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Elkarrizketa
Isaac Rosa
Escritor

«Entre los ricos hay mucha más conciencia de clase que entre la gente trabajadora»

Su consagración se produjo con ‘El vano ayer’. Autor de una narrativa políticamente comprometida con una inflexión posmoderna, es también articulista y columnista de prensa. Su última obra, ‘Lugar seguro’, acaba de ser publicada tras obtener el Premio Biblioteca Breve.

El escritor Isaac Rosa.
El escritor Isaac Rosa. (Ivan GIMÉNEZ – SEIX BARRAL)

En ‘Lugar seguro’, Isaac Rosa satiriza los mantras que nutren el discurso neoliberal a través de la voz de un vendedor de búnkeres que, en una frenética jornada, va perdiendo sus certezas respecto a las fortalezas del sistema capitalista.

​Según usted, la mayor dificultad de escribir esta novela ha sido la de imaginar un tiempo venidero evitando marcos distópicos. ¿Definiría ‘Lugar seguro’ como una antidistopía?

Es una novela escrita desde lo que yo llamo fatiga distópica. En los últimos años, los productos culturales, ya sean novelas, películas o series de TV, se han mostrado incapaces de mirar al futuro sin reincidir en una serie de elementos distópicos como la tecnología como forma de control, la pérdida de la democracia, el aumento de la desigualdad, el desastre climático… Yo lo que quería era proyectar un futuro cercano en el que no se han concretado todas esas amenazas y donde se abre una posibilidad de cambio.

La distopía como género busca evidenciar la insostenibilidad de nuestro modo de vida dibujando un futuro siniestro. ¿Diría que problema de los relatos distópicos actuales es que han sido vaciados de ideología?

A mí me interesa mucho el potencial que pueden tener las distopías para mirar los problemas, los conflictos y los malestares del presente. Pero en los últimos tiempos es un género que parece centrado, con carácter exclusivo, en armar un espectáculo sobre el fin del mundo en sus distintas variantes porque la destrucción es mucho más atractiva, desde un punto de vista estético y comercial, que la idea de construir mundo. Dicho lo cual, no creo que ese tipo de relatos estén vacíos de ideología, al contrario, lo que hacen es reproducir una ideología conservadora. Esa mirada tan negativa que lanzan hacia el futuro lo que busca es que nos repleguemos renunciando a transformar el presente. En ese tipo de distopías hay, paralelamente, una exaltación del pasado que no es que sea ya conservadora sino reaccionaria.

¿No le dio miedo articular esa sátira del liberalismo a través de un personaje que encarna justamente todos sus valores?

A mí me interesaba encontrar una voz que obligara al lector a leer la novela a la contra. Los valores que encarna Segismundo nos pueden provocar un cierto rechazo pero no solo porque representan justo lo contrario de lo que pensamos sino también por vernos reconocidos en ellos, lo cual nos puede llegar a generar incomodidad. Necesitaba un personaje que fuera complejo y lúcido antes que ejemplar.
 
Segismundo es un personaje que cuestiona el mito del ascensor social pero, a la vez, encarna como pocos esa fantasía. ¿Haber perdido la lucha de clases nos hace más vulnerables?

A veces pienso que hemos dado por liquidada la lucha de clases precisamente quienes más tenemos que perder en el caso de que esta desaparezca. Cuando empezó la crisis de 2008, Warren Buffett dijo: «sigue habiendo lucha de clases y la estamos ganando los de siempre». El resentimiento de Segismundo tiene que ver con el hecho de haber bajado varias plantas en el llamado ascensor social y con la percepción de que en esa élite social que lo ha defenestrado sí que hay una solidaridad muy acusada. Son gente que se cubre unos a otros, que se protege, que preserva su interes común y sus privilegios. Entre los ricos hay mucha más conciencia de clase que entre la gente trabajadora. No se trata de copiarles porque ellos tienen una conciencia de clase exclusiva y excluyente, pero tendrían que servirnos de referencia para asumir que la lucha de clases mantiene su vigencia.
 
Pero Segismundo no cuestiona el sistema en sí sino la posición que él ocupa.

Junto al de ‘sálvese quien pueda’ el otro gran lema del neoliberalismo es el de ‘no hay alternativa’ y el caso es que lo hemos interiorizado tanto que no solamente somos incapaces de cambiar las cosas sino que ni siquiera lo intentamos. Eso justifica el desclasamiento de Segismundo que es un poco el de todos porque aquí llevamos años viviendo en un espejismo de clase media donde parece que no hay pobres. Sin embargo la crisis económica de la última década ha hecho que muchos trabajadores se redescubran como clase obrera.
 
Esa necesidad por someter, sojuzgar e imponerse sobre el otro, que está en la esencia del patriarcado, comienza a verse cuestionada también por muchos hombres ¿no?

Todos esos valores que comentas nutren una idea de masculinidad declinante que, efectivamente, estamos empezando a dejar atrás. Frente a esa idea, actualmente existen unas nuevas prácticas de vida basadas en la experiencia comunal que buscan construir una alternativa al búnker y al ‘sálvese quien pueda’. Sin tener en el horizonte ninguna revolución ni ningún cambio de política no deberíamos desdeñar estas experiencias, mucho menos ridiculizarlas como a menudo hacemos.
 
Pero esas experiencias, como usted mismo apunta en la novela, están basadas en un espíritu de renuncia que resulta difícil de cultivar en una sociedad de consumo que nos ha programado para desear.

Gestionar ese deseo es uno de los grandes desafíos a los que se enfrenta cualquier intento de transformación social y política. A la hora de proponer alternativas hay que buscar prácticas de vida que no solamente sean sostenibles y justas sino también deseables porque si nos sacrificamos y renunciamos a ciertas formas de bienestar y de consumo, ha de ser a cambio de una ganancia. No puede ser es que esa transformación que ya de por sí carece de una épica revolucionaria, sea encima triste.
 
¿Cómo cree que puede ser leída esta novela en estos momentos? ¿Le da miedo que la actualidad limite su alcance?

Es inevitable que cualquier novela se lea al calor de la actualidad y en este sentido puede que la idea del búnker, en medio de un escenario bélico como el que está aconteciendo, se vuelva más verosímil y la mirada hacia el futuro más sombría. Pero, más allá de eso, lo que estoy viendo es que ‘Lugar seguro’ es una novela que deja una gran libertad de interpretación al lector. Al estar narrada por una voz que nos ofrece una visión del mundo ultraliberal y en negativo, las lecturas varían mucho atendiendo al grado de reconocimiento o de rechazo que le procura al lector esa voz. Las inercias políticas y comunicativas en las que vivimos podrían llevarnos a pensar que ya únicamente leemos para reafirmarnos en nuestros prejuicios, pero yo creo que la literatura es un espacio que aún nos permite la posibilidad de entrar en contradicción y revisar nuestra propia visión del mundo.
 
Leyendo su novela da la sensación de que ese miedo a un futuro apocalíptico se ha convertido en un reclamo para consolidar la industria de la seguridad a costa de profundizar brechas sociales.

Claro, porque yo quería escribir una novela que sin ser distópica sí que estuviera narrada por una voz distópica, por eso elegí a un vendedor de búnkeres como protagonista. Él nos muestra la realidad en negativo, sin ninguna esperanza y ridiculizando esa posibilidad de transformación social que se abre paso.
 
¿Esa lógica es la que nos hace vincular el concepto de seguridad a entornos privados en lugar de asociarlo a espacios públicos?

La venta de búnkeres no deja de ser la materialización llevada al extremo del lema ‘sálvese quien pueda’ que en nuestros días emerge como una suerte de mantra neoliberal. Los problemas se individualizan y nos venden la idea de que su solución está en manos de uno mismo. Pero detrás de ese ‘sálvese quien pueda’, subyace la idea de ‘quien pueda pagárselo’. Frente a eso hay quienes proponen, en la novela y en nuestra sociedad, que no son búnkeres lo que necesitamos sino otras formas de seguridad colectiva. Incluso si algún día nos viésemos forzados a aislarnos en un búnker, siempre sería mejor compartir ese espacio con otras personas fuera de nuestra esfera más íntima porque eso nos llevaría a compartir capacidades, recursos y si algo garantiza la supervivencia es justamente eso.
 
Eso se vio un poco durante la pandemia ¿no?

Esta pandemia ha evidenciado que no hay salvación individual. La solución ha venido dada por una serie de actuaciones colectivas como la vacunación masiva o el aceptar todos una serie de normas de convivencia durante un tiempo. Siempre que en los últimos años ha habido una situación de catástrofe la solución nunca ha sido el ‘sálvese quien pueda’ ni el acudir al libre mercado. Al contrario, ha sido en esas situaciones donde los Estados han demostrado su fortaleza lo mismo para rescatar empresas que familias.