​Siempre se dice, y con razón, que Isabelle Huppert es mucha Isabelle Huppert. Son las propias personas que la han dirigido las que reconocen que no sirve de nada darle instrucciones en el rodaje, porque ella sabe mejor que nadie cómo debe actuar su personaje ante la cámara. Va por libre, y tiene tanto carácter que acaba haciendo lo que ella cree conveniente, así que las películas que protagoniza suelen tener mucho de su cosecha privada. Tal vez por eso hay cineastas no muy experimentados que confían en ella para que guíe su película, lo cual es pedirle demasiado. Es posible que la Huppert haya mejorado, hablando a cámara y rompiendo la cuarta pared, lo que decía el guion de Laurent Larivière y François Decodts, pero en ningún caso es la responsable última del irregular y descompensado resultado final.

Lariviére solamente había dirigido antes el thriller social ‘Je suis un soldat’ (2015), y para este su segundo largometraje se atreve con una historia no lineal hecha con saltos espaciotemporales. Toda una enredada trama romántica que se va tejiendo con los recuerdos de la protagonista, mediante la utilización de constantes flash-backs y de diferentes actores y actrices para representar las sucesivas edades de la pareja protagonista, ya fuera cuando estuvieron juntos o luego en la distancia, y, por último, en el tardío reencuentro.

​Freya Mavor es de joven la Joan Verra que veremos de adulta como Isabelle Huppert. Una chica que viaja a Irlanda para trabajar como ‘au pair’, y que allí se enamora de un carterista nativo con el que tendrá un hijo. Lo educará en solitario, porque su madre se enamora de un japonés con el que marcha a Extremo Oriente. Ya, convertida en editora, recuerda aquel romance irlandés, pero su interés en el presente es el escritor alemán interpretado por Lars Eidinger, aunque en realidad el Doug de los años 70 nunca deja de tener un sitio en su corazón.