Mariona Borrull

Cate Blanchett y Alejandro G. Iñárritu enarbolan sus egos en Venecia

En la segunda jornada del 79º Festival de Venecia, Cate Blanchett reclama el Oscar en ‘Tár’, ‘A Man’ pide humanismo en tiempos de odio y en ‘BARDO’ Alejandro González Iñárritu da rienda suelta a su narcisismo.

Cate Blanchet, en el estreno de ‘Tar’.
Cate Blanchet, en el estreno de ‘Tar’. (Marco BERTORELLO | AFP)

Hay una franqueza en el Festival de Venecia que no se encuentra en ningún otro gran certamen europeo y mucho menos en Cannes, capital de la hipocresía. En el Lido las cosas se reciben en su justa mesura y desde el patio de butacas el aplauso de ‘bienqueda’ se vive como un acto sumamente opcional. Lo apuntamos, porque ayer Noah Baumbach probaba un típico remedio veneciano contra el ego: siguió a la proyección de ‘White Noise’ un tímido aplauso de un total de 150 segundos (‘Variety’ los contó).

Bajó las expectativas dentro de una competición oficial que posaba sus ojos ahora en ‘Tár’, el regreso de Todd Field, dieciséis años desde su brillante segunda y última obra, ‘Juegos secretos’. ‘Tár’ suena, huele y sabe a Oscar para Cate Blanchett, coautora si así lo queremos de una pieza que deposita toda su fuerza en el cuerpo de su protagonista.

La actriz da vida a una directora de orquesta de talento arrebatador, cuyo método pasa por ‘hacerse suyas’ las partituras, incorporando y regurgitando lo esencial de cada línea de música. Como en un doble ejercicio actoral, Blanchett interpreta a alguien que interpreta, da doble fuerza a un personaje que ha perfeccionado su cara pública: Tár, Lydia Tár, es agradable al trato, sagaz, suficientemente humana para no irritar.

La película pasará una primera hora siguiendo a la maestra por conferencias y reuniones, construyendo embelesada un auténtico ídolo. Luego, poco a poco, Field irá desvelándonos algunos detalles y pistas que harían saltar todas nuestras alarmas en tiempos de #MeToo. Nos obligará a calcular distancias, a negociar con nuestro propio deseo.

También en ‘A Man’, uno de los títulos más esperadas de la Sección Orizzonti, deberemos medir bien las imágenes que proyectamos sobre los personajes. La película de Kei Ishikawa construye una relación idílica para dos japoneses de pocas palabras y vidas sosegadas. Al chico lo interpreta Masataka Kubota, auténtica estrella juvenil gracias a su papel en la saga de adaptaciones a imagen real de ‘Kenshin. El guerrero samurái’, mientras que ella es Sakura Andô, la hija de ‘Un asunto de familia’ (Hirokazu Koreeda, 2018).

La vida de ella ha estado marcada por la pérdida, la de él es puro misterio. Cuando él fallezca, la mujer va a contratar a un abogado para que investigue su verdadera identidad. Lo que sigue se articula como thriller, pero en clave muy baja, sin motivo alguno para la prisa: un juego de pistas cortado al patrón del último thriller de autor japonés, al estilo de ‘El tercer asesinato’, aunque con algún que otro giro de guion descacharrante.

Ishikawa reclama que frenemos el prejuicio ante los hechos que van descubriéndose y nos da una advertencia rotunda en forma de contexto. El Japón del civismo y la contención es también un país profundamente enquistado en ideas y actitudes racistas, y nadie quiere ser como Japón.

La última gran apuesta de la jornada venía de ‘BARDO, Falsa crónica de unas cuantas verdades’, de Alejandro González Iñárritu (‘El renacido’). La película es descifrable como un recopilatorio autobiográfico bajo la forma de “un tumulto de imágenes, recuerdos, instantes concatenados”, como pone en palabras el dandi decaído que es Daniel Giménez Cacho (‘Zama’). Su personaje ha forjado una carrera en oposición a la cultura y los intereses yanquis, y vuelve a México con tal de reencontrarse.

Pero no serán imágenes lo que nos ofrezca Iñárritu, en un cuadrante tan espiritualista y rimbombante como el último cine de Terrence Malick, sino Puro Cine (así, con mayúsculas), un ‘8 y medio’ rodado con grandes objetivos, presupuestos e ideas. Virará, cual pollo sin cabeza, entre las reflexiones rico-decadentes de Sorrentino (‘La gran belleza’, 2015), los dispositivos musicales oscuros y reivindicativos de un ‘Vals con Bashir’ (Ari Folman, 2008), con su propia falta de límites coronándolo todo, llevándonos a extremos que rozan la vergüenza ajena.

Pero, ¿deberíamos sorprendernos de la ciega megalomanía del bueno de Iñárritu?