Dabid Lazkanoiturburu
Nazioartean espezializatutako erredaktorea / Redactor especializado en internacional

Estrategia de EEUU en Ucrania: «Agua, sol y guerra en Sebastopol»

Incapaz de frenar a Putin con su estrategia de disuasión por revelación, EEUU aprovecha la guerra para debilitar a Rusia, atar en corto, geopolítica y económicamente, a Europa y presionar a su rival: China.

Joe Biden en una conversación con Xi Jinping.
Joe Biden en una conversación con Xi Jinping. (Mandel NGAN | AFP)

Como todo imperio, el objetivo primero y último de EEUU es mantener su primacía como superpotencia mundial. En todos los escenarios, incluido el de la actual crisis ucraniana.
Puede parecer una perogrullada, pero no lo es y conviene remarcarlo. Porque es tan obvio que está interiorizado como «natural» por las distintas generaciones que hemos vivido y vivimos bajo la égida del orden mundial liberal.

Un sistema del mundo impuesto por EEUU desde que, en la primera mitad del siglo XX, sustituyó a la decadente Gran Bretaña y a unas potencias europeas exhaustas e inmersas en dos grandes guerras y se erigió como la primera potencia mundial. Y única desde el desplome de la URSS en 1990 y hasta la emergencia de China.

Otra cosa es que todo lo que ocurre en el mundo responda al designio estadounidense o que el imperio sea infalible, como sostienen tanto sus más acérrimos defensores como alguno de su mayores detractores. Las teorías conspiranoicas en torno al 11S (en resumen, que EEUU se autoatacó) son el ejemplo acabado de esto último.

El imperio falla. Pero a veces acierta. Y siempre prima sus intereses. El presidente de EEUU, Joe Biden, se desgañitó durante las semanas previas a la entrada de los tanques rusos en Ucrania alertando de una inminente invasión. El tiempo le dio la razón.

Mucho se ha especulado sobre las razones de esta estrategia. Hay quien apunta a que EEUU habría buscado con ello rehabilitar la mala imagen de los servicios de Inteligencia, cuando la CIA fue incapaz de anticiparse a los ataques a las Torres Gemelas y al Pentágono en 2001, cuando se inventó las «armas de destrucción masiva» para invadir Irak en 2003 y cuando ocultó, durante años y años hasta la retirada militar de Afganistán, el desastre de la ocupación.

Es posible que la «sinceridad» de Biden tuviera que ver con un intento de congraciarse con una Europa desconfiada tras los cuatro años de mandato «corrosivo» de Donald Trump y de escaldada al haberse visto arrastrada a las «aventuras» militares de EEUU,  en Irak y en Afganistán.

Pero los recientes desplantes de Washington a la UE matizan la importancia que puede tener para EEUU congraciarse con sus aliados europeos. El penúltimo, la creación del AUKUS, una suerte de OTAN anglosajona en el Pacífico que se estrenó con la venta de submarinos estadounidenses a Australia, irritó profundamente al Estado francés, que se quedó sin un contrato multimillonario con Canberra.

La disuasión por revelación

Los analistas interpretan de otra manera el «desnudo» de Biden al airear las alertas de sus servicios secretos: la disuasión por revelación. Esta estrategia pasa por anticiparse y revelar los planes del enemigo con el objetivo de disuadirle de hacerlos efectivos. Paralelamente, busca cerrar filas y agrupar a sus aliados ante esas amenazas.

No falta quien asegura que, con esa estrategia, EEUU habría forzado a Rusia a atacar a Ucrania, en una suerte de «profecía autocumplida». Esa hipótesis obvia que la «operación militar especial» de Putin no se improvisa en semanas, sino que se preparó durante meses y exculpa al Kremlin de su responsabilidad por la agresión. A la vez que otorga a EEUU la ya mencionada «infalibilidad maquiavélica».

Otra cosa es que asumamos ingenuamente, como intentan tantos otros, que lo que ha movido a Washington en esta crisis es su «apoyo desinteresado al masacrado pueblo ucraniano».

EEUU lleva no menos tiempo que Rusia afilando su estrategia en el conflicto ucraniano. El analista Rafael Poch identifica en su blog y en un artículo publicado en Ctxt (Contexto) dos planes, en apariencia distintos pero complementarios. «Si el plan A de Washington para Ucrania era convertirla en un ariete contra Rusia, el plan B era que Rusia se metiera por si sola en una especie de Afganistán eslavo, es decir, provocar la criminal acción de Moscú contra Ucrania con el resultado de un catastrófico desgaste del adversario», señala Poch, experto en el espacio postsoviético y en China.

«Para EEUU, la sangría de Ucrania parece un precio perfectamente asumible si con ello se logra desestabilizar y estresar a Rusia», añade quien durante años fue corresponsal de “La Vanguardia” en Moscú, Pekín, Berlín y París. Poch compara esa estrategia con la que el finado asesor estadounidense Zbigniew Brzezinsky reivindicó y reconoció públicamente en Afganistán: «Logré que los rusos se metieran en la trampa afgana ¿Y pretende que me arrepienta? ¿Qué era mas importante para la historia mundial, los talibán o el colapso del imperio soviético? ¿Algunos musulmanes excitados o la liberación de Europa central y el fin de la guerra fría?», señaló el politólogo de origen polaco en una entrevista a “Le Nouvel Observateur”.

