David Meseguer
Bagdad

«Nunca nos han pedido perdón»: voces iraquíes contra la ocupación


Familiares de víctimas iraquíes causadas por las tropas estadounidenses, la guerra sectaria y el ISIS explican cómo murieron sus allegados y reflexionan sobre la herencia sangrienta de una invasión gestada a miles de kilómetros. Cuentan que nunca han recibido disculpas de Washington.

El jeque Hamed Asarrai, junto a un retrato de su hijo Mohamed, teniente del Ejército iraquí.
El jeque Hamed Asarrai, junto a un retrato de su hijo Mohamed, teniente del Ejército iraquí. (David MESEGUER)

«Como cada día después de desayunar, mi tío fue a abrir la peluquería. Bajo la penumbra de la madrugada y mientras despasaba los cerrojos, tres hombres enmascarados bajaron de un vehículo armados con kalashnikovs y le cosieron a tiros», recuerda a GARA Mohamed Dafer, un ingeniero de Telecomunicaciones de 34 años, residente en el barrio bagdadí de El Cairo.

El suceso del que habla tuvo lugar en mayo de 2006, tres años después de la invasión liderada por los EEUU y momento álgido de la lucha sectaria entre suníes y chiíes.  Mohamed explica que, aunque ninguna facción reivindicó el ataque, por aquellas fechas grupos extremistas suníes vinculados a Al Qaeda habían puesto perfiles como empresarios y peluqueros en el punto de mira. «Anunciaron que los cortes de pelo occidentales eran pecado, pero su auténtico objetivo era esparcir miedo entre el vecindario ya que los peluqueros eran personas muy conocidas y aceptadas socialmente», señala Mohamed. 

El joven comenta que vivían muy cerca de la peluquería y, tras escuchar los disparos, fueron rápidamente al establecimiento donde encontraron el cuerpo malherido de su tío. «Lo llevamos al hospital pero por aquel entonces había tanta violencia que no tenían camas disponibles. Tras esperar once horas, murió y lo trasladamos al cementerio de Nayaf para enterrarlo», explica. Muafak Miteb, su tío, tenía veintipocos años y dejaba una viuda y tres hijos huérfanos.

Muertos por EEUU y el ISIS

Por su parte, Rahim al-Qabi, de 57 años y profesor universitario de Filología Inglesa en Bagdad, perdió a uno de sus siete hermanos a manos de las tropas estadounidenses a finales de 2008. «Mi hermano Asaad era miembro de seguridad del Ministerio de Comercio. Una noche se encontraba junto a dos compañeros vigilando un silo de trigo a las afueras de la capital cuando irrumpió una unidad militar de EEUU. Rompieron la puerta principal del recinto y entraron en la habitación. Al ver armas, los mataron a los tres», describe el académico.

Rahim apunta que al amanecer los soldados estadounidenses volvieron al lugar de los hechos para disculparse. Según cuenta, los militares norteamericanos justificaron su acción porque creían que eran combatientes de Al-Mahdi, una milicia chií bajo el liderazgo del clérigo Muqtada al-Sadr que luchaba simultáneamente contra la ocupación extranjera y las facciones armadas sunníes.

En el barrio de Al-Baladiyat, en el noreste de Bagdad, el jeque chií Hamed Asarrai, ha convertido el salón de su casa en un auténtico mausoleo en honor a sus dos hijos caídos en combate contra el Estado Islámico (ISIS). Ilustraciones del imán Alí, primo y yerno del profeta Mahoma a quien los chiíes consideran su sucesor legítimo, se alternan por todas las paredes de la estancia junto a fotografías de Mohamed y Mustafá, los vástagos «mártires» del líder tribal. Al fondo de la sala y junto a un minbar de madera, el púlpito con escalones desde donde se realizan los sermones religiosos, cuelga una vitrina repleta de objetos perfectamente catalogados que pertenecían a los hijos fallecidos.

«Estas chocolatinas las llevaba encima Mustafá el día que murió», indica Hamed de 55 años, ataviado con una túnica gris oscura y con una kufiya de cuadros negros cubriendo su cabeza. «Este es el uniforme que Mohamed, teniente del Ejército e ingeniero en la desactivación de explosivos, vestía el día que cayó en Ramadi», señala el jeque cuya tribu consta de 600 personas mientras remueve algunos objetos de entre los estantes.  

