospitalario, se planteó una pregunta inesperada. ¿Podría ser otra cosa? Podría entonces albergar otra forma de programa, o tal vez otra forma de terapia.

La arquitectura se fijó unos pocos objetivos. El primero, introducir la villa nuevamente en su contexto entre las demás piezas dentro del parque. Reformular la antigua logia, ya que las villas originales tenían una y esta villa tuvo una en su vida anterior. En segundo lugar, respetar la villa tal como había sido encontrada, en ese estado de ruina congelada. Las tejas del techo se habían levantado ya que la demolición había comenzado, aunque se detuvo.

Ese estado de ruina latente se ha amplificado al haber eliminado todos los revocos y revestimientos superficiales. El suelo fue reemplazado por piedras para que el agua pudiera drenar; las ventanas se bajaron para abrirlo en todas las direcciones; el sótano se abrió para convertirse en un auditorio; un árbol fue plantado en el interior. Por el contrario se añadieron unos invernaderos que fueron introducidos como nuevas salas. Un nuevo lugar para reunirse. Un nuevo lugar para explorar terapias en desarrollo, y para inspirar a la psiquiatría y los usuarios.

El contexto del edificio es su realidad física, su material. En realidad lo que quedaba, lo existente es el material y nada más. Ladrillos, suelos y estructuras de madera. Como el edificio estaba aún en su primera etapa de demolición, el edificio encontrado por los arquitectos daba la impresión de haberse librado de todo lo superficial, de lo innecesario.

Así la nueva intervención se introduce como una continuidad sobre esas capas ahora expuestas pero mostrando su distancia. Los muros de ladrillo se repararon con bloques de hormigón, las ventanas que se habían quitado fueron reemplazadas con hormigón en masa sobre un simple encofrado. Las nuevas vigas ya no son de madera sino de acero pintado de verde, y las tabiquerías son ahora invernaderos que colonizan esa antigua ruina.

Nuevas vidas

Los pisos de madera serán reemplazados gradualmente con el tiempo. Pero quizás eso nunca suceda. Los invernaderos serán cambiados, o puede que no. Esa es la virtud de este proyecto, proponer una ocupación que permite el uso de una ruina, de un edificio que siempre ha estado ahí y que ahora espera nuevas vidas aún por descubrir.

Si se quiere puede verse desde otra óptica. Frente a la idea de ruina, la de obra en marcha. Un edificio permanentemente en obras que no quiere ser un objeto terminado, sino un objeto usado. Un edificio que se propone: nunca dejar de cambiar. En la creencia de que las cosas pueden ir cambiándose o adaptándose a nuevas realidades, una filosofía que sin duda comparten arquitectura y psiquiatría, volcadas en afrontar futuros más que en lamentar pasados.