Es pronto para anticipar el desenlace de la guerra y el resultado de las negociaciones que llevarán más pronto o más tarde a un alto el fuego, pero lo que sí es un hecho es el desgaste, militar y de imagen, de la Rusia de Vladimir Putin por la agresión, paralelo a la simpatía internacional en torno a Ucrania y a su presidente, Volodymyr Zelensky, que trata de convertir el ataque en un elemento fundacional y cohesionador de la población del país, a caballo entre Occidente y Rusia y diversa en términos lingüísticos y religiosos.

Se argüirá que ese alineamiento se reduce a Occidente y a sus aliados y que buena parte del resto del mundo no se ha posicionado en torno a la crisis bélica en el corazón de Europa.
Cierto, pero a EEUU le interesa sobre todo ese cierre de filas de sus aliados europeos. Y busca, asimismo, provocar dudas y titubeos entre los «amigos» de Rusia, desde Venezuela hasta India, pasando por Egipto y las satrapías del Golfo, y sin olvidar, por supuesto, a su aliada China. 

Por de pronto, la agresión rusa ha logrado lo que EEUU apenas podía soñar hace meses: alinear a todos sus aliados europeos en torno a la OTAN y que los más reticentes hayan prometido aumentar el gasto militar hasta el 2% y más allá.

Destaca el giro total en la política exterior y militar de Alemania. Parece que ha pasado un siglo desde que, en julio del año pasado, Biden se vio obligado a tragar el sapo del gasoducto Nord Stream II por la tenacidad de la excanciller Angela Merkel. Su sucesor, Olaf Scholz, lo ha cerrado con doble llave y la ha tirado al Báltico.

A ello hay que sumar la adverterncia de las neutrales Suecia, y sobre todo Finlandia, de que podrian entrar en la OTAN. Rusia neutralizaría a Ucrania acercando a la OTAN desde el noroeste.

Hay un refrán en español, que tiene su correlato en catalán, que reza así: «Agua y sol, y guerra en Sebastopol». El dicho popular remite a la guerra de Crimea a mediados del siglo XIX entre la Rusia zarista, de un lado, y las potencias y el ya entonces decadente imperio otomano, de otro, y hace referencia al beneficio que supuso para la economía agraria del Estado español el corte del suministro de cereales y maíz del granero ucraniano.

Ese egoísmo, inhumano pero tan humano, trasplantado desde el puerto ruso en Crimea al conjunto de Ucrania, define uno de los vectores de la estrategia estadounidense. Junto a Ucrania y la propia Rusia, Europa es la pagana de la crisis.

Washington asiste desde la distancia a un escenario bélico mientras ofrece a la UE su gas natural licuado (procedente del fracking), su maíz, sus cereales… «Agua y sol en EEUU, y guerra en Europa».

El papel de China

Llegamos así al vector principal que mueve a EEUU en esta crisis: China. Como señala Michael Clane en “La resurrección de una superpotencia” (“Le Monde Diplomatique”), EEUU comenzó con el nuevo milenio a preocuparse por el desafío a su supremacía por parte de China y por los planes de Putin de reconstituir el maltrecho Ejército ruso.

El 11S y las consiguientes invasiones de Afganistán e Irak distrajeron sus prioridades, y su empantanamiento fue aprovechado por Pekín y Moscú para seguir reforzándose.

En 2011, con Barack Obama en la Casa Blanca, EEUU prioriza su rivalidad con China, y pivota su mirada hacia Asia. Ello explica su repliegue, lento pero inexorable, del Gran Oriente Medio y sus conflictos, que tendrá su colofón con la deshonrosa pero estratégica retirada el año pasado de Afganistán.

Ya en 2018, EEUU completa el giro con su nueva Estrategia de Defensa Nacional (NDS). Con la mirada puesta en China, y de reojo en Rusia, y con los objetivos de reforzar a la OTAN en Europa y alianzas en el Pacífico.

No hay aquí espacio para profundizar en las razones que han movido a la Rusia de Putin para volcar el tablero en Ucrania y recordar a EEUU que sigue ahí, pero seguro que la resaca por la pandemia, la retirada estadounidense de Afganistán y la gradación de China como su gran rival son elementos a tener en cuenta para analizar el momento, y el escenario, elegido.

Pero todo apunta a que la guerra de Rusia a Ucrania es realmente una pugna por delegación entre Washington y Pekín. Eso explicaría los movimientos de los últimos meses entre EEUU, China y Rusia. Retomando la estrategia de disuasión por revelación, una delegación estadounidense advirtió ya en diciembre a Pekín sobre los planes militares de Moscú.

El presidente chino, Xi Jinping, replicó en febrero consolidando su alianza férrea con Putin. Y Biden ha presionado esta semana a Xi advirtiéndole de las consecuencias de su apoyo económico, y militar, a Rusia.

Resumiendo y terminando con Poch, la estrategia de EEUU es «sacrificar a un peón (Ucrania) a cambio de hacerse con la reina, siendo la reina una posición definitivamente solidificada en Europa y una quiebra rusa como perspectiva que debilite indirectamente a China».

Otra cosa es que lo consiga.