Hamed explica que Mustafá, nacido el 25 de diciembre de 1991, estaba casado, tenía un hijo y era estudiante en la escuela coránica del ayatolá Al-Sistani. «En junio de 2014 y ante el avance del ISIS hacia Bagdad, el ayatolá Al-Sistani anunció una fatua religiosa donde emplazaba a todos los iraquíes a luchar contra el Estado Islámico. Mi hijo no lo dudó ni un segundo y se unió a las Fuerzas de Movilización Popular», comenta con orgullo su padre mientras alza el dedo índice de la mano derecha. El líder tribal cuenta que Mustafá murió el día de su cumpleaños de 2014 cuando trataban de liberar la ciudad de Balad, situada 95 kilómetros al norte de Bagdad.

«Como ingeniero, a Mohamed le dijeron que no hacía falta que fuera en primera línea con la infantería, pero no aceptó. En plena ofensiva de Ramadi, comenzó una refriega con el ISIS y cuando se disponía a disparar una granada antitanque RPG murió abatido», recuerda Hamed, subrayando que su hijo tenía 23 años cuando «alcanzó el martirio» el 5 de noviembre de 2015.

Ningún «perdón» en 20 años

«La invasión de EEUU fue una agresión flagrante que destruyó las infraestructuras e instituciones de nuestro país. Ocuparon Irak sin tener un plan y, actualmente, tampoco lo tienen. Por eso, la población seguimos pagando las consecuencias», denuncia Rahim al-Qabi. El profesor universitario que perdió a un hermano considera que Washington obstaculiza la reconstrucción de Irak y pone como ejemplo la reciente intromisión de la multinacional estadounidense General Electric en el acuerdo que Bagdad había alcanzado con Siemens para recomponer la debilitada red eléctrica iraquí.

Mohamed Dafer, sobrino del peluquero asesinado en plena lucha sectaria, cree que «con el tiempo el pueblo iraquí habría acabado con Sadam Husein sin la necesidad de la intervención de EEUU» y pone como referencia el  levantamiento chií de 1991. «Estábamos pletóricos cuando EEUU dijo que iba a librarnos de la dictadura. Pero la realidad de la invasión fue que murieron miles de civiles inocentes e impusieron a unos mandatarios que vivían fuera del país y eran unos auténticos ladrones», critica con dureza el jeque Hamed Asarrai.

Rahim al-Qabi muestra en el teléfono móvil una foto del hermano al que mataron soldados de Estados Unidos. (David MESEGUER)

Desde su punto de vista, los estadounidenses llegaron como salvadores, pero se convirtieron en ocupantes e impusieron aspectos como la Constitución iraquí de 2005. Además, el líder tribal denuncia que «EEUU estuvo gestando la guerra sectaria durante mucho tiempo» y que «junto los países del Golfo posibilitaron el arraigo y el fortalecimiento de organizaciones terroristas como Al-Qaeda y el Estado Islámico».

Mohamed, Rahim y Hamed coinciden en afirmar que no ha existido ningún tipo de disculpa por parte del Gobierno de EEUU, ni tampoco de los sucesivos ejecutivos iraquíes desde 2005. «Con la excusa de combatir el terrorismo, el Ejército estadounidense ha actuado con total impunidad matando a decenas de iraquíes a diario», destaca enfadado el académico.

«Si ahora me dijeran que mis hijos pueden volver al mundo terrenal, les daría de nuevo mis bendiciones para ir a hacer la yihad. Estoy muy orgulloso porque con su martirio han contribuido a la protección y la estabilidad del país. La patria merece cualquier sacrificio», subraya el líder tribal bajo uno de los retratos de su hijo Mustafá que decora el salón. Sin embargo, Mohamed cree que los miles de civiles muertos durante estas dos décadas –210.000 según la organización Iraqi Body Count– es un precio demasiado alto para la consecución de la situación actual.

«Cada aniversario de la muerte de mi tío vamos a Nayaf para recordarlo. Allí oramos y damos limosna a los pobres por su alma. Aunque han pasado muchos años, su mujer e hijos todavía viven su falta con mucha tristeza», explica  Mohamed Dafer. El joven ingeniero de Telecomunicaciones, cuenta que, tras el asesinato de su tío, sus tres primos y su tía, fueron primero a vivir con sus abuelos. «Ellos y tíos se han encargado de forma vitalicia de todos sus gastos. Les compraron una casa, financiaron sus estudios y, recientemente, han pagado las bodas de mis primos», detalla el sobrino del peluquero.

«Mis primos hubieran podido crecer educados en el odio y el rencor, pero eso no ha sucedido. Mi padre ha sido profesor de Secundaria durante 35 años y mis tíos son médicos. Son gente culta y han educado a mis primos en el respeto y la tolerancia a las demás comunidades del país como seres humanos», indica Mohamed, antes de poner de relieve que él es hijo de un matrimonio mixto entre un padre chií y una madre suní.