Decenas de nichos con restos sin identificar en el cementerio forense de Chilpancingo.
Decenas de nichos con restos sin identificar en el cementerio forense de Chilpancingo. (CLAUDIO CRUZ | AFP)
Jennifer González Covarrubias | AFP

«Los muertos no paran de llegar»; la violencia satura las morgues de México

El sistema forense de México está colapsado. El grado de violencia que sufre el país y la falta de medios técnicos y humanos de los profesionales se combina para amontonar restos sin identificar en las morgues. Concretamente los de 52.000 personas.

En el caluroso sur de México, una pequeña bodega almacena miles de osamentas no identificadas. Sin ventanas ni climatización, en su oscuridad palpita la crisis de un sistema forense saturado por la criminalidad.

Es la morgue de Chilpancingo (estado de Guerrero), vecina de un cementerio de autos y colmada de cadáveres como otras de este país, donde en total hay unos 52.000 cuerpos sin identificar.

La situación es crítica incluso en la capital. «Esto se está cayendo a pedazos porque los muertos no paran de llegar y las personas siguen desapareciendo», lamenta Nuvia Maestro, una de las seis antropólogas del Instituto Forense de Ciudad de México.

Detrás de esta situación están la violencia y la precariedad, constató la Agencia France Presse (AFP) durante un recorrido por las morgues de Chilpancingo y Acapulco (Guerrero), y diálogos con médicos de otros servicios forenses.

«Nos sentimos muy cansados (...), pareciera que esto no va a tener fin», confiesa Maestro junto a dos estufas que ella y otros compañeros compraron de su bolsillo. Allí hierven costillas para retirarles tejidos y determinar la edad de un fallecido.

En redes sociales, Maestro, de 36 años, declara su amor por Clementina –su gata a quien llama «rayo de luz»–, el ciclismo, las chamarras de colores, el vino... Todo lo que le ayude a sobrellevar su labor.

Cinco hijos desaparecidos

Pese a sus limitaciones, las morgues son la esperanza de familiares de desaparecidos como María Guadalupe Camarena, de 62 años, quien da una nueva muestra de ADN para encontrar al menos restos de sus cinco hijos en el estado de Jalisco (oeste), también atestado de cuerpos.

María Guadalupe Camarena muestra fotos de sus cuatro hijos y de su hija, todos desaparecidos. (Ulises RUIZ | AFP)

En el servicio forense de Chilpancingo, un empleado ojea en un cuaderno los ingresos de cadáveres. Encoge los hombros cuando se le pregunta por qué no están digitalizados para que los puedan consultar a nivel nacional.

Ventiladores y carretillas dañadas atiborran los pasillos oscuros hacia los frigoríficos, llenos de bolsas plásticas con restos anónimos, observó un equipo de AFP en septiembre. El incienso que queman los empleados no oculta el mal olor ni espanta a las moscas.

«Los estudios para confrontar ADN pueden tardar meses. Mientras, los cuerpos están en nuestros refrigeradores y la familia dice ‘no nos los quieren dar’. Esto crea frustración», lamenta Alfonso Ramírez, coordinador de este servicio.

El triple de homicidios

México, con 126 millones de habitantes, triplicó su tasa de homicidios desde 2006, cuando arreció la lucha antidrogas. En 15 años ha pasado de 9,6 a 28 asesinatos por cada 100.000 personas (35.625 casos).

Los «desaparecidos y no localizados» también se dispararon de 265 en 2006 a 10.366 en 2021, para un total de 108.000 desde 1964. Muchos estarían en tanatorios o cementerios públicos.

El Gobierno, que entre enero y octubre de este año reportó 26.119 homicidios (7,1% menos en el comparativo interanual), atribuye la mayoría de crímenes a guerras entre delincuentes.

El colapso también se explica por déficits presupuestarios, de personal, de laboratorios de ADN rápidos y de un banco único de datos forenses, según expertos.

El Comité contra la Desaparición Forzada de la ONU estima que en estas condiciones serían necesarios 120 años para analizar los 52.000 cuerpos que documenta la ONG Movimiento por Nuestros Desaparecidos, gran parte de ellos sin información básica.

Dos forenses trabajan con un cuerpo en Chilpancingo, en el estado de Guerrero. (Claudio CRUZ | AFP)

«Esta mesa es como la expresión de la crisis: estaba vacía hace cinco o diez años (y hoy) la osteoteca (depósito de huesos) está rebasada. ¡Ya no cabemos!», afirma Maestro, señalando una plancha con un esqueleto en estudio.

Cuerpos mutilados

Como agravante, algunos criminales incineran a sus víctimas o las entierran en fosas clandestinas. «Saben cuáles son las áreas que valoramos (para la identificación, como caderas o yemas de dedos) y las destruyen. ¡Es terrible!», prosigue la antropóloga, subrayando que los cadáveres más maltratados «son de mujeres».

El Gobierno admite como una «omisión muy grave» la falta de un censo de «cuerpos no identificados y de identificados y no reclamados en fosas comunes».

México carece de «capacidades institucionales para atender el rezago», admite Alejandro Encinas, subsecretario de Derechos Humanos.

Los forenses también procesan cadáveres exhumados por orden judicial para armar sus fichas, o cuerpos que encuentran parientes en tumbas secretas.

Durante una exhumación, Guadalupe llora aferrada a las fotos de Lucero, Oswaldo, Tonatiuh, Ernesto y José, sus hijos desaparecidos en Jalisco.

«No quisiera encontrarlos así (muertos), pero si no los puedo encontrar vivos…», afirmó en mayo en el panteón de Coyula. Aún no tiene los resultados.

Empleada doméstica, no sabe de Lucero desde 2016, cuando desapareció en Guadalajara. En 2019 también perdió rastro de sus hijos varones, según ella tras ser detenidos por policías de Ocotlán.

Los presupuestos forenses regionales pasaron de 110 millones de dólares en 2015 a 122 millones en 2020, según datos oficiales. Pero la media de homicidios en ese período subió de 17,16 a 28,3 por 100.000 personas.

La nómina de empleados, en tanto, aumentó un 4% entre 2019 y 2020, a 10.119 trabajadores (81% dedicados a peritajes), lo que especialistas consideran insuficiente.

Terapia psicológica

El impacto de la crisis lleva a tomar terapia psicológica a peritos como Dalia Miranda, coordinadora de las exhumaciones en Coyula. «Encuentras (...) cosas muy feas», dice.

«Muchas personas pensarán que no hacemos nada, pero realmente estamos trabajando», defiende su colega René Andraca en la morgue de Acapulco, donde una ficha con el rótulo de «desconocido» cuelga de un pie.

Bolsas amontonadas con cadáveres pendientes de ser analizados. (Claudio CRUZ | AFP)

El Gobierno ha emprendido acciones como la creación de dos centros de identificación y cuatro de resguardo de cadáveres.

También avanza en la conformación de un laboratorio de genética al que Estados Unidos aportará cuatro millones de dólares. La Fiscalía tiene pendiente crear un banco de datos forenses ordenado por ley.

Mientras fructifican esas iniciativas, Guadalupe revisa semanalmente fotografías de muertos en la morgue de Guadalajara en busca de pistas de sus hijos, rutina que sobrelleva con antidepresivos.

Maestro, en tanto, continúa archivando trozos de costillas en diminutos sobres que, en medio de la impotencia, exhibe como un logro.