Aritz Intxusta
Redactor de actualidad

Las fiestas con los peores camareros del mundo

Lo esperable en estas fiestas sería que tras las barras hubiera camareros con una pericia extraordinaria sacando potes. Sucede al contrario. Los mejores sitios son los que tras la barra tienen a un voluntario que no sabe poner ni los hielos, pero que baja al barro para financiar alguna causa. 

Camareros sirviendo el vermú en el Zaldiko Maldiko.
Camareros sirviendo el vermú en el Zaldiko Maldiko. (Idoia ZABALETA | FOKU)

Sanfermines son las fiestas con los peores camareros del mundo. Tras las barras hay decenas de camareros ineptos y maravillosos. Gente voluntaria y muy militante que se apunta al bombardeo por compromiso, pero que no se le da del todo bien eso de poner cubatas y, a cierta hora, tampoco el cálculo rápido.  

Los peores camareros del mundo constituyen uno de los pilares de los sanfermines y, además, son algo cotizado. Todos nos hemos cruzado la ciudad entera porque en nosedónde hacía barra nosequién. Es esta una idea extraña de la amistad, ya que el pobre camarero bastante tiene con la clientela habitual para que le enrede una tropa de amigos.

Los camareros amateurs más característicos de los sanfermines están en las peñas. «Que te toque barra en un momento u otro es cuestión de mala suerte. Hay un sorteo en cada peña y cuando caes, pues caes. El peor turno de noche le puede tocar a quien no ha puesto un pote en su vida», comenta Amaia M. Esta mozapeña, pese a ser voluntaria, algo de callo ha conseguido a fuerza de militancia. «Además de en sanfermines suelo hacer turnos de barra en fiestas de Alde Zaharra, en Iturrama... También en el Hatortxu».

Cuanto más tarde toque el turno, por lo general, peor. Hay quien postula que los camareros voluntarios son los que comenzaron con el redondeo en sanfermines. No solo es que estos camareros tarden en servir cada ronda, sino que, si hay que cobrar más de cuatro consumiciones diferentes, empiezan a mirar el cartel con la lista de precios. Y miran, y siguen mirando. Se sonrojan, se apocan. Y el tiempo se detiene.

Cuanto más tiempo el camarero mira la lista de precios, menor es la probabilidad de que te cobren con céntimos

Cuanto más tiempo se queda el camarero mirando la lista de precios pegada a la pared, menor es la probabilidad de que te cobren con céntimos. La suma se les atraganta y el resultado final siempre es redondo: 12, 20, 50... lo que sea. Pero es el suyo un redondeo honesto, una cuenta más o menos, a ojímetro, la solución desesperada a un cálculo demasiado complejo para las tantas de la noche. Poco o nada tiene que ver con el que hacen esos camareros «buenos» que solo saben cobrar de más y solo redondean a su favor.

Dentro de lo que es el manejo de camareros voluntarios, la txosna del Oinez ha logrado un increíble nivel de sofisticación. Lara Sarasa atiende a NAIZ después de una jornada de 16 horas y otra de ocho, más el turno que verdaderamente le tocaba, que era vendiendo ropa en la comisión de material. Según dice, antes de que se acaben las fiestas, le tocarán varios turnos más.

Un camarero voluntario tirando cañas en el Oinez. (Idoia ZABALETA/FOKU)

«He acabado en la cocina, organizando –cuenta esta amatxo de la ikastola de Tafalla–. Aquí no somos profesionales ninguno y experiencia, la justa. Esto es una locura. Hay 52 personas en algunos momentos. El que sabe algo de barra, a la barra. El que sabe algo de cocina, a la cocina. Y el que se ve más torpe en un sitio u otro, a coger las comandas o montar los bocadillos».

De pronto, 120 bocatas

La voluntad de los camareros torpes suple de largo todas sus carencias. «Te cuento una anécdota superbonita. Nos apareció en la txosna del Oinez una mujer contándoles que estaban 120 para comer pero que el catering les había dejado tirados. Nos lo pensamos y dijimos que adelante, y allá que les sacamos esos 120 bocadillos», asegura Sarasa.

Si alguien busca con interés dar con un camarero que no le va a acertar con la comanda, puede probar en el Zaldiko Maldiko pues pugna por dar trabajo a los peores. Allí hay que pedir, como es de rigor, en euskara, porque detrás de esa barra están los alumnos del euskaltegi Arturo Campion, que hacen lo que buenamente pueden con una clientela euskaltzale hasta la médula.

«Los peores son los de Iparralde, con ese ‘bizibibibi’... No les entiendo nada. Además, piden y se van y se dejan los potes a la mitad, con lo que luego el cisco es mayor», confiesa Xabi Murillo, con sus 67 años y un nivel, más o menos, de B2.

«Luego están los que te piden cosas raras, que si una cerveza sin gluten, que si no se qué...  Espera majico, que no sé ni dónde están las cocacolas, y tengo que aclararme», prosigue Murillo.

«Una vez entras en harina, la gente solo bebe sota, caballo y rey y no es mayor problema. El problema viene a la hora de hacer la cuenta». No por hacer la suma, sino por traducir números complejos. «El berrogei, el laurogei y todo eso se nos amontona mucho», confiesa ese alumno del euskaltegi.