Carlos Taibo y la guerra en Ucrania: radiografía de un «conflicto sucio»
Pocas son las certidumbres que Carlos Taibo, profundo conocedor del espacio postsoviético, ofrece sobre la guerra en Ucrania. El investigador reconoce su incapacidad a la hora de ofrecer conclusiones definitivas. Pero ofrece pistas que van más allá del conflicto.
La conferencia de Carlos Taibo en Donostia, en la que presentaba su libro “Rusia frente a Ucrania” –en realidad la actualización revisada de una obra que publicó en 2014–, dejó pequeño el escenario de la Cripta de la Biblioteca Municipal.
Si una cosa tiene clara el experto en el mundo postsoviético es que asistimos a un «conflicto sucio». Un tipo de conflictos «a los que tendremos que acostumbrarnos y en los que el currículo penal de todos los agentes deja mucho que desear». El autor no ve «en el horizonte conflictos como el de Palestina o el Sahara».
Conflicto sucio y responsabilidades compartidas, aunque no sean equiparables.
Taibo arrancó recordando que Rusia «lo ha probado casi todo en su relación con el mundo occidental». Pese a su apoyo a la invasión de Afganistán y «su silencio connivente» en Irak, no habría recibido más que el escudo antimisiles, la ampliación de la OTAN, el apoyo de EEUU «a las llamadas revoluciones de colores» en Georgia y en la propia Ucrania.
«A Moscú no le quedaba más remedio que romper la baraja y buscar una política exterior independiente», añadió, para concluir que «el Putin de estas horas es el producto en una medida nada despreciable de la agresividad de las potencias occidentales».
Taibo reconoció que en sus análisis sobre la guerra en Ucrania prima la atribución de responsabilidades a la OTAN, pero justificó esa tendencia porque «todo aquel que se atreva a sugerir» que algo tiene que ver Occidente «está proscrito».
«¿Qué pasaría si en Canadá o México llegasen fuerzas hostiles a EEUU que anunciasen su designio de integrarse en una alianza militar enemiga? –preguntó–. ¿Reaccionaría EEUU de manera más civilizada, prudente y tranquila que la impresentable manera que muestra la Rusia de Putin?».
Una Rusia contra la que habló alto y claro al definirla como «un desgraciado amasijo de pulsiones imperial-militares, un nacionalismo de base étnica y la defensa de los valores tradicionales de la familia, y de la Iglesia ortodoxa, sumado al universo profundamente inmoral de los oligarcas que labraron sus fortunas al calor de una fraudulenta privatización de los elementos más golosos de la economía pública (ruso-soviética) en la última década del siglo XX». E insistió, irónicamente, en que «si el objetivo que esgrime Putin pasa por desnazificar Ucrania se puede dar la paradoja de que logre renazificar Ucrania». Y es que «lo que hay al otro lado de la frontera rusa es cualquier cosa menos estimulante».
Pero, tras entender «esa visión legítima de lo que se identifica como agresor (Rusia) y agredido (Ucrania)», Taibo alertó de que «está tomando carta de naturaleza una manipulación maniquea que nos presenta el conflicto como una suerte de cuento de hadas: un Ejército agresor, el ruso, y una suerte de monjita de la caridad ucraniana al otro lado de la línea del frente».
En esa misma línea, denunció la emergencia de «una inquietante rusofobia que está provocando por momentos una no menos inquietante ucraniofobia».
Ucraniofobia de la que él no participa, pero que tampoco le impide criticar la deriva del atribulado país. A la corrupción endémica –«en 2014 era el Parlamento más monetizado del planeta»– se le une el fin por aquel entonces de la política «de puente entre la Europa Occidental y la Europa rusa», que la mayoría de la población ucraniana, en las encuestas, defendía. «Un proyecto que infelizmente ni tirios ni troyanos han permitido que prosperase», lamentó.
Taibo ofreció un análisis de la revuelta del Maidan de 2014, en la que identificó dos flujos muy diferentes: «Unos movimientos sociales críticos que protestaban legítimamente por la corrupción del sistema que entonces encabezaba el presidente («prorruso» Viktor) Yanukovich y, por otro lado, «grupos de extrema derecha que se hicieron cada vez más fuertes y acabaron por instalarse en muchos de los estamentos del poder y, en concreto, en las Fuerzas Armadas».
Pero «describir Ucrania como un país indeleblemente marcado por el código ideológico de la extrema derecha es un error. Tanto más cuanto en el Parlamento ucraniano no hay a día de hoy ninguna fuerza de extrema derecha. Como la hay en el Estado español».
Lo que no le impidió rememorar que el estallido en 2014 de la guerra en Donbass había dejado 14.000 muertos, «en su mayoría provocados por los bombardeos indiscriminados del Ejército ucraniano contra la población local».
«Es un tipo de conflicto en el que el currículo penal de todos los agentes deja mucho que desear. Esto no es Palestina o el Sahara»
Llegados a este punto, y tras la identificación de un conflicto sucio y la atribución de responsabilidades, Taibo avanzó varias hipótesis abiertas para explicar la intervención rusa en Ucrania.
