Mariona Borrull

Misterios que encontrar sobre el mapa

Nos intrigan “Infernuan” de Iñigo Jimenez Bohoyo y “Y arquitectura un sueño de palmera”, de Patxi Burillo (sección LAN). “Chaylla” de Claire Teper y Paul Pirritano vive en un presente claustrofóbico.

Fotograma de Charli, de la sección oficial.
Fotograma de Charli, de la sección oficial. (Puntodevista)

Claire Teper y Paul Pirritano compiten en Sección Oficial con la dura crónica del fin de una relación abusiva. Se centra en Chaylla, de 23 años, a quien conocemos constreñida entre los formularios engorrosos y los interrogatorios deshumanizantes que la burocracia ha diseñado por puerta de entrada a sus ayudas. Desgraciadamente, la relación con su exnovio es tan tóxica que prácticamente no reparamos en las injusticias de un sistema judicial manco y orgulloso: lo prioritario es que ella salga de ahí. Con la sensibilidad de un polígrafo y la cámara siempre a unos centímetros del rostro de ella, la película negocia constantemente con la mirada ausente o esquiva de Chaylla. Ella fuma (y mucho), cuelga la mayoría de las llamadas de su ex, que acaban a gritos. La seguiremos por su Pasión particular, una que parece haberla vaciado por completo hasta convertirla en autómata. Es imposible meterse en el lugar de una víctima de violencia machista, dice Chaylla, pero tampoco es que el documental lo procure. En su lugar, moldeará las formas de una recuperación emocional que en cualquier momento puede torcerse, pero que nunca andará sola: allí están las amigas, su exsuegra, incluso su abogado... Incluso fuera del pozo más oscuro, hay gente esperando.

“Infernuan” señala un punto concreto en el mapa y lo despedaza: es el barrio de El Infierno de Donostia, apenas a dos kilómetros y medio de la playa de Ondarreta. Ya desde su apelativo, que podría deberse a su lejanía para con la ciudad, a una curva peligrosa o, simple y llanamente, a una mofa hacia el caserío Belen Berri; este es un lugar que puede leerse como punto negro en la historia local o como puro misterio. No será ni lo uno ni lo otro, por lo menos no para una película que rehuye la instantánea, definiendo El Infierno solo por sus contrastes y absurdidades. Unas sucias fotografías de archivo nos muestran que, antes, este era un barrio obrero, activo y sin gentrificar (hoy vemos solo unas ruinas al lado de la carretera). Aquellos eran tiempos de la Plásticas Oremil, especializada en fabricar municiones y granadas de mano. La “eficacia” y la “fabricación nacional” suponían un sólido motivo de orgullo, por aquel entonces y para los anuncios destartalados que Iñigo Jimenez Bohoyo incorpora a su ensayo. Ahora en las tripas vaciadas de la Oremil viven un grupo de personas, supervivientes de sucesivos desalojos por parte de la Ertzaintza, migradas y sin papeles, a quienes la película mira cual fantasmas inquietantes que se imbuyen del carácter verdaderamente desolador de este no-lugar. Les pinta los ojos de blanco, pero también deja lugar para momentos de resignación bien humorada (un chaval levante el pulgar con ánimo, acostado entre cañerías). Sin embargo, ya en los créditos, Jimenez Bohoyo introduce un misterio: “Los donostiarras han traído al cabrón desde Getaria”. ¿Qué significa?

También “Y arquitectura un sueño de palmera” del navarro Patxi Burillo rehuye definiciones y aboga por la sugerencia (para empezar, debe su título al poema “Toda la luz se ha vuelto disciplina”). Abren la pieza dos caminantes que se cuentan haber encontrado la respuesta (a algo) “en el cansancio”. Después, planifican una ermita, dibujándola con los dedos sobre la arena. Se referirán, quizás, a la ermita mozárabe de San Baudelio en Berlanga, o quizás su réplica en una sala del spa del Castilla Termal de El Burgo de Osma. Puede que incluso recreen la sala del Museo del Prado que alberga las pinturas originales de la ermita. Son tres espacios que son uno, y que se miran. La cámara reseguirá las columnas de la ermita y la edición las volverá queer, de colores rosados y naranjas. Mismo espacio, lost in translation: “Una iglesia y una sala de baños pueden ser lo mismo en sociedades distintas”, apuntaba Georges Bataille.