Alessandro Ruta

Papa Ratzinger, emérito y controvertido

Con el pontífice fallecido este 31 de diciembre todo era blanco o negro, pero aún y todo quedará en la historia, básicamente por su decisión de dejar el cargo en 2013.

Ratzinger, en 2013, cuando dejó el papado efectivo.
Ratzinger, en 2013, cuando dejó el papado efectivo. (Filippo Monteforte | AFP)

Joseph Ratzinger, muerto este sábado a los 95 años, no ha sido un Papa cualquiera. Sea como sea, para bien o para mal, Benedicto XVI quedará en la historia por haber sido el primer pontífice emérito, que no dejó el cargo por fallecimiento sino por dimisión.

Pero también está su figura, bastante controvertida, mucho más que la de sus predecesores. Casi un punto de ruptura, que no dejaba a nadie indiferente: con el alemán todo era blanco o negro, sin grises.

Post-Wojtyla

El Papa es uno (menos cuando haya un emérito, por supuesto), pero no siempre es igual: cada uno actúa a su manera. No procede un listado de los más «pop» o los más intrascendentes, ni de «conservadores» y «revolucionarios», en una institución con 2.000 años. Pero es cierto que en 2005, cuando murió su antecesor Juan Pablo II, en el mundo católico e incluso buena parte de la sociedad hubo cierta conmoción.

Y es que Karol Wojtyla había sido mucho más que el simple «obispo de Roma», sinónimo de Santo Padre. El polaco había marcado casi tres décadas sobre todo políticamente, ejerciendo de hijo del comunismo que había tenido responsabilidad enorme en un periodo histórico decisivo.

Muchos expertos siguen discutiendo sobre la importancia de Wojtyla en el mundo de la Europa del Este, como feroz detractor de la Unión Soviética y amigo de Lech Walesa, el líder de Solidarnosc que fue primer artífice de una ruptura dentro del Pacto de Varsovia. El mismo atentado perpetrado en Piazza San Pietro en mayo de 1981 fue visto como un aviso, no solo como un par de disparos de un desequilibrado mental como Mehmet Alí Agca.

El planeta entre 1978 y 2005, los años del pontificado de Juan Pablo II, había padecido una revolución en todos los aspectos, desde el geopolítico hasta el tecnológico. Dos o tres generaciones vivieron con esta figura del Papa Wojtyla, que esquiaba, hablaba en dialecto romano, atacaba la mafia e intentaba hacerse perdonar por episodios anteriores de la Iglesia, como la Santa Inquisición. No todo era luz, en muchos casos eran gestos sin más, pero apareció como un Papa «moderno» y maestro en comunicación, que decidió prácticamente morir en directo televisivo.

El cónclave que proclamó a Ratzinger no quiso mantener la línea de Wojtyla. Luego se sabría que había ganado la partida al mismo Bergoglio

 

El cónclave que proclamó a Joseph Ratzinger como nuevo pontífice no quiso mantener la línea de Wojtyla. Se conocía al alemán porque era uno de los colaboradores más estrechos de Juan Pablo II, pero hasta ahí llegaban las similitudes. Luego se sabría que Ratzinger ganó la partida al mismo Bergoglio en 2005. No hay datos oficiales para muchos confirman que fueron los rivales en aquel cónclave.

El discurso de Ratisbona

Era un martes por la tarde, el 12 de septiembre de 2006. Poco más que un año había transcurrido tras la elección de «Paparatzinger», como se le llamaba a veces irónicamente. O como «El pastor alemán», retratado así en una inmejorable portada del periódico de ultra-izquierda ‘Il manifesto’ el día de su elección.

El caso es que el pontífice aquella tarde fue protagonista de una lectio magistralis en la Universidad de Ratisbona, en Bavaria, su tierra natal. Tema de la conferencia: «Fé, razón y universidad». Aquella lectio pasaría a la historia como un ataque frontal al mundo del Islam. Sobre todo porque los medios de comunicación, ávidos de titulares, se enfocaron en una parte de la conferencia, donde Ratzinger parecía atacar la religiòn musulmana. No era exactamente así, pero el resultado fue transformar a Benedicto XVI en una especie de capitán de la nueva Cruzada. Pocos meses antes Londres había sufrido un ataque yihadista, que facilitó que calara esta impresión.

