Nerea Lauzirika

La falta de inclusión de personas con discapacidad, caldo de cultivo para el bullying

El 80% de las personas que tienen algún tipo de discapacidad sufren acoso en la etapa escolar. Y, a la inversa, alrededor del 26% de quienes sufren bullying tienen discapacidad intelectual. Familiares de víctimas y profesionales que las tratan señalan la falta de recursos para prevenir el acoso.

Un joven sentado solo frente a un centro educativo.
Un joven sentado solo frente a un centro educativo. (Getty Images)

«A mi hijo le ha hecho bullying hasta el profesor de gimnasia», denuncia Itxaso Goitia. Su hijo tiene Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad, por lo que tiene reconocida una discapacidad intelectual del 54% y ha sufrido acoso durante toda su etapa escolar, hasta el punto de ser perseguido por la calle hace un par de meses.

Cuando tenía unos seis años, le llamaron desde el centro al que acudía su hijo para decirle que había salido del vestuario en ropa interior después de educación física. «Como tardó en vestirse, por su déficit de atención, el profesor le llevó la ropa al vestuario de las chicas y él salió en calzoncillos», recuerda Goitia. A sus compañeros les hizo gracia y «él se sintió como acogido», de manera que la semana siguiente volvió a salir en ropa interior.

Se estima que el 80% de quienes tienen discapacidad ha sufrido o sufrirá acoso en algún momento de su vida. Y otro dato contundente en sentido contrario: el 26% de las personas que sufren bullying tienen una discapacidad intelectual. Son cifras aproximadas porque tener discapacidad intelectual provoca, en algunos casos, que a la víctima le sea más difícil identificarse a sí misma como tal y denunciar lo que le sucede.

Además, la mayoría de centros carecen de un protocolo de prevención concreto para estos casos. «Todo aquel que es diferente puede sufrir acoso, y el colectivo de las personas con discapacidad intelectual, más», apunta Emma Ballús, psicóloga de la asociación Gorabide.

 

Un grupo de alumnos en el aula, en una imagen de archivo. (Idoia ZABALETA/FOKU)

Ballús considera que en las escuelas deberían de prestar atención a las señales: «Cambios de conducta, cambios bruscos en el estado anímico, cambios en las relaciones, sintomatología física…». Sin embargo, en el caso del hijo de Goitia fue un psiquiatra quien identificó que estaba sufriendo bullying.

Cuando tenía unos 7 u 8 años, los docentes se quejaban de que agredía al resto de sus compañeros, por lo que Goitia decidió acudir a un profesional para corregir la actitud de su hijo. «Uno de los problemas del TDAH es la impulsividad y, según el psiquiatra, como había compañeros que se reían de él, reaccionaba de esa manera», expone.

Tras varios meses de pruebas, el psiquiatra concluyó que el bullying que estaba sufriendo era la causa de su agresividad, agravada por el TDAH que padece.

«Si es un niño callado, porque es callado y no lo cuenta; si es un niño que se enfrenta, porque el problema es él»

«En los centros en los que ha estudiado mi hijo se ha hecho poca cosa para garantizar su inclusión en el aula», explica Goitia. El TDAH hace que sea muy inquieto y no todos los profesores y profesoras han sido capaces de entender y adaptarse a las necesidades especiales que tiene quien lo padece.

Considera que su vivencia es extrapolable, porque coincide con la que cuentan otras familias con las que ha podido hablar: «Si es un niño callado, porque es callado y no lo cuenta; si es un niño que se enfrenta, porque el problema es él», resume. Sentencia que los centros no están nada preparados y aclara que cuando se ha hecho algo, ha sido siempre después de que ella lo pidiera.

«Los protocolos de actuación que hay en los centros son protocolos que se centran principalmente en cuando ya se ha producido el acoso», explica Ballús. Frente a ello, considera que la manera más eficaz de reducir el bullying es la prevención y la sensibilización; «hay que poner el foco ahí».

En la misma línea, subraya la importancia de que los centros trabajen «el respeto a la diversidad y la inclusión real, el trabajo cooperativo, la inteligencia emocional, la resolución de conflictos, las habilidades sociales…». Una situación ideal que, a su entender, que dista mucho de la realidad; «todavía estamos lejos de una inclusión real y de la tolerancia a la diversidad en general».

Cuando se da a conocer un caso de bullying, hay gente que tiende a mirar a los padres de quienes ejercen el acoso. «Es un tema a tratar con un poco de delicadeza, no se trata de culpabilizar», afirma Ballús. Explica que todas las familias tienen la responsabilidad de educar a sus hijos e hijas en un plano de respeto a los demás, a la diversidad, manejo de conflictos, habilidades sociales y demás. En ese sentido, apunta que si bien las familias tienen parte de responsabilidad cuando se produce el acoso, no son culpables. «Somos distintos agentes los que estamos implicados», subraya, como las escuelas o la propia sociedad en su conjunto.

«A mí todos me dicen que su hijo no ha sido, que solo estaba ahí y miraba», explica Goitia, refiriéndose a los padres de quienes han acosado a su hijo. Y es que parte del problema radica en que solo se identifica como bullying la violencia física o las faltas de respeto en su aspecto más literal, como los insultos. «Hay que concienciar a la sociedad de que hay muchos tipos de acoso: físico, sí, pero también verbal, psicológico (humillaciones), social (excluir o marginar)…», expone Ballús. Y subraya que no son cosas de niños, aunque a veces pase desapercibido por tomarse así.

«Quienes miran les dan poder a los que acosan, que puede ser solo uno pero acompañado de 30 que no hacen nada»

Ballús cree que se tiende a minimizar el alcance de estos tipos de acoso, y aprecia la necesidad de sensibilizar al conjunto de la sociedad.

La psicóloga explica que en el bullying pueden distinguirse tres tipos de agentes: «La víctima, el o la acosadora y el o la observadora». Aclara que quienes observan y no hacen nada al respecto son parte fundamental del acoso, «porque quienes miran les dan poder a los que acosan, que puede ser solo uno pero acompañado de 30 que no hacen nada», afirma Goitia.

El modelo educativo actual no es el idóneo para el alumnado que tiene algún tipo de discapacidad o necesidad especial. El TDAH que padece impide al hijo de Goitia estar sentado y atendiendo en clase en la manera en la que lo exige el sistema educativo. Ahora estudia en un centro adaptado a este tipo de necesidades, pero exigen que asista a clase medicado y, como no lo está, ha sido expulsado durante un mes.

«Nosotros llevamos años desplegando acciones de transformación social, porque lo que queremos es conseguir una inclusión real de las personas con discapacidad intelectual, concienciando a la sociedad en general», expone Ballús. En Gorabide han puesto en marcha un programa que están desplegando por los centros educativos, «con idea de cambiar los estereotipos que tenemos hacia las personas con discapacidad intelectual y generar actitudes que sean más inclusivas».