Nuevamente, Jaime Rosales nos convence de que las películas de raigambre naturalista pueden dar mucho más que lecciones de empatía. Tras ‘Hermosa juventud’ y ‘Petra’, hoy se alía con una Anna Castillo de verismo virtuoso: juntos dibujan a una joven madre, viva como pocas, cercana hasta lo doloroso y de un «ir haciendo» bueno, limpio. Conocemos a Julia a través de sus interacciones con el móvil, entre carcajadas sinceras, dedos nerviosos y ojeadas divertidas a su alrededor, como si quisiera compartir un chiste que nadie más entenderá. Ella es joven madre soltera de dos, «una de esas» que por alguna razón acaba llenando su historial amoroso de parejas tóxicas.

‘Girasoles silvestres’ seguirá tres de sus relaciones fallidas: las tres tendrán momentos de luz y de goce genuino, las tres acarrearán consigo el peso pesado del comprometerse. Por un lado, Óscar (Oriol Pla) es una suerte de Chikilicuatre desmañado e infantil, que corta nuestras risotadas simpáticas con erupciones de violencia repentina. Por otro, Marcos (Quim Ávila), aguanta el tipo como padre de sus dos hijos, ejemplar, hasta que la familia deja de interesarle. Al menos, no es como Álex (Lluís Marquès)… Rosales modula entre unas pocas instantáneas felices, aguadas por el filtro de la tristeza, y los momentos de pura tragedia. Su película se escribe de forma caprichosa, saltando al ritmo en que nuestras amigas nos van contando sus historias de desamor. De ahí que, lejos de juzgarla, queramos para ella solo un poco de paz.