Anush Ghavalyan

La guerra en Ucrania abre la herida en Nagorno Karabaj

Los armenios temen que Azerbaiyán aproveche una eventual debilidad de Rusia para volver a atacar tanto en el enclave como en el sur de Armenia. Las provocaciones de Bakú no dejan de multiplicarse.

Sin suministro de gas en la aldea de Chartar, en Nagorno Karabaj, una familia se calienta con una estufa de leña.
Sin suministro de gas en la aldea de Chartar, en Nagorno Karabaj, una familia se calienta con una estufa de leña. (Edgar KAMALYAN)

«Que Rusia no gane la guerra en Ucrania o quede debilitada tendrá un gran impacto en la situación en Nagorno-Karabaj», asegura Hayk Ghazaryan, un conocido periodista de Stepanakert desde el centro de prensa de la capital del enclave armenio. Si las fuerzas rusas de paz abandonan Karabaj, añade el joven de 33 años, las consecuencias serán «trágicas».

Desde la ofensiva azerí de otoño de 2020, que se saldó con la pérdida de dos tercios de los territorios bajo control armenio y miles de muertos en ambos lados, son las fuerzas de paz rusas las que evitan una escalada de la violencia. Como muchos en el enclave, Ghazaryan también teme que la guerra en Ucrania les deje solos frente a un enemigo, Azerbaiyán, mucho mejor armado. Los armenios del enclave buscan pistas sobre su futuro inmediato en los medios de comunicación, pero la barrera idiomática –casi nadie habla inglés– hace que recurran a las cabeceras rusas. Si bien la intensa escalada militar ha resultado en la pérdida de miles de vidas y el desplazamiento de millones de personas, casi nadie aquí apunta a reivindicaciones territoriales por parte de Rusia o a una limpieza étnica en ciernes.

En un comunicado de prensa publicado el pasado 22 de febrero, Arayik Harutyunyan, presidente de Nagorno-Karabaj, acogía «con satisfacción» la decisión de Vladimir Putin de reconocer las autoproclamadas repúblicas populares de Donetsk y Luhansk, destacando el hecho de que Artsaj (nombre armenio de Nagorno-Karabaj) comparte «bases históricas, políticas, legales y morales indiscutibles para el reconocimiento internacional de su soberanía». No obstante, fuentes de la Administración de Karabaj trasladaban a GARA que es «demasiado pronto» para reconocer o establecer vínculos con ambas repúblicas. 

«El enfrentamiento de las grandes potencias tiene un impacto negativo en los países pequeños bajo su influencia», subrayaba Artak Beglaryan, ministro de Estado de Artsaj, quien espera ver «un diálogo constructivo entre Rusia y Occidente sobre Ucrania». Mientras tanto, el pasado 7 de marzo, Stepanakert enviaba 14 toneladas de ayuda humanitaria a Kiev y Zaporozhye a través de las fuerzas de paz rusas. «El Gobierno de Artsaj está listo para estar al lado de aquellos que se enfrentan la misma tragedia y sufrimiento que nuestro propio pueblo durante la agresión de Azerbaiyán de 2020», zanjaba Beglaryan en su cuenta de twitter. 

Indiferencia

Pero el sentimiento de agravio entre los karabajíes es más que palpable.

«La respuesta internacional a la guerra en Ucrania y la de Nagorno Karabaj está siendo radicalmente diferente», señalaba desde Ereván y vía telefónica Sossi Tatikyan, experta en seguridad y relaciones internacionales. «Si en el caso de Nagorno Karabaj hubo vagas declaraciones de varios actores internacionales que pedían a ambas partes que pusieran fin a la violencia, en el caso de Ucrania se condena a Rusia. Ucrania recibe un apoyo absoluto, mientras que la comunidad internacional se mostró en gran medida indiferente a lo que estaba sucediendo en Nagorno Karabaj», sostiene. 

Tatikyan busca la explicación en la percepción que se ha tenido del conflicto en el Cáucaso. «Si bien hubo cierta idea de que el conflicto de Nagorno Karabaj era diferente de los otros conflictos postsoviéticos como los de Transnistria, Osetia del Sur y Abjasia, los cuales fueron etiquetados como ‘movimientos separatistas apoyados por Rusia’, a menudo se ha metido a Artsaj en esa misma cesta», añade. La solución, asegura, pasa por que la comunidad internacional reconozca la llamada «secesión correctiva» para Nagorno Karabaj, como ya se hizo en el caso de Timor Oriental, Kosovo y Sudán del Sur, aduciendo a graves violaciones de los derechos humanos.

Por el momento, la espada de Damocles sigue pendiendo sobre la cabeza de los armenios y Sossi Tatikyan es de las personas que temen que Azerbaiyán pueda aprovechar que la atención internacional se centra ahora en Ucrania «para alterar la seguridad no solo en Nagorno Karabaj sino también en las regiones fronterizas con Armenia».

Opciones

Lo cierto es que todos los escenarios son posibles en este rincón del Cáucaso. Azerbaiyán no ha optado por una nueva escalada bélica en Nagorno Karabaj, pero las provocaciones se multiplican: el pasado 7 de marzo, fuentes armenias hablaban de un soldado muerto y otro herido en la frontera de Armenia con Azerbaiyán y tanto Bakú como Ereván han denunciado continuas violaciones del alto el fuego durante los últimos días. Asimismo, el enclave lleva ya una semana sin suministro de gas en un momento en el que las temperaturas se desploman bajo cero. Los azeríes han respondido a tiros a todo aquel que ha intentado reparar una infraestructura tan vital como aquella.

En un comunicado publicado el pasado 8 de marzo, el Defensor del Pueblo de Nagorno Karabaj apuntaba que Azerbaiyán busca «causar problemas en la esfera humanitaria y perturbar la vida en Artsaj». La inestabilidad afecta directamente al estado de ánimo de una sociedad que busca una Rusia más fuerte que pueda frenar el apetito de Azerbaiyán. Hasta se ha celebrado alguna pequeña manifestación espontánea en apoyo a Moscú. «¿Qué otra cosa podemos hacer?, dice Arman Hayrapetian, uno de los participantes en la marcha. «No vimos ningún apoyo de la comunidad internacional hace dos años y solo Rusia consiguió parar aquello», subraya.