El discurso de Ratisbona mostró su desconexión de la modernidad. Y gestionar el Vatileaks no era cuestión de su agrado

 

¿Una ingenuidad del Papa, víctima del simplismo de la modernidad? Joseph Ratzinger, respecto a Wojtyla, era como la noche respecto al día en lo que atañía a la comunicación. Pocas sonrisas, pocos actos «fuera de contexto», demasiada seriedad.

De hecho, hablamos de un profesor de Teologìa, uno de los máximos defensores de los principios católicos, contrario acérrimo al aborto o los derechos de los homosexuales, hijo de una tierra como Bavaria ultraconservadora y muy religiosa. Wojtyla tampoco se había mostrado más abierto, ciertamente, pero su imagen sí era distinta.

Esta ruptura entre los dos papas fue un punto que no favoreció a Benedicto XVI, que tampoco intentó buscar los grises, sino que siguió con su negro o blanco. Era su carácter, el de un hombre que no buscaba compromisos, y marcó también su final de época, cuando dimitió en la mañana del 11 de febrero de 2013.

Vatileaks

Nadie se esperaba un hecho así. El testimonio de Giovanna Chirri, periodista de Ansa, la mayor agencia periodística italiana, de aquella mañana que parecía una cualquiera, es impactante: «Me di cuenta de todo cuando el papa empezó a hablar en latín, un idioma que tenía bastante oxidado pero que en aquel momento necesitaba recordar perfectamente. Estaba en frente de la historia, era la noticia del siglo y no podía fallar».

Así escribió el celebre «+++ FLASH +++ PAPA LASCIA PONTIFICATO DAL 28/2 +++ FLASH +++», antes de empezar a llorar.

Es cierto que en los meses anteriores el Vaticano había sido sacudido por Vatileaks, la revelación de los escándalos financieros de la Curia, con documentos reservados publicados en los medios de comunicación. Un gestión mucho más que opaca por parte de las entidades económicas de la Santa Sede. Y unos documentos entre los que apareció incluso un plan para matar a Benedicto XVI.

De nuevo cuestión de imagen; ahí también afloró una Iglesia corrupta hasta la medular. A Ratzinger le tocó hacer una gestión que no le agradaba, puesto que su razón social era más bien la de escribir, hablar a las masas, hacerse entender e incluso discutir, pero siempre sobre cuestiones religiosas.

¿Y la dimisión? Según los más expertos vaticanistas, fue un «gesto de valentía». O más bien la consecuencia de la toma de conciencia de «no poder seguir como jefe de la Iglesia dadas las circunstancias y su estado de salud», por entonces ya bastante precario.

Así acabó en posición de emérito, tras apartarse. Casi replicando lo que había anticipado (¿voluntariamente?) el gran director de cine italiano Nanni Moretti en su película ‘Habemus Papam’ de 2011. La historia de un pontífice (Michel Piccoli, actuación sobresaliente la suya) elegido en el cónclave, pero que en vez de tomar el poder se escapa en esta Roma caótica porque teme al cargo y no quiere ser papa. Así vuelve a su primer amor; ser actor de teatro. Mientras, el Vaticano no lo sustituye, sino que afirma que está enfermo y necesita descansar.

Con la dimisión casi replicó al pontífice de la película de Moretti ‘Habemus papam’. Pero el actor era su predecesor, no él

 

Algo más parecido realmente a Celestino V, el papa que en 1294 «dimitió» pero sin quedar como emérito, y al que Dante Alighieri sitúa en el Infierno de ‘La Divina Comedia’ con estos versos: «Colui che fece per viltade il gran rifiuto» («El que cometió por cobardía el gran rechazo»). Pocas bromas con el padre de la lengua italiana...

Sin embargo, el verdadero actor, en su vida «anterior», había sido Wojtyla. Ratzinger no, aunque protagonizó un gesto mucho más revolucionario que cualquier otro pontífice: un coup de theatre extraordinario, a pesar de ser un hombre ultraconservador.