David Meseguer
Bagdad

«Una boda y dos bautizos al año»: el éxodo cristiano en Irak no cesa

La escasez de feligreses en la iglesia caldea de San Juan Bautista ilustra el retroceso de una comunidad que no deja de menguar desde la guerra del Golfo en 1990. La situación es mejor tras años de inestabilidad por la invasión de 2003, pero los cristianos siguen emigrando por motivos económicos.

Surma Babilia, en un banco de la iglesia asiria de los Mártires de Mar Gorgis, en el barrio bagdadí de Dora.
Surma Babilia, en un banco de la iglesia asiria de los Mártires de Mar Gorgis, en el barrio bagdadí de Dora. (David MESEGUER)

Antes de 2003, Dora era un paraíso para los cristianos. Por poner un ejemplo, el principal zoco del barrio siempre ha sido conocido en Bagdad como el Mercado de los Asirios. Por culpa de la invasión de EEUU, ahora la gente lo sigue llamando igual, pero ya apenas quedan asirios», denuncia a NAIZ y GARA el padre Firás Kemal, de 45 años, desde su vicaría contigua a la iglesia caldea de San Juan Bautista, de rito católico. Con siete parroquias, este distrito fue durante la segunda mitad de la década de los 2000 escenario de la cruenta lucha sectaria que azotó Irak.

Flanqueado por un retrato del papa Francisco y una fotografía de Luis Rafael I Sako, cardenal del Patriarcado de Bagdad, el sacerdote alerta del éxodo imparable que vive su comunidad pese a la visita y las promesas del pontífice dos años atrás. «Su visita tuvo, incluso, mayor acogida entre las otras confesiones que entre nuestra comunidad. Los cristianos lo vivimos con alegría, pero la realidad del país no puede cambiarse de la noche a la mañana y nuestra situación no ha mejorado», comenta el religioso aún sin hábitos a pocos minutos de las 17.30, hora en que dará comienzo la misa.  

Según el censo, en 1987 la población cristiana en Irak rondaba los 1,5 millones de personas. El padre Firás sitúa la guerra del Golfo de 1990 como origen del gran éxodo. «Las sanciones económicas durante los 90 empujaron a muchos cristianos al exilio y la invasión de 2003 y la guerra sectaria que desencadenó fueron el golpe de gracia», señala el eclesiástico desde su concurrida oficina ante la presencia de algunos feligreses y su colega Shlemón Warduni, con quien oficiará la ceremonia.  

Estabilidad sin prosperidad económica

«Hace 20 años, solíamos bautizar anualmente a 6.000 niños. Había 1.700 familias adscritas a esta parroquia y ahora apenas hay 50. Durante 2022, solo tuvimos una boda y dos bautizos. Y eso que la pareja vino a propósito de EEUU para casarse», se lamenta el cura que oficia misa en dos iglesias más del barrio de Dora. En la actualidad, la organización internacional Ayuda a la Iglesia Necesitada cifra los cristianos iraquíes en torno a los 250.000.

Un decrecimiento poblacional que también ha afectado al número de seminaristas que se matriculan cada año. «Antes de 2003, teníamos de media unos 65 matriculados en el seminario del barrio, el último año solo han sido 10», explica el padre Shlemón Warduni, responsable de la formación de los futuros sacerdotes.  

Los dos curas afirman que la relación con los líderes religiosos de otras confesiones vive un buen momento y que en celebraciones como la Navidad o el fin del Ramadán se intercambian felicitaciones.  
«Pese a la estabilidad actual, ninguna familia de las que emigró ha vuelto. ¿De que sirve la seguridad si no hay trabajos cualificados? Para progresar es necesario tener dinero», se queja el padre Firás que atribuye el incesante éxodo de los cristianos iraquíes a la falta de oportunidades laborales y a la coyuntura económica del país. Según los datos del Banco Mundial, la tasa de paro en Irak se sitúa en el 16,2%.

En el interior de la iglesia de San Juan Bautista, una cuarentena de feligreses espera entre numerosos bancos vacíos a que los padres Firás y Shlemón den inicio a la misa. Aunque predomina la gente mayor, una decena de niños y jóvenes del coro que alternan canciones en árabe y arameo rebajan la mediana de edad.   

Miedo a quedarse sin vigilancia  

«El Ministerio de Interior está barajando la posibilidad de retirar las fuerzas de seguridad del perímetro de las iglesias. Exigimos al Gobierno que las tareas de vigilancia sigan, sería un paso atrás», dice el párroco de la iglesia caldea que tiene un solo guardia.

A escasos centenares de metros, la basílica asiria de los Mártires de Mar Gorgis, de rito ortodoxo, tiene cinco militares que custodian la entrada. Explican, que años atrás el centro religioso fue objetivo de varios ataques fundamentalistas. Surma Babilia, de 55 años y empleada del Ministerio de Recursos Hídricos, dedica cada día de dos a tres horas al mantenimiento de la iglesia. Pasa la mayor parte del tiempo en una caseta de obra situada en el patio interior del recinto eclesiástico. Siempre que llega algún feligrés o visitante sale con el manojo de llaves para abrir el templo.

«Cuando no había guardias, pasaba aquí la noche. Tenía miedo. Ahora duermo en casa de mi hijo. No soporto la soledad», cuenta desde un banco de la iglesia donde hay misa cada viernes. «Antes de 2003, en días señalados como Navidad, la iglesia estaba a rebosar y algunas personas seguían la ceremonia desde la calle. Ahora, a la misa semanal acude una veintena», dice Surma, que en plena ola de violencia sectaria durante la segunda mitad de la década de los 2000 se refugió en Siria. «Me denegaron el asilo y volví», recuerda esta mujer que cada día antes de acostarse pide a Dios «salud y seguridad».