Kepa Arbizu
Bilbo

La poesía fieramente terrenal de Ursula K. Le Guin

Es alabada y recordada sobre todo como una excelente y rupturista escritora de novela de ciencia ficción, sin embargo, los primeros textos de la autora estadounidense se circunscriben al lenguaje poético. Nórdica Libros publica ahora su antología ‘En busca de mi elegía’.

Ursula K. Le Guin, en una imagen tomada en el año 2009.
Ursula K. Le Guin, en una imagen tomada en el año 2009. (Marian WOOD KOLISCH - WIKIPEDIA)

Madre creativa de escenarios surgidos de su imaginación, como ‘Terramar’ o ‘Ekumen’, dichos universos sin embargo siempre cobijaron cavilaciones radicalmente humanas. Una original y reflexiva propuesta que encaminó a Ursula K. Le Guin (Berkeley, California, 1929-2018) a convertirse en una de las voces referenciales de la literatura de ciencia ficción, desafiando al dominante verbo masculino y tras penar en su momento con el desdén de las editoriales. Si en dicho formato encontró el reconocimiento y la merecida trascendencia, su bibliografía comprende igualmente una diversidad de apartados dedicados a otras tantas disciplinas, entre ellas la poesía, lenguaje con el que de hecho inauguró su pasión por decorar de letras las hojas en blanco.

Nórdica Libros, una casa en la que siempre ha tenido un espacio reservado, edita ahora ‘En busca de mi elegía’, la primera antología en castellano que selecciona los escritos en verso que la autora desplegó durante más de medio siglo, un contexto en el que plasmó temáticas comunes a las expresadas en el campo de la narrativa pero al que ella mismo catalogó como el hogar propicio para encontrar las palabras justas con las que acercarse a la problemática relación entre el ser humano y su entorno. Porque más allá de sus cercanías estilísticas, aspectos como la impronta heredada de sus padres, dedicados a la antropología; la psicología, manifestada sobre todo en la figura de Carl Jung, o la adscripción a líneas de pensamiento orientales, como el budismo o el taoísmo, al margen de suponer ingredientes definitivos en su propia constitución intelectual, resultaron inquietudes trasladadas negro sobre blanco.

En toda recopilación que se precie, y sin duda estamos ante una de ellas, su discurrir debe servir en paralelo para ofrecer al lector un reflejo de la evolución creativa de su protagonista. En esta obra, la  división entre aquellos escritos adjudicados a sus primeras publicaciones y los fechados en pleno siglo XXI, en lo que representa una etapa postrera de su creación, teniendo en cuenta que su fallecimiento data del 2018, perfilan una línea de puntos cronológica que conforman también una imagen artística completa de Ursula K. Le Guin, que si bien siempre ha pivotado alrededor de unas preocupaciones recurrentes, no lo será tanto en cuanto a la manera de volcarlas creativamente.

Lejos de lo que pudiera intuirse respecto a una autora que ha practicado con sumo éxito la literatura fantástica, su poesía resulta fieramente terrenal y poco dada a las disertaciones simbólicas, sobre todo en un primer segmento de su trayectoria, definida por unos ademanes prosaicos y sintetizados. Una metodología donde prevalece el argumento al adorno, que subraya con más claridad unos versos que golpean a modo de declaración de intenciones: ‘No es que quiera un nuevo cielo y una nueva tierra, / solo los viejos. / Viejo cielo, vieja tierra, nueva hierba’. Un anhelo por construir en paralelo una forma expresiva y un contexto social que no excluye, más bien complementa, el enfrentamiento con un entorno (‘Las ideas son un remolino de confusas moscas / sobre el abrevadero de los cerdos’) que nos remite a una escritora decidida a extender sus brazos en señal de fraternidad, pero igualmente de aguijonear la realidad: ‘Mi cuerpo es clavo / y cóndor. / Mi aliento es bala / y pluma’.

Mujer, tierra y libertad A pesar de que no hay en Ursula K. Le Guin atisbos de desarrollos formales frondosos –al contrario, siempre ha compensado con firmeza el realismo y la evocación– obras como ‘En la zona roja’ visibilizan la puerta de entrada a un territorio al que se incorporan mayores cotas de lirismo, situándola en ese espacio donde el paisaje natural se convierte en un personaje más con el que interactuar, tal y como hace su admirado William B. Yeats, pero prescindiendo de su florido verbo para decantarse por la concreción de correligionarias como Emily Dickinson a Christina Rossetti.

Bajo estos parámetros crece su creación más plena en el ámbito poético, compartiendo y extiendo preocupaciones bajo una percepción que, pese a ser radicalmente humanista, es al mismo tiempo consciente de que esta pasa por un statu quo con el medio ambiente. Un binomio que igual se expresa irónico para poner en tela de juicio la ceguera antropocentrista (‘Con nosotros o sin nosotros / seguirá existiendo el silencio / y las rocas y el brillo lejano’) como convierte la orografía en fuente de emociones (‘El viento baña las largas y luminosas colinas. / Junto a su casa pasean los que las aman’). Aunque pueda resultar paradójico, es precisamente en sus envites más contestatarios donde se desprende su mayor coraje vitalista. Sus declamaciones contra la violencia, recogiendo episodios concretos –ya sea en la figura del asesinado por la contra nicaragüense Ben Linder o la colonización de las Américas– o señalando la pulsión natural sanguinaria, encarnan en verdad un grito en busca de armonía y paz.

Uno de los aspectos que atravesó toda la creación de la escritora fue precisamente la determinación de incorporar su naturaleza como mujer y madre en sus textos, rompiendo la hegemonía masculina especialmente en un género como el fantástico. Una reivindicación capaz de incrustarse con acidez, de lo que dan fe los versos –‘Ten cuidado de rendir homenaje a artistas mujeres, / porque el ama de casa te llenará la casa de leones’–, pero también de plasmar con especial sensibilidad el vínculo materno filial –‘El cuerpo de mi madre me abrazaba fuerte. / Yo mamaba el fluido mundo de ella’–, una condición que ella misma compaginó con su profesión.
La última parte del libro, también en lo que respecta a su cronología, recoge los denominados ‘Nuevos poemas’, fechados en este siglo y que contienen un afán de retrospectiva –lo que a veces propicia una estructura en prosa– que no puede, ni quiere, esquivar su ánimo crepuscular.

En esa aspiración de recapitulación, pese a ceder espacio a sus filias e inspiraciones, concediendo espacio a la huella depositada por autores queridos como Federico García Lorca, Pierre de Ronsard, Walt Whitman o su idolatrada Gabriela Mistral, domina un acento melancólico resultado de encarar la recta final de su existencia, tal y como atestigua la escalofriante síntesis de ‘Mañana ya me habré ido del oasis’ o la referencia al caos planetario (‘Imaginad la oscuridad / cuarenta años de lluvia / el harca hundiéndose’). Y es que, pese a aparecer embozada a veces bajo el aspecto de despedida romántica, sus versos ligados a esta época exhalan un adiós absoluto: ‘Hemos vivido bien, mi amor, no dejes / que esta despedida te entristezca. / Tan cierto como que sale el sol debes saber / que te amo, aunque te deje’.

Con su narrativa, especialmente la dedicada al campo de la ciencia ficción, Ursula K. Le Guin inventó mundos lejanos e inhóspitos para hablar de las angustias intrínsecas al individuo. Sin embargo, su poesía fue un lenguaje que habitó siempre la tierra firme, salpicando sus trazos de esas mismas incógnitas pero accediendo a ellas desde un plano más íntimo, depurado, haciendo de su lírica un espejo cotidiano pero igualmente universal. Utilizando sus propias palabras, su escritura en este ámbito solo aspiró a retratar ‘el aleteo de las sombras sobre un muro’. ¿Y acaso no son en imágenes como esas donde reposa el gran enigma de la humanidad?