Ariane Kamio
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‘A Hundred Flowers’: El derecho a olvidar y la necesidad de no hacerlo

Una obra poética es lo que ha presentado Genki Kawamura en Sección Oficial con ‘A Hundred Flowers’. Una oda al olvido.

Genki Kawamura y Mieko Harada, esta mañana en las terrazas del Kursaal.
Genki Kawamura y Mieko Harada, esta mañana en las terrazas del Kursaal. (Maialen ANDRES | FOKU)

A Yuriko (Mieko Harada), una mujer de mediana edad, le diagnostican Alzheimer. A priori, deberían encenderse las alarmas en su entorno, en este caso su hijo Izumi (Masaki Suda), en cuanto a los cuidados se refiere. El progenitor contrata primero a una cuidadora pero, al convertirse la situación en insostenible, decide ingresarla en un geriátrico.

Genki Kawamura inicia así un viaje a través de los recuerdos en ‘A Hundred Flowers’, una oda al olvido a través de una narración con gran carga poética. Tanto es así que el filme va recorriendo diferentes recuerdos de ambos protagonistas a través de flashbacks, con escenas rodadas en plano secuencia. En ese tránsito se muestra cómo la enfermedad va avanzando a pasos agigantados y florecen otros sentimientos como el abandono que sufrió Izumi por parte de su madre cuando era niño, y con ello la incapacidad de perdonar –u olvidar– ese capítulo de su infancia. Las flores serán el hilo conductor de la película y que también dan título al proyecto.

En la rueda de prensa posterior a la proyección han estado presentes en Donostia el director de la cinta, Genki Kawamura, y su protagonista, la actriz Mieko Harada. «Para la idea de esta película utilicé como modelo a mi propia abuela. Mi abuela hace siete años comenzó a padecer Alzheimer y dejó de reconocerme. Me di cuenta de que, a pesar de olvidar muchas cosas, a través de las flores que veía por distintos sitios, ella empezaba a recordar cosas. Por eso la película lleva el nombre de ‘cien flores’, porque a partir de esas flores ella va recordando momentos diferentes de su vida».

El grueso del largometraje está rodado con planos secuencia, una decisión predeterminada con la que Kawamura ha querido reflejar el fondo del asunto. «Con la experiencia con mi abuela, me daba cuenta de que en un periodo tan corto de tres minutos cambiaba mucho su estado de ánimo. Yo lo comparaba con el aspecto que puede tener el cielo, que también puede cambiar en segundos. Es por ello que elegí el plano secuencia a la hora de transmitir este tipo de sentimientos en imágenes».

El director, que ha adaptado su propia novela para el cine, ha asegurado que un plano secuencia es como un cerebro. «Nuestro cerebro no para en ningún momento. Ahora mismo me estoy acordando del jamón que comí ayer. Nuestro cerebro es como un plano secuencia continuo, por eso decidí filmar así». 

Mieko Harada, que ha trabajado con directores de la talla de Akira Kurosawa, también ha hablado sobre su experiencia en el rodaje. «Yo tambien tuve la misma experiencia con mi madre. Durante muchos años estuve observando su comportamiento –incluso llegó a grabar algunos momentos con una cámara doméstica–, por lo que en esta película quería reproducir todo lo que había observado en ella».