Dos serían de carácter económico. La primera tendría que ver con un intento de Rusia, «con un escenario económico malo desde hace 10 años, de buscar una intervención rápida y exitosa para acallar los descontentos internos». La segunda, complementaria, imputaría a Moscú un plan «para hacerse con el control de materias primas ucranianas no energéticas, pero golosas». Ni una ni otra le convencen, porque el escenario económico ruso era malo, «pero no tétrico» y porque «a Rusia le faltan muchas cosas, pero no materias primas, y sigue siendo por mucho el país más rico del planeta».
Tampoco da crédito a la tercera explicación, de carácter sicológico-personal, con Putin como «víctima de un abceso imperial militar». «El proceso de toma de decisiones en la compleja Rusia es complejo y en él participan instancias del poder político, económico y militar y es difícil dar crédito a la tesis de que la conducta de una persona, por muy concentrado que esté el poder en ella, que lo está, lo explique todo».
Mayor consistencia le ofrece la tesis conspiratoria, en la que Rusia «habría mordido el anzuelo de Occidente con la vista puesta en la desestabilización del país y, tal vez, acabar con Putin. No obstante, reconoce que esa hipótesis presupone «que Occidente estaría dispuesto a asumir riesgos ingentes».
La quinta hipótesis es aún más conspirativa y apunta a que «buena parte de la cúpula del FSB estaría retenida desde hace tres meses por haber proporcionado información falsa o equivocada sobre el potencial del Ejército ucraniano».
Todo ello se solapa con el desconocimiento occidental de los objetivos militares de Rusia en Ucrania y que desgrana como hipótesis Taibo. ¿Se conformaría con Crimea y el Donbass? ¿Con comunicar ambas, lo que ya ha conseguido, y privar a Ucrania del mar de Azov? ¿Irá a más y le dejará sin salida al mar (Negro)?
Por las filtraciones en las negociaciones, «que se siguen produciendo pese a todo», Rusia reivindica su soberanía, además de sobre Crimea, sobre Ucrania Oriental. Pero «¿dónde empieza, al este del río Dnieper?». Lo mismo ocurre con el estatus de neutralidad que Rusia exige a Ucrania, que ya ha renunciado a entrar en la OTAN: «¿Neutralidad según el modelo de Finlandia o siguiendo el patrón de la servil Bielorrusia?».
«La OTAN tiene su cuota de responsabilidad, la agresora Rusia es todo menos un ejemplo y el Ejército ucraniano tampoco son monjitas de la caridad»
Muchas preguntas y dos últimas convicciones de Taibo.
La de que «si Rusia aceptase para Ucrania un modelo como el finlandés tendríamos un cimiento de resolución racional del conflicto. Tanto más si viniera acompañada de medidas de confianza y desmilitarización en Ucrania, en el este de Europa y, naturalmente, en la propia Rusia».
El experto reconoce que «parece que a EEUU no le interesa que esta guerra acabe», pero apunta que «todos los agentes sobre el terreno están con el agua al cuello».
Ucrania, porque concentra sus tropas en el frente del este y «si Rusia rompiese consistentemente la línea en un par de flancos podría controlar territorios ingentes».
Rusia, «porque las operaciones no están discurriendo como estaba previsto» y porque si lo hicieran «no sabría qué hacer con territorios que en su mayoría son manifiestamente hostiles». Sin olvidar que, a diferencia de 2014, «las sanciones han tocado circuitos importantes de su economía» y las presiones de sus magnates, «que han visto que la guerra ha llevado al traste buena parte de sus negocios».
Ahí está, finalmente, «el impacto emocional para el ruso de a pie de las imágenes de abuelas ucranianas huyendo despavoridas de los bombardeos». «Ucrania no es Chechenia» ni para los occidentales, para quienes «eran más morenos y musulmanes», ni para los rusos, que tienen relaciones de parentesco comunes con los ucranianos. Y que «no sabemos lo que piensa el ruso de a pie, más allá de encuestas en medio de la censura y la represión» y «qué está ocurriendo con los cadáveres de los soldados rusos» ni «cuántos han muerto».
Taibo terminó su alocución avanzando que las «potencias occidentales están comenzando a ver las orejas al lobo» y temen la desestabilización del Estado más grande del planeta, con el añadido de que es una gran potencia militar nuclear en la que «un golpe de Estado o el ruido de sables interno en la cúpula militar podría provocar que Occidente acabara apostando por Putin como un mal menor».
Dilema, el que no resuelve Occidente, entre una «Rusia fuerte que ponga orden en su patio trasero o una débil que permita garantizar una macrooperación de rapiña».
Pero el verdadero dilema, o destino no ya para Occidente, sino para el mundo, es el colapso total «que se avecina, por el cambio climático y el agotamiento de las materias primas energéticas».
Porque «si alguien cree que las subidas espectaculares en los combustibles y alimentos es resultado de la guerra de Ucrania anda despistado». Pero esa es otra historia